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Ama había llegado diez minutos antes de las ocho de la noche, tarareando en voz baja mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba detrás de su silla. Saludo al dueño del restaurante, que le devolvió el saludo con una dulce sonrisa y Ama miro la carta con desinterés, pensando que podría comer ese día con Samantha.

Ya tenía algo de hambre, así que ordeno una copa de vino junto a algún aperitivo para hacer la espera más amena, y se puso a juguetear con su móvil, leyendo mensajes de felicitación de sus amigos más cercanos, de sus familiares y algunos padres de sus pequeños.

A las ochos y cuarto, suspiro porque se dio cuenta de que Samantha venia atrasada, y no era la primera vez, así que le hizo un gesto al viejo camarero del lugar, saludándolo alegremente mientras le ordenaba brochetas de cordero porque a Samantha le encantaba comer eso, ¡siempre comenzaban con ese plato antes de comer algo más elaborado! Además, así las brochetas estarían listas para cuando Samantha llegara.

A las ocho y media, arrugo el ceño, mirando su móvil, dudando si marcar el número de Samantha o no, pero decidió no hacerlo porque de seguro su esposa solo se había atrasado más que nunca, ¿no era así?

Un cuarto para las nueve de la noche, su pie comenzó a moverse de forma errática sobre el piso, un viejo tic nervioso que nunca pudo eliminar.

A las nueve de la noche, las brochetas estaban frente a ella, y el camarero le pregunto si iba a querer algo más. Ama sacudió la cabeza, tragando saliva mientras podía sentir algunos ojos curiosos puestos en ella.

Su dedo, otra vez, se deslizo sobre el número de Samantha, queriendo marcar para preguntarle donde estaba, pero había una parte suya que no quería oírlo porque temía ante su respuesta.

Samantha no se pudo haber olvidado de su cumpleaños, ¿cierto?

A las nueve y media, Ama tuvo que sacar la primera servilleta para limpiar sus ojos húmedos.

A las diez de la noche, Ama se encerró en el baño del restaurante, ocultando su rostro entre sus piernas mientras se derrumbaba por completo, sintiendo como el llanto atascado en su garganta salía por fin.

A las diez y cuarto, volvió a sentarse y pidió la cuenta, fingiendo no notar la mirada de pena y compasión del dueño.

Cinco minutos después, estaba saliendo bajo una torrencial lluvia que empapo por completo su cabello y ropa, pero no le podía importar menos, porque había un entumecimiento en su cuerpo que no podía explicar. Que no podría procesar bien debido al llanto que escapaba de su boca.

Por lo que comenzó a caminar bajo la lluvia, sin pensar siquiera en tomar algún taxi que la dejara afuera del departamento ya que no quería llegar ahí tan pronto.

No abrir la puerta, entra a esas frías habitaciones y tratara de auto-convencerse de que no importaba que Samantha hubiera olvidado su cumpleaños, ella aun la amaba.

Ella aun la amaba, aunque es no era más que una tonta, estúpida y patética mentira que se repetía cada día porque enfrentarse a la dura realidad era algo que rompía su corazón en miles de pedazos.

Pero ya no podía negarlo. Ya no podía seguir mintiéndose de esa forma porque si seguía actuando así, lo único que iba a provocar era terminar rota y herida y con un vacío tan enorme en el corazón que no podría repararlo en mucho, mucho tiempo.

Su historia con Samantha había acabado, había llegado a su fin, era un hecho.

Y aunque la siguiera amando ya no podía hacer nada, solo resignarse a firmar esos papeles, concederle el divorcio y luego desearle lo mejor a Samantha, aunque se sintiera miserable y humillada por perder a quien consideraba el amor de su vida.

Apego || RivamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora