CAPÍTULO 2

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Preparar las cosas para irme no fue difícil de ocultar, eso es una ventaja de vivir con personas que no te prestan atención, que nunca vienen a revisar que estás haciendo. La noche de la pelea con mi madre, me la pasé haciendo una lista de las cosas que me llevaría: Ropa, dinero, medicinas, comida... Lo típico.

Cuando me levanté ese día, empaqué todo, también metí algunos recuerdos, como fotos o accesorios en una mochila de color negro y verde menta que me dio mi madre, que anteriormente había sido suya, pero como Henry decía que las acampadas eran muy cutres, no la necesitó más y me la dio a mí. Decidí dejar el móvil en casa, por si querían rastrearme o algo.

Cuando terminé, conté todo el dinero que tenía, cien dólares, más otros cien que robaría a Henry, sí, me bastaba con eso, lo guardé todo en una bolsa impermeable y lo metí en un bolsillo en el interior de mi mochila.

Dejé la mochila a un lado y me senté en mi cama. Por fin podría ser libre, sin embargo, pensé en mi hermana, la echaría muchísimo de menos, pero era lo mejor, si yo no sufría, ella tampoco.
Decidí hacerle una nota, diciéndole lo mucho que lo sentía y lo mucho que la quería y como recuerdo, dejarle uno de mis collares favoritos, así yo tendría la pulsera que ella me había hecho y ella mi collar.
Ese día lo pasé solo con ella, la llevé al parque, a comer helado... Por la noche no pude dormir apenas, en el último momento metí algunos objetos para defenderme, por si las moscas, un spray pimienta y un cuchillo dorando que mamá tenía guardado en el fondo de un armario, siempre quise probarlo y vi mi oportunidad para llevármelo, aunque dudaba que utilizase alguna de esas cosas, pero siempre es mejor prevenir que curar, ¿no?

Llegaron las seis de la mañana, la hora en la que tenía que partir. No voy a mentir, estaba nerviosa, muy nerviosa. Me levanté de mi cama, intentando hacer el mínimo ruido posible y me vestí con una camiseta de tirantes de color gris y unos shorts azul marino. Me hice una trenza y salí de mi habitación, dejándola ordenada, como si nadie hubiera estado ahí jamás.

Fui a la habitación de Charlotte, dejándole la nota y el collar en su mesita de noche, que era iluminada por una lamparita que cubría un papel para que su luz diera formas de estrellas y lunas. Le di un suave beso en la frente y me fui, bajando las escaleras hacia mi puerta, antes de irme eché un vistazo al sitio que alguna vez consideré mi hogar hace muchos años.

                                                                                       * * *


Estuve unas horas caminando hasta que el sol empezó a picar demasiado y me detuve en una parada de autobús, mirando las líneas, vi que el autobús hasta Derby, no pasaba hasta dentro de 4 horas.

"Pues a caminar más" Me dije para mis adentros.

Pasaron tres horas hasta que vi un cartel que decía "Bienvenidos a Derby". Mire la hora, las doce del mediodía, había estado caminando durante cinco horas y media, mi cuerpo reclamaba descansar, así que me senté en un banco y bebí algo de agua. Entonces vi en una parada de autobús que tenía en diagonal, que en un par de minutos pasaría uno hasta Cheyenne. Me levanté y crucé la calle como si fuera yo aquí inmortal. Me senté a esperar, unos segundos más tarde, una anciana se sentó a mi lado. Rozaría los sesenta y cinco años, tenía el pelo blanco, lleno de canas y recogido a un moño, ella me sonrió y le devolví la sonrisa.

–¿A dónde vas niña?- me preguntó después de unos segundos de silencio.
–Ah, a Montana.

–Un poco lejos, ¿no crees?

–Ya... Me enviaron para allá.-dije no muy convencida, en parte era cierto, pero era mi decisión ir o no.

–¿Quién te envía?- La anciana ahora me miraba directamente a los ojos, no lo podía ver por los lentes de sol que llevaba, pero sentía su mirada clavada en la mía. Otra cosa extraña que noté de esa señora era el abrigo de cuero que llevaba puesto, no me hubiera extrañado de no ser por qué estábamos a unos treinta y tantos grados.

Dudé un momento antes de responderle.

–No lo sé.

Entonces ella esbozó una sonrisa, que era de todo menos de amabilidad.

–Oh, yo sí lo sé...

Eso me dejó confundida, estuve a punto de preguntar cuándo mi autobús llegó.

–Tu autobús, querida.-me dijo la anciana con esa sonrisa que hacía que mi cuerpo se estremeciera por alguna razón.

–Sí...

Cogí mi mochila y me metí en el interior del autobús, sentándome en la fila del fondo, mi pecho subía y bajaba rápidamente.
"Solo es una señora vieja, Dalia, no te preocupes, es solo una señora, nada más" Me decía a mí misma, aunque no conseguí calmarme. No sé en qué momento del viaje me quedé dormida. Esa vez tuve una nueva pesadilla.

Estaba en un barco, no había nadie, solo yo, o eso creía, hasta que escuche los gritos de una niña, me giré, y me asomé a la borda, para confirmar que en el agua del mar, se encontraba una niña de unos seis, siete años, tratando de nadar a la superficie. En lo alto del barco, otra chica, de unos trece años, le gritaba a la niña que luchaba por no hundirse.

–Sadie!!! Sadie ayúdame!!!-le gritaba la niña del agua. No quería mirar, sabía como acabaría eso, quería gritarle que no lo hiciera, pero, ni podía, ni me sentía capaz de hacerlo, solo aparte la mirada en el momento que la chica mayor saltó por la borda.

Me desperté de golpe, respiraba agitadamente.

–Estás bien?-Me preguntó un chico que se había sentado a mi lado en algún momento del viaje. Yo asentí.- Es que te he oído murmurar en sueños, no parecía un sueño muy agradable...–me dijo él con lástima.

–No, no lo era...–Le respondí. Entonces lo miré más detalladamente. Era un chico que sería dos años mayor que yo, tenía la piel muy bronceada, como si acabase de venir de tomar el sol durante horas, y el pelo rizado, negro y algo largo y alborotado. Tenia unos ojos de un verde marino, que contrastaban bastante. Vestía unos vaqueros cortos y una camiseta blanca. Noté que tenía acento latino mientras hablaba.

–Ya, lo he deducido.-se quedó callado unos segundos- Me llamó Félix, y tú?

–Yo Dalia.

–Dalia? Un nombre muy original, jamás lo había escuchado.

–Puedo decir lo mismo.- le dije con una sonrisa torcida, que él me devolvió.

El conductor anunció que haríamos una parada en Cheyenne. Genial, por qué necesitaba un baño urgentemente.

–Bueno- le dije a Félix– Yo voy a bajar un momento.

–Está bien.

Me levanté de mi asiento, cargando con mi mochila, por si acaso, y bajé del autobús.
Estábamos en un área de descanso, yo me adentré en una tienda, en busca de un lavabo.

Cuando volví del lavabo, decidí comprar una botella de agua, ya que la que tenía escaseaba de agua. Al salir de la tienda, teniendo todo bien guardado en mi mochila, me topé con algo que me congeló la sangre.

–Hola, querida.- La anciana del autobús de Derby, estaba allí, esperándome.

–¿Qué...? Qué hace usted aquí...?- Conseguí preguntarle.

Ella no me respondió, solo me miró con aquella sonrisa escalofriante. Lo siguiente que pasó fue muy rápido.

Su chaqueta de cuero paso a ser un vestido rojo, bañado de sangre, su piel, que antes era pálida como la de un fantasma, se tornó de un color negro, con tonos rojizos y verdosos, y la textura tenía pinta de ser como la de un reptil, sus ojos tomaron un color amarillo y sus pupilas ahora eran afiladas como las de un gato.

El monstruo avanzaba hacia mí lentamente, yo retrocedía, aterrorizada. Entonces caí.
Era una Furia. En concreto, Tisifone, que era un espíritu de la venganza, cosa que no me tranquilizaba mucho en una situación así.

En un pestañeo, la Furia se me lanzó encima, yo caí al suelo con un grito, pero la gente no se daba cuenta, y el autobús estaba a punto de partir, miré por el hombro de la Furia y pude ver que en la última ventana, Félix me miraba horrorizado, él sí que la veía. El autobús rugió y empezó a alejarse, rumbo a Montana. Quise gritar, pero mi voz no me correspondía.

–Ni lo intentes niña, gritar no servirá de nada, los humanos no te escuchan.-Seguido de eso, ella me agarró por la cadera y me alzó hacia arriba, tuve que agarrar mi mochila con fuerza para que no saliera volando del impulso.

–Suéltame bicho asqueroso trozo de mierda!- Estuve insultando a la Furia con todos los insultos que se me ocurrían y pataleando para que me dejase ir, no solo porque me estaba llevando dirección contraria a la que tenía que tomar para ir a Montana, sino porque empezaba a sentir sus garras clavándose en mi piel, hasta que recordé el cuchillo que me había llevado de mi casa.
Abrí la mochila, tratando que no se me cayera nada de dentro y saque el cuchillo, el color dorado resplandecía con los últimos rayos de sol que se asomaban por el horizonte. Cerré la cremallera, miré a la Furia, bien, no se había dado cuenta, entonces, con un valor que no sabía ni de dónde lo había sacado, le clavé el cuchillo en la pierna, haciéndole un buen corté. El monstruo soltó un sonido que por poco y me deja sorda y me dejo ir.

¿Lo bueno? Que ya era libre. ¿Lo malo? Que ahora descendía de una caída de unos 70 metros de alto.

Cerré los ojos, esperando mi muerte. Primero me estrellé en la copa de un árbol y después caí en un arbusto, cosa que me provocó diferentes cortes en diferentes partes del cuerpo. Salí de los arbustos cojeando y me desplomé en el suelo gimiendo. Al levantarme la camisa, solo pude confirmar los cortes, que eran bastante chungos que me había hecho la Furia. Sangraba sin parar, empecé a marearme al ver tanta sangre saliendo de mi estómago y la parte de la cadera.
Rebusque entre mi mochila y saqué unas vendas. No tenía ni idea de cómo ponerlas así que enrolle un buen trozo alrededor de la parte herida y las volví a guardar. Me di cuenta de que no sabía donde estaba, la Furia me había arrastrado en dirección contraria y ahora me había perdido.
"Ya me iré mañana" pensé.
Era de noche, alrededor de las diez. Saqué mi saco de dormir y me metí dentro. Por si acaso dormí con el cuchillo al lado.

A la mañana siguiente me desperté por el ruido de los grillos cantando. Esa noche no tuve pesadillas.

Guardé el saco de dormir y peiné mi pelo negro con mis dedos, no se me había ocurrido llevarme un peine, no.

Enseguida me puse en marcha. A la hora de estar caminando pude advertir un cartel que ponía: Scottsbluff. ¿Tan lejos me había mandado la Furia? No pude evitar preguntarme a dónde me habría llevado si no le hubiera clavado el cuchillo, aunque no estaba segura si el ataque había sido real, quizás me estaba volviendo loca con el calor y la situación.

Volví a revisar las heridas alrededor del estómago, la venda estaba manchada con bastante sangre. Camine un poco más hasta empezar a ver casas y tiendas. Si a la gente no le parecía raro ver a una chica, de trece años, caminar con la ropa medio rota y ensangrentada, no les parecía raro nada.
Entre a una farmacia para comprar más vendas y parches para mis heridas, cuando fui a pagar el señor del mostrador me miró preocupado.

–¿Estás bien, niña? Parece que acabas de venir de una buena golpiza.

"No exactamente, solo vengo de una pelea con un monstruo que no si era real o producto de mi imaginación" Quise responderle, solo me limité a asentir.

–Una pequeña caída.-dije tratando de disimular el dolor y la cojera que llevaba.

El señor, que por cierto, se llamaba Bill (lo ponía en una etiqueta de su camiseta), no dijo nada más y me dio lo que le pedí.

–Sería un total de 32,57 dólares.-Le di el dinero y me fui, recogiendo el cambio de mala gana, no por qué el pobre Bill me hubiera hecho algo, pero el dolor me ponía de malhumor, y que estuviera tan lejos de mi destino, aún más.

Estuve esperando un taxi aproximadamente media hora, hasta que uno, finalmente, se dignó a parar. Me subí en este y suspiré.

–A Montana, por favor.- Indiqué sin siquiera dejar que la chica que conducía el taxi me preguntase.

–Oh, no podemos hacer distancias tan largas, querida, tendrás que bajar en Rapid City.

"Estás de broma, ¿no?" Estuve a punto de contestarle, pero suspiré, y asentí.

–Está bien.- Dije, tratando de sonar lo más amable posible, cosa que no funcionó.

Después de tres horas de camino, finalmente llegué a Rapid City. Al bajar del Taxi me di cuenta de lo bonito que era, muy pocas veces salía de Derby, y las pocas que salía, era a ciudades cercanas. En todo el trayecto no me había fijado lo mucho que había viajado y a dónde, estaba muy ocupada pensando que en cualquier momento me mataría un bicho de esos.

No tenía tiempo para hacer turismo, llevaba dos días y medio de recorrido y aún no había llegado a Montana. Le pregunté a un par de personas hacia donde tenía que ir, pero ellos solo me miraron mal y siguieron con sus cosas. A la tercera persona que le pregunté, un anciano que dirigía una pastelería muy linda, me dijo que tenía que ir por una ruta la cual no tenía ni idea de que existía y de ahí ya llegaría a Montana, se lo agradecí, pero entonces, mi estómago rugió y me di cuenta de que no había comido nada desde la tarde anterior. El señor me miró y me dio unos pastelitos.

–Oh, no hace falta, de verdad, yo ya tengo...– Traté de excusarme, pero me dio tanta pena que al final accedí a dejar que me los regalará.

–Muchas gracias, señor!- Me despedí mientras salía de la pastelería.

–No es nada muchacha, ten cuidado.-Me dijo con una sonrisa.

Me paré en la acera a esperar un taxi. Cuando finalmente subí al taxi, le indiqué la ruta que me había dicho el señor de la tienda y el taxista empezó a conducir.

No fue hasta que pasaron cinco horas y media que me di cuenta de que no estábamos siguiendo la ruta.

–Hey, hey, esta no es la ruta–protesté. Entonces el taxi se paró, y la mujer que lo llevaba se giró a mirarme, al instante supe que algo no iba bien, y solo me hizo falta mirar al volante para darme cuenta de donde se suponía que había manos, había patas, y en los frenos y aceleradores, donde tenían que ir los pies, también había patas.

–Oh, ya lo sé–me dijo la mujer, con una voz que me erizó la piel. La reconocí al momento. Una Esfinge–No puedo dejarte escapar.

Salí del coche antes de que ella pudiera cerrar las puertas y traté de correr, pero las heridas me ralentizaban. La Esfinge salió a patas y se tiró sobre mí, yo solté un chillido, pero no me iba a dejar vencer tan fácilmente. De repente me sentí más fuerte. Puse una pierna en el pecho de la Esfinge y le pegué una patada que la mandé a volar.

Mala decisión.

La Esfinge se avecinaba hacia mí desde el aire, se me había olvidado que tenía esas alas. Verla desde arriba fue la cosa más horripilante que había visto en mi vida.

Antes de que me atacará, saqué el cuchillo, que lo tenía guardado en mi cinturón, atado a un nudo que le había hecho con un trozo de venda. Cuando la tuve justo encima, le metí una cuchillada en el hombro, acompañado de un puño. Sentía electricidad correr por mi cuerpo, era como si alguien me hubiera dado una descarga, pero no dolía, de hecho era agradable.

Me abalancé encima de la Esfinge, que estaba tumbada en el suelo, recuperándose de la puñalada. Entonces, antes de que ella me mordiera o me hiciera añicos, reuní toda la voluntad del mundo y la apuñalé en el pecho. La Esfinge se retorció y se pulverizó.

Yo me quedé mirando el polvo que se marchaba con el aire. De pronto me sentí débil, me toqué la cara, tenía unos cuantos arañazos y el brazo izquierdo me ardía, comprobé y efectivamente, tenía un buen corte.

Busqué mi mochila en el taxi. Y agarré las vendas y parches. Me puse unas tiritas en la cara y me cambié las vendas. Las heridas del estómago se habían abierto con la pelea.

Pensé en conducir yo sola hasta Montana, pero entre el mareo y que no había tocado un volante en mi vida, si no me mataban las heridas lo haría yo misma, así que descarté la idea de mi cabeza y decidí caminar yo sola.

Me di cuenta de que estaba en Roundup, genial, estaba en Montana, pero el campamento no estaba por ahí, no sé cómo lo sabía, pero lo sabía.

Cuando el sol se empezó a poner, decidí acampar en un bosquecito. Estaba agotada, así que no me extrañó que me durmiera en el instante que me acosté dentro de mi saco de dormir. Esa noche tuve un sueño muy extraño.

Me encontraba en medio de la oscuridad, pero no estaba sola. Detrás de mí, estaba Leah, mi mejor amiga. En cuanto la vi. Corrí, hacía ella y la llamé.

–Leah!

Ella se giró y me sonrió, pero en cuanto me vio su expresión se tornó de preocupación.

–Leah, ayúdame, no sé dónde tengo que ir, no sé dónde estoy, me estoy volviendo loca.-Le supliqué, no me di cuenta de que estaba llorando. Le rogaba a Leah como si ella supiera donde guiarme, o eso pensaba, ella me sonrió con aire triste y me puso una mano en la mejilla, se sintió como si de verdad estuviera ahí.

–Lo estás haciendo muy bien, Dalia, estás cerca, lo lograrás.

De repente la voz de un chico se sumó a las nuestras. Un chico de mi edad, apareció detrás de Leah. Su pelo, de color marrón oscuro, estaba alborotado, como si se acabase de despertar, tenía unos ojos de un peculiar color entre naranja y marrón y estaba ligeramente bronceado, tenía pinta de ser unos pocos centímetros más alto que yo.

–Ve hacia la montaña y sube hasta el final.-me dijo de repente.

–Qué?- dije sin entender nada.- ¿Cómo voy a saber qué montaña es?

–Lo sabrás, confía en ti misma–me respondió Leah, su figura y la del chaval se desvanecían.

–No, no, Leah, ¡no me dejes! ¡No quiero estar sola!-Le rogué, antes de que esfumarán del todo me dijo:

–No estás sola, algunos de ellos te acompañan.

Me desperté de un salto. El sol ya había salido y pegaba con fuerza.

Empaqué las cosas que había sacado la noche anterior, y retomé mi camino. De alguna forma, sabía hacia donde dirigirme, algo me guiaba.

Pasé por algunos pueblecitos pequeños, mientras decidía qué comer. Un total de, una bolsa de patatas, tres manzanas y un sandwich que me había comprado en Rapid City, era todo lo que me quedaba. Opté por comerme dos manzanas y el sandwich.

Me paré en un bosque a cambiarme las vendas, mis heridas ya no sangraban tanto, pero dolían bastante, y no hacían buena pinta, probablemente se me habría infectado alguna. Suspiré antes de ponerme a caminar de nuevo, me sorprendía que no estuviera muerta ya.

Durante horas, estuve pensando que no iba en dirección correcta, hasta que se empezó a esconder el sol, que me senté en frente de un lago, ahí fue cuando vi, en medio de una montaña, unas cuantas casas, pero sabía de alguna forma, eso era el campamento. Me puse de pie y rodeé el lago. Empecé a subir la colina, las voces de la gente se hacían cada vez más audibles.
Al llegar a la mitad de la montaña, había la opción de dos caminos, uno que seguía hasta la cima de la montaña, y otro que era una parte plana, con un pequeño camino de tierra. Seguí la parte plana del camino hasta que por fin lo vi. Un arco con en lo alto que ponía "CAMPAMENTO LETEL". Lo último que vi antes de desmayarme fueron algunas personas acercándose, entre ellas pude distinguir a Leah corriendo hacia mí y el chico del sueño tras ella.

Después todo se volvió negro.

EL ARCO DE APOLO |1ª parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora