Capítulo 4: El Misterio del Jardín de Getsemaní

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Después de la cena en Betania, los días pasaron rápidamente. Jesús y sus discípulos continuaron su viaje hacia Jerusalén, donde las tensiones crecían. Era una época de incertidumbre y desafíos, pero también de profundas enseñanzas y momentos de reflexión.

Una noche, Jesús decidió llevar a sus discípulos a un lugar especial, un jardín llamado Getsemaní, a las afueras de Jerusalén. "Necesito un momento de oración y tranquilidad," les dijo. "Venid conmigo y velad mientras oro."

El jardín de Getsemaní era un lugar de paz y belleza, con olivos antiguos que parecían susurrar historias del pasado. Jesús se adentró en el jardín, seguido de cerca por Pedro, Santiago y Juan. "Quedaos aquí y velad," les pidió, mientras él se alejaba unos pasos más para estar a solas.

Jesús se arrodilló en el suelo, su corazón cargado de angustia y preocupación. Sabía lo que se avecinaba, y la carga de su misión pesaba sobre sus hombros. "Padre," susurró, "si es posible, que pase de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya."

Mientras Jesús oraba fervientemente, los discípulos, cansados por el viaje y la tensión de los últimos días, luchaban por mantenerse despiertos. Sus párpados se volvían pesados y, uno a uno, cayeron en un sueño profundo.

En ese momento, una figura apareció en el jardín. Era María Magdalena, quien había seguido a Jesús en secreto, preocupada por él y deseando estar cerca en su momento de necesidad. Al ver a los discípulos durmiendo, se acercó a Jesús con cautela, su corazón latiendo con fuerza.

Jesús, sintiendo su presencia, levantó la vista y la vio. "María," dijo suavemente, sorprendido pero agradecido. "¿Qué haces aquí?"

"Sentí que necesitabas compañía," respondió ella, arrodillándose a su lado. "No podía dejarte solo en un momento como este."

Jesús tomó su mano, sintiendo una oleada de consuelo y fortaleza. "Gracias, María. Tu presencia significa mucho para mí."

María y Jesús permanecieron juntos en oración y silencio, compartiendo un momento de profunda conexión espiritual. Aunque no dijeron muchas palabras, la comprensión y el amor entre ellos eran palpables. Mientras oraban, la cercanía física entre ambos creó un vínculo aún más fuerte, uniendo sus almas en un acto de devoción y entrega mutua.

Como viento y fuego se encontraron en la penumbra de la noche oscura. Jesús y María, dos almas danzando entre olivos, en un rincón de ternura. Se besaron, sus labios fusionando luz y sombra, unidos en la fragancia de la carne, bajo el manto de un cielo que llora, donde el tiempo mismo se desgarra.

"María," susurró el Salvador, con una voz que mezclaba cielo y tierra fundida, "en esta noche, en este ardor, dime, amor, ¿qué significa la vida?"

Ella, temblando, le respondió con sus manos trazando memorias. "Es este momento, es este sollozo, nuestro amor, nuestras historias."

Sus cuerpos se fundieron como un llama, suspiros de eternidad, se encontraron como ríos en un mar, en el latido de un instante sin edad, donde la fe y el deseo son un altar. Sus caricias, eran como palabras de rojas, se entrelazaron en un poema sagrado, susurros de pasión, amor tan humano, en el jardín donde el destino es hallado. Jesús suavemente acaricio las honduras de María , acarició sus rosas, acarició sus volcanes, y fue entonces cuando un sol colorado que es su sangres sagrada entro en ella hasta las últimas raíces. "Té amo," dijo María, su voz un gemido, "en cada latido, en cada herida abierta."

"Y yo a ti," respondió él, su ser rendido, "en este amor, mi alma está despierta."


María Tenía miedo de proyectar su vida junto a Jesús. Tenía. miedo de decirle a Jesús que sigan juntos para siempre y pensaba en escapar con él. Soñaba con una vida normal: Jesús, ella y sus hijos.


María estaba pensando en esto cuando Jesús le dijo: "María, esa es la más grande de las tentaciones. Pero tengo que seguir el camino de mi Padre. solo el lo sabe. Los hombres solo cambian cuando mueren". María levantó su cabeza del pecho de Jesús, lo miró a los ojos preocupada. No entendía lo que él decía y le dijo: "No importa. Junto a ti, en el camino de tu Padre, nunca te dejaré".


Jesús le respondió: "María, estarás conmigo hasta el día de mi muerte. Cuando llegue ese día, llévame contigo", le dijo. "Siempre estaré contigo, María. Nunca te dejaré. Y seguiremos construyendo el camino de nuestro Padre". María estaba feliz por las palabras que escuchaba de Jesús. Era como un sueño que se hacía realidad. María lo besó, llena de felicidad.


Jesús le dijo: "María, tienes que ser fuerte. Cuando la tristeza y el dolor te alcancen, tendrás que tener paciencia. Yo secaré tus lágrimas y abrazaré tu corazón. Tomaré tu mano y caminaremos juntos. Veremos los días pasar hasta el día en que nuestro Padre nos una en su reino. Y ya no tendrás más temor". Así abrazados cerraron sus ojos y se abrazaron en el sueño


María y Jesús se amanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora