Parte 4

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Amparados por la oscuridad del jardín, Tomás arrastró a su mujer hasta una pérgola. Su cuerpo le exigía mayor contacto físico por lo que recorrió el cuello de Carmen con los labios arrancándole gemidos de placer. Estaban ansiosos por reconectar.

Claramente no era el mejor lugar para seguir su reconciliación, así que Carmen puso la cuota de cordura.

—Yo... creo que debemos irnos.

—Estoy de acuerdo. No quiero que algún invitado nos encuentre dándonos un revolcón y se arme un escándalo, es la boda de nuestros amigos —accedió y le tendió la mano, pero ella dudó— ¿Qué pasa?

—Hay algo que me gustaría hacer.

—Que sea rápido —apremió Tomás con la mirada ámbar irradiando fuego. Ella sonrió.

—Lo será, dame tus manos —ordenó con suavidad y lo miró directamente a los ojos con la emoción reflejada en ellos—, quiero que sepas que a pesar de mis errores y de lo injusta que fui —él abrió la boca, dispuesto a interrumpirla, pero Carmen apretó sus manos suavemente para indicarle que guardara silencio—. Fui injusta y lo sabes —siguió quedamente—. Yo he mantenido mis votos matrimoniales y los he respetado, te he horado y amado aun cuando físicamente estábamos separados. Por eso quiero reafirmarlos ahora...

—Espera, espera. Muy rápido, gatita —él separó sus manos y ella lo miró interrogante. Hurgó en su bolsillo y extrajo las dos alianzas doradas que traía consigo—. Esta es la que debes darme —le tendió la más grande—. Jura otra vez —ordenó.

—Tomás —la sorpresa en el hermoso rostro lo sobrecogió. Era tan bonita. Tan perfecta. Tan suya— ¿Sabías que esto pasaría o siempre las llevas contigo?

—La esperanza es lo último que se pierde, pero lo cierto es que siempre las llevo.

—No dejas de sorprenderme.

—Me alegro. Continúa —la instó tomando sus manos nuevamente.

Ella aspiró una bocanada de aire antes de seguir.

—Entonces como decía, Tomás, jamás he querido hacerte daño. Sufrí mucho con la pérdida del bebé y sé que tú también. Antepuse tu felicidad por sobre la mía, entenderás que no sentí que fuese una pareja digna de ti en ese momento. El miedo pudo conmigo, pero yo te juro que desde ahora te consagraré mi vida y que tienes mi corazón —él moduló un «para siempre» y ella afirmó—, para siempre —con la punta de los dedos acarició sus nudillos y Tomás ahogó un suspiro para luego deslizar lentamente el anillo de compromiso en el dedo anular de su mano izquierda. Una vez hecho besó cada dedo de esa mano y luego de la otra. Finalizó acariciando su sonrojada mejilla.

—No harás que llore, gatita —le susurró él en respuesta—, pero que no te extrañe si desde ahora no te puedes despegar de mí.

—Si es una amenaza, valdrá la pena.

—Es una promesa —le contradijo—, es la primera de las mías —clarificó y con un suspiró la miró a los ojos, avergonzado—. Ya sabes que no se da bien improvisar y sé que es una cualidad que amas de mí —Carmen meneó la cabeza y le dirigió una sonrisa enamorada, radiante—. Te gusto así, pero haré un intento.

—Adelante, muero por verlo —lo picó y el ego de Tomás se resintió.

—Es serio, mujer.

—Estás tan abochornado que no puedo evitarlo.

—Como sea —murmuró en medio de un bufido—. Cuando te conocí no creí que llegaras a adueñarte de mí de este modo y hacerme dependiente a ti. No niego que eso me asustó cuando lo reconocí y aún ahora un poco, por eso lo negué durante meses cuando alguien me lo decía y te ignoré deliberadamente frente a los demás cuando mi cuerpo ardía de deseo por el tuyo —ante eso la joven se sonrojó bastante—. No me puedes culpar por ello —se defendió con rapidez—. Tenía diecisiete años... era inexperto, algo tímido y bastante torpe ¿lo recuerdas? —le preguntó azorado—, y olvidando lo desastroso de mi declaración...

—Yo diría tu frustrado intento de declaración.

—Vamos, no destruyas más mi ego —se quejó infantilmente.

—Aun así, nunca olvidaré ese día.

—Ni yo. Pero como te decía. Olvidando todo eso, yo intenté hacerte feliz siempre y mi felicidad dependía de ti... si estabas feliz, yo era feliz. Marcabas mi vida y todo te incluía. Mi mayor alegría fue nuestro primer beso; mi triunfo favorito el que aceptas tener una cita conmigo después de eso; la euforia indescriptible de cuando no te negaste a ser mi novia; la plenitud y el orgullo de haber sigo el primer hombre que te tocó y la emoción más grande de todas fue escucharte dar el «sí» hace dos años —cada etapa de su relación que describía pasaba como escenas de una película ante los ojos de Carmen—. Sin embargo, cuando mi vida marchaba de maravilla y las cosas no podían resultar mejor me dijiste que seríamos padres y creí alcanzar la cima. Lo teníamos todo... por eso no supe reaccionar frente a la pérdida, más aún, cuando me pediste el divorcio no fui capaz de negarme. Quería pedirte, rogarte, que no me dejaras, pero algo de ese muchacho orgulloso queda todavía y preferí callar.

—Mi amor... —Carmen tenía la garganta cerrada de emoción por escuchar a ese hombre al que había amado prácticamente toda su vida.

—Te amo, por eso no justifico mi propio actuar y me avergüenzo de él. No he roto mis votos, pero te fallé. Por eso lo único que te puedo ofrecer es mi alma y reafirmo lo mucho que te amo. Tal vez te exaspere a ratos, pero evitaré hacerlo e incluso ya no me quejaré cuando me quites el televisor —consiguió que ella riera divertida—, leeremos juntos cada noche como solíamos hacer y luego te haré el amor hasta que estés satisfecha y ninguno pueda moverse. Y en la mañana cuando despiertes lo primero que verás será mi rostro enamorado. Es mi promesa.

—Cielos, Tomás —la chica no podía detener su llanto y lo besó con ansias—. Perdóname, mi amor, por el daño que te hice.

—Todo está olvidado —le aseguró con tranquilidad—, ahora dame tu mano.

—¿Sólo mi mano? —le preguntó ella con coquetería. Él carraspeó, pero se alegró de que no siguiera llorando.

—Reclamaré mi noche de bodas más tarde y será la noche completa, no lo dudes, pero por el momento... —acarició su mano izquierda y se maravilló con su suavidad—. Te amo y así será hasta que mi vida se acabe. Para siempre —le deslizó el anillo con cuidado y su mano le temblaba en el proceso. La besó largamente y así hubiese continuado, pero tenía una cosa en mente—. Mi hermano no está ocupando su departamento porque echó de menos la comida de mamá y por este mes está viviendo en casa.

—¿Qué me estás proponiendo?

—Tenemos el lugar para nosotros solos y yo llevo meses de abstinencia ¿serías tan buena de aliviarme un poco, gatita? —le preguntó con falsa inocencia.

—Toda la noche, Tomás. Toda la noche. Al fin de cuentas es nuestra noche de bodas —él extrajo las llaves de su pantalón y las agitó frente a ella. El sonido nada musical fue lo más armónico que Carmen había escuchado esa noche. De hecho, le contaría a Elena que sus músicos no le hacían el peso a ese sonido y le propondría que lo considerara en un futuro.

Agitando la cabeza con una sonrisa ella lo abrazó por la cintura y se dejó llevar hacia donde él quisiera.

Lo que calla tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora