Parte 2

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El hombre la seguía de cerca, pero no tenía intención de delatar su presencia frente a su esposa. La siguió como un impulso solamente, ni siquiera se había disculpado frente al resto de los invitados por su abrupta salida.

La mujer que lo acompañaba esa noche era la hija de algún importante delegado de una embajada, no recordaba con exactitud quién era, pero sabía que Carmen debió malinterpretar el hecho y lo más probable era que mujer también, porque había ido rápidamente al tocador cuando percibió que su pareja la abandonaría por su exesposa.

De seguro pensaría que él del tipo de hombres divorciados que, aunque tuviesen alguna relación tenían encuentros íntimos con sus exparejas.

No sería de ese modo, se dijo, si él estuviera en una relación. Pero no lo estaba, al menos no de hecho, porque ante la ley seguía casado. Era extraño seguirle siendo fiel a su mujer cuando ella había decidido terminar con su matrimonio.

La vio detenerse y la examinó con libertad. Su esbelta figura había perdido peso, era evidente, porque de su exquisita delgadez con modeladas curvas quedaba un aspecto enfermo y demacrado que lejos de causarle aprensión, lo enterneció ¿no habían dicho lo mismo de él? La tristeza podía consumir las ganas de cuidarse.

Nunca podría reponerse del dolor que había significado la pérdida del bebé, él había golpeado la pared de la sala de espera con los puños hasta hacerlos sangrar en el momento en que salió de la sala de partos con la confirmación de su muerte.

Había sido un golpe letal para los dos. Claro que existían diferencias, porque él había perdido a dos personas amadas, ella sólo a una.

Una sonrisa irónica le cruzó el rostro y los anillos en su bolsillo parecieron latir contra su muslo.

No había sido fácil verla marchitarse en la cama del hospital inconsciente y a la vez encargarse del funeral su hijo...

Sin embargo, todo hubiese sido más fácil si el golpe lo hubieran sobrellevado juntos, pero no había ocurrido de ese modo y, sin más, Carmen le había entregado el anillo para romper con los votos matrimoniales y de paso con los sueños de un futuro juntos.

¿Quién había sido injusto?

Tal vez el destino.

«Y-yo... te amo»

La primera vez que había escuchado esa frase de sus labios pensó que moriría por la velocidad con la que galopó su corazón y aunque el efecto no cambió con el correr de los años, la primera vez siempre sería especial.

Soltó un suspiró de añoranza y se encaminó en su dirección.

—No deberías estar aquí —le habló sobresaltándola. La reacción fue la que esperaba. Un brinco y una mirada asustada igual que antaño cuando ni siquiera eran novios todavía y él lograba ponerla nerviosa sólo mirándola fijo.

—Tomás —lo reconoció con rapidez. No se sonrojó, no tartamudeó. Sólo lo miró fijo. A Tomás le dolió como nada le había dolido antes ese vacío en sus ojos.

—Hace frío —le dijo y se quitó su saco para ponerlo sobre sus hombros descubiertos—. Ten.

—No es necesario. Será raro que cuando vuelvas a la fiesta que te vean sin él —a Tomás no le importó y sólo se limitó a encogerse de hombros. Ella reparó en su figura. Cinco meses y parecía otra persona.

—Da igual.

Ese rostro juvenil de rasgos firmes y encantadores ahora se veía perfilado y aguileño. Su cuerpo parecía más delgado, pero no perdía atractivo.

—¿Has estado bien? —Tomás se sorprendió ante la pregunta formulada con suavidad por Carmen.

—Dentro de lo que cabe —le respondió—. Mamá insiste en que coma cuatro veces al día —sonrió con pesar, ya que recordó las reprimendas que se había ganado por negarse a comer durante los primeros días de la separación— ¿Y tú?

—He comido —contestó esquiva agachando la mirada. No tenía intención de responder cómo se encontraba y él lo notó.

—Es incómodo ¿no crees? —reflexionó el joven en voz alta—. Estamos hablando después de casi cinco meses y no sé qué decir —ella alzó la mirada.

—No creí que llevaras la cuenta.

—La llevo —sonrió observándola fijamente—, en cinco días más estaríamos de aniversario de separación, si es que eso existe.

—No existe —refutó ella—, por lo general cuando una pareja se disuelve olvidan todo lo que tienen en común... o lo intentan.

—Seguro —convino él—, lo intentan... aunque no siempre se puede. Es eso lo incómodo ¿Cómo se olvida el pasado?

—Es imposible —reconoció Carmen —el pasado es parte de nuestra vida. Los errores marcan lo que seremos en el futuro, nuestras decisiones nos abren camino a lo que vendrá.

—¿Es esa una indirecta, Carmen? ¿Cometiste algún error? —susurró él aproximándose y apoyando su mentón en la cabeza de su esposa, evitó que el resto de sus cuerpos entraran en contacto, pero sintió como la chica se estremecía—. Te he extrañado mucho —declaró sincero y ella cerró sus ojos suavemente.

—Yo también —confesó y él posó sus manos en torno a su cintura y ella descansó su cabeza contra su pecho.

—Tu abogado se contactó conmigo la semana pasada —le informó mientras acariciaba su espalda. Dolía tanto, por Dios que dolía tener a la mujer a la que amaba entre los brazos, pero no tener derecho sobre ella «¿Por qué me dejaste?» quiso preguntarle, pero no se atrevió.

—Tu hermano sabía que lo haría.

—Ese granuja no me dijo nada. Me sorprendí bastante con su visita y lo dejé hablando solo ¿no te lo dijo?

—No, no lo hizo.

—Tendré que darle las gracias porque fui muy maleducado con ese pobre sujeto —había risa en su voz—. Gatita —la llamó y ella alzó la cabeza.

—Tomás, no. No me llames de ese modo, por favor —le pidió la mujer separándose rápidamente de él.

—Perdón, se me escapó —Tomás pareció abochornado por su despiste. Ese apodo era un código de cama. La primera vez que habían hecho el amor él había comparado la satisfacción de ella con el ronroneo felino. Ella respiró pesadamente y él tomó sus manos para evitar que se alejara demasiado—. Es inevitable. Hemos estado mucho tiempo juntos. Es la costumbre.

—Lo sé, Tomás.

—Si se te escapa algún «mi amor» sería normal... bueno, supongo que lo sería.

—Tomás —la voz de Carmen era suave, pero él sabía que implícitamente había una advertencia adherida.

—Es verdad —defendió con la voz elevada—, no podemos pretender que no somos nada. Eres mi esposa. Mi mujer. La madre de mi hijo —argumentó vehemente, llevaba meses frustrado, buscando respuestas, llorando. Se sentía solo entre un mar de gente que vivía mientras él se limitaba a existir.

—De tu hijo muerto —contradijo ella herida con la misma fuerza.

—Él me hizo padre por poco tiempo, pero fui padre. Sentí lo mismo que cualquier hombre cuando ve a su hijo nacer. Un amor tan inmenso al que nada se le compara.

—Pero él no está —exteriorizó la mujer con tozudez—. Se murió y no hay nadie a quien culpar. Estoy muerta por dentro, Tomás ¿lo entiendes? —gritó llevándose las manos a la cabeza. Su marido la abrazó y recibió un golpe en el pecho, pero lo soportó porque por fin, Carmen estaba compartiendo su dolor con él. 

Lo que calla tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora