CAPÍTULO 6

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A la mañana siguiente salimos incluso antes que el sol. No quería perder ni un minuto más de la misión.

¿Sabía a dónde me tenía que dirigir? No. ¿Usaría mi instinto y rezaría a mi padre para que no nos perdiéramos y muriéramos solitarios? Efectivamente.

–A ver, ¿cuánto tiempo hay desde Letel hasta Washington? –pregunté, con la idea de organizarme un poco.

–Emm... Según sé yo, unos siete días... Aproximadamente–contestó Leah.

"Bien, tenemos días de sobre, no pasa nada" Por alguna razón, no podía tranquilizarme, la sola idea de tener que dirigir y liderar toda esa misión, pensar que mis decisiones afectan a mis amigos, es más, podrían provocar nuestra muerte, me hacía ponerme de los nervios.

–Tengo seeeeeed–se quejó Matt.

Me giré a mirarlo con el ceño fruncido.

–Pues bebe agua.

–Me queda poca.

"Este tío está de coña, ¿verdad?"

–Matt, no me jodas, no llevamos ni un cuarto de camino.

–Te juro que no te miento, mira–él sacó su botella de litro y medio, que, efectivamente, estaba casi vacía.

Yo me pasé las manos por la cara, mientras una sonrisita de súplica se formaba en sus labios.

–¿Porfi? –me pidió él haciéndome ojitos (que, por cierto, se le daba de pena).

Yo gruñí y le di mi botella.

–Toma–dije a regañadientes–Espera, ¿qué haces? –exclamé cuando lo vi beber directamente de mi botella.

–¿Qué?–me dijo cuando terminó.

–¡Cómo que, qué?! ¡Ahora tengo tus babas en mi preciada botella!–repliqué.

–Límpialas.

–¿Sabes que las babas se quedan 6 meses ahí?

–Anda, mira tú por dónde que me da igual–contestó él con su sonrisa burlona. Acto seguido me dio unas palmaditas en la cabeza y me adelantó. Casi pude oír la música de circo sonando alrededor.

–Será ca...

Matt se giró.

–¿Qué has dicho? –preguntó acercándose hacia mí.

–Nada.

Él abrió la boca para decir algo más, pero entonces Leah lo interrumpió. Ella estaba unos metros más adelante que nosotros.

–¡Eh! ¡Creo que veo un café!–nos anunció señalando a la distancia. Entorné los ojos y entonces vi una casita con unas letras en la entrada.

–¡Menos mal! –exclamé aliviada. Hacía dos días enteros que no veíamos ni casas ni vida humana.

Entramos en la pequeña cafetería. Era bastante básica, de color azul claro y algunos bollos y pastelitos que sentía que me gritaban desde el mostrador: "¡cómeme, cómeme!"

La señora del mostrador nos echó un vistazo y nos sonrió, los tres le devolvimos el gesto con educación y nos dirigimos a una de las mesas.

–¿Qué queréis? –pregunté a mis amigos.

–Yo un croissant con chocolate y un jugo de naranja–respondió Leah decidida.

–¿Y tú?-le pregunté a Matt. Él miraba la carta y a la vez la comida en las vitrinas de cristal.

"Ay no" pensé "no empecemos otra vez"

–Pues yo... No sé... Agua y algo más, aunque podría pedirme también un café y unos pancakes, pero es que los gofres tienen muy buena pinta con ese sirope por encima... ¿Me entendéis? –murmuró mordiéndose la uña del pulgar–Y los cupcakes...

Estuvo así al menos cinco minutos. Si una cosa había aprendido de él durante este mes y medio, era que a la hora de decidir entre comida o cosas de ese tipo, era realmente insoportable, se podía estar tranquilamente una hora.

–Venga Matt, ven conmigo y ya decides ahí o te quedas sin pedir.

Matt se quejó, pero se calló al ver que mi paciencia estaba a punto de agotarse.

Al llegar, la mujer nos sonrió.

–¿Qué deseáis? –preguntó ella.

–Un café con leche y unos pancakes, y un jugo de naranja con un croissant de chocolate, por favor–dije con amabilidad–¿Ya te has decidido?–le pregunté a Matt.

–Eh...

Suspiré profundamente.

–Mira como no te decidas ya...

–Un gofre con chocolate y una botella grande de agua, por favor–decidió finalmente.

–Enseguida os lo traigo–nos dijo la mujer, desapareció por la cocina y el señor indeciso y yo nos dirigimos a nuestra mesa.

–La amenaza no era necesaria–replicó Matt.

–Sí que lo era, ¿has visto lo rápido que te has decidido? –respondí con una sonrisa victoriosa, dicho eso me senté en mi silla, seguida de Matt que se sentó a mi lado.

Leah nos miró a los dos con las cejas levemente levantadas.

–Me pregunto cuándo será el día que no estéis a punto de mataros...–murmuró–Como sea, mirar, en la entrada he encontrado esto–ella extendió un mapa sobre la mesa–El pueblo más cercano es St. Ignatius, ahí creo que podremos tomar un autobús hasta Thompson Falls, y una vez allí ya podremos ir caminando hasta Washington.

Yo observé el mapa y consideré el recorrido. Era mucho mejor que confiar en mi instinto.

–¿Y no podemos ir directamente hasta Washington? –preguntó Matt, al mismo tiempo que nos entregaban nuestra comida.

Negué.

–Se supone que esta misión es para ver nuestra capacidad de lucha e imagino que también observan nuestra resistencia–comenté bebiendo mi café con leche, inmediatamente noté un sabor amargo–Mierda el azúcar...

Puse mala cara y Matt soltó una carcajada.

–Bueno como iba diciendo...–proseguí mirando mal a mi amigo–Si hacemos todo el trayecto en vehículo, no demostramos nada, y no es ni el objetivo ni la idea.

Leah asintió dándome la razón.

–Entonces tenemos que meternos la caminata del año, ¿no?

Yo me pasé las manos por la cara, conteniéndome de estirarle del pelo.

–En serio, Matt, ¿tú que crees?

Él se me quedó mirando. Tal vez estaba esperando a que cambiara de opinión o tal vez simplemente era un poco cortito el pobre.

–Sí, tenemos que caminar–aclaré con toda la paciencia que me quedaba.

Matt hizo una mueca y se terminó de comer su gofre, puse los ojos en blanco.

–Como sea, voy a pagar–dije levantándome de la mesa. Mis amigos también me acompañaron, aunque no era la idea.

La mujer de la tienda no estaba, lo raro era que tampoco la vi por la cocina, y mucho trabajo no tendría por qué solo estábamos nosotros ahí.

Mientras esperábamos, me di cuenta de que había un gato rondando por ahí. Llamé su atención con ese "pst, pst" que le haces a los gatos, con la intención de acariciarlo.

JA, JA, JA. Si hubiera sabido antes.

EL ARCO DE APOLO |1ª parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora