CAPÍTULO 11

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Estuvimos andando por la ciudad. No eran más de las once de la noche y la ciudad estaba preciosa. Yo no dejaba de mirar a todos lados. Los edificios, hoteles, restaurantes. Tenía ganas de entrar a todos lados, comerme una buena hamburguesa y unas patatas fritas... Solo pensarlo hizo que me rugiera el estómago, así que saqué un paquete de oreos de mala gana, intentando compensar la hamburguesa imaginaria.

–Chicos–se paró Leah–Estaba pensando, tenemos suficiente dinero entre los tres, ¿por qué no dormimos esta noche en un hotel?

–Por favor sí–respondí rápidamente. Llevaba casi una semana durmiendo en el suelo, con simplemente un saco de dormir manchado de tierra separádome de el.

Así caminamos no más de cincuenta metros hasta encontrarnos con un bonito hotel. Al entrar los recepcionistas nos miraron, analizándonos, supongo que no estarían acostumbrados a que entraran un trío de adolescentes con pinta de vagabundos allí.

–Dejarme hablar a mí–dijo Leah. Ella se dirigió a los recepcionistas con una amplia sonrisa y empezó a conversar con ellos. Después de unos minutos volvió con tres llaves.

–Tomar, tenemos las habitaciones al lado, ya les pagarémos cuando nos vayamos mañana.

–¿No han preguntado nada de porqué vamos solos? –pregunté cogiendo mi llave.

Leah negó con la cabeza.

[. . .]

Me quedé boquiabierta. La habitación era moderna y espaciosa. Lo primero que hice fue tirar a un lado la mochila e ir directamente hacia la cama. QUE COMODIDAD. Después me fijé que tenía balcón, teniendo en cuenta que estábamos en un quinto piso, las vistas debían ser preciosas. Y cuando me asomé, estaba en lo correcto. Podía ver todo Washington desde ahí. Sonreí, probablemente fue uno de los momentos más felices de la misión.

Leah y Matt se asomaron también y los tres nos reímos. No sé qué pensarían las demás personas al escuchar nuestras risas, pero no me importaba.

Y tú dirás: Peró Dalia, es solo una simple habitación, no entiendo tanta emoción, bla bla bla.

Pues dejame decirte, mi querido lector, que después de haber estado cerca de la muerte más de cinco veces, haber estado a punto de ser cortada en rodajas no sé cuantas veces y caminar durante seis días con un calor infernal. Una habitación de hotel es como un regalo de los dioses, como un milagro de la vida.

Volví a entrar, y me puse un pijama de Micky Mouse que no había utilizado en todo el viaje, pero lo metí en la mochila por si acaso.

A los diez minutos escuché golpes en mi puerta.

–Quién és? –pregunté. No me extrañaría si ahora mismo entrasé un monstruo por la puerta. Por suerte, una cabeza de pelos castaños revueltos se asomó por la puerta, con su sonrisa de siempre.

–Puedo entrar o me pegarás? –preguntó Matt.

Solté una risa e hice un gesto para que entrase.

–¿Qué haces aquí? Son las doce de la noche–pregunté.

–No sé, supongo que no podemos romper la tradición de estar hablando por las noches.

No me había dado cuenta que todas las noches que llevabamos fuera del campamento, cada vez que uno de los dos tenía que hacer guardia, nos poniamos a hablar hasta que a uno le entraba sueño.

Sonreí ligeramente, mirando por la ventana.

–¿Te apetece tomar el aire? –pregunté.

–No lo hemos hecho ya bastante durmiendo cinco días al aire libre?

EL ARCO DE APOLO |1ª parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora