Parte 3

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El desgarrador llanto fue menguando y Tomás acariciaba la espalda de su esposa con cariño.

—Me duele tanto —le confesó—. No puedo soportarlo ¿Cómo se supone que deje ir a mi hijo?

—No lo sé —la voz también le falló—, pero debemos dejarlo partir de alguna manera. Aunque eso no signifique que podamos olvidarlo. Yo no podré hacerlo, aunque quiera —suspiró con una media sonrisa y con los ojos brillantes—. Tomé su mano y acaricié sus dedos, eran tan suaves como la seda ¿puedes creerlo? Lo abracé contra mí, lloré con él en mis brazos. Era un niño hermoso. Era nuestro niño hermoso —dijo tocando el corazón de la joven que a su vez se vio azotada por antiguos recuerdos.

—Tenía fuerza. A mí me daba patadas continuamente —sonrió entre lágrimas.

—Sí que tenía ¡y sus pestañas! —exclamó él con euforia, casi parecía estar viviendo el momento en que había sostenido al niño inerte —eran largas y rizadas. Sus manitos pequeñas y perfectas, besé cada dedo diminuto —se mordió los labios temblorosos—. Amé su fortaleza. Todo de él, en realidad.

—Me hubiese encantado conocerlo —él la abrazó con más fuerza.

—Lo sé.

—Yo deseaba tener ese bebé.

—Lo sé, gatita. Yo también —ella lloró empapado su camisa y él se permitió llorar a su vez.

—No hay día en que no piense en él, en cómo sería, pero sólo encuentro vacío ¿por qué a nosotros? —le preguntó vehemente— ¡Yo amaba a ese niño! ¿Por qué?

—Gatita —susurró suavemente intentado calmarla—, nosotros somos simples seres humanos y no podemos escapar el destino —el cuerpo frágil de la joven temblaba por el llanto—. Esta es una prueba, mi cielo, y en la vida hay miles de ellas —pruebas duras, se dijo Tomás, porque esa era la más difícil que un padre podía vivir.

—Por favor, Tomás. No me dejes sola. No quiero estar sola —si ella no dimensionaba el peso de lo que le estaba pidiendo a él no le importaba.

—Nunca más, gatita. Nunca más.

—Si te pido que me dejes no lo hagas —siguió.

—No lo haré.

—Perdóname —le rogó, aferrada a él como si no hubiese nadie más con quien pudiese confiar.

—Ya no importa.

—Fui tan egoísta. Creí que sufría sola, pero tú sufriste también.

—No te sientas culpable, pero me rompiste el corazón —aunque lo dijo con humor, la verdad es que había sido cierto—, nunca pensé sentir algo así. Dos pérdidas en poco tiempo. Fue un calvario.

—Yo no lo sabía...

—No importa. Debía hacerme el fuerte, pero fue horrible, gatita. Horrible —su confesión tan honesta le hizo llorar con amargura.

—Perdóname, por favor —tenía el maquillaje corrido y los ojos irritados cuando lo miró, pero nunca había lucido tan hermosa para él.

—Todo está olvidado ahora y como última cosa —Carmen le prestó atención entre lágrimas que quebraron a Tomás por un momento— ¿Debo esperar la visita de tu abogado, mi amor? —ella rio, pero se oyó como un sollozo, con las mejillas rojas y él se sintió conmovido de que recobraran su color habitual.

—¿Tanto quieres tu libertad? —le preguntó Carmen siguiéndole el juego.

—A decir verdad, es tu decisión, pero si me pides el divorcio, me tendrás en tu puerta cada día insistiendo en que me concedas una cita.

—Entonces tendrás a mi abogado a primera hora mañana.

—Eres tan cruel —jadeó falsamente ofendido, pero sus ojos brillaron de interés un instante después— ¿Tendré que pedirlo yo otra vez? Podrías ser tú para variar las cosas —ella entendió a que se refería. Si la vez anterior había sido él quien le había pedido matrimonio, ahora le tocaba a ella.

—¿Quieres que me declare a ti que eres inmune a los encantos femeninos? —golpeó su hombro—, las chicas solían decir eso en secundaria.

—Pruébalo ahora. Intenta besarme, tal vez me resista y salga corriendo, sintiéndome violentado —ella se sonrojó y él también ante la idea, pero sólo un poco. Degustar sus labios nuevamente y fundirse por segundos eternos, perder el aire después de tanto tiempo separados era un sueño para Tomás.

Él cerró los ojos como invitación y ella se deleitó con la belleza de sus rasgos. Por la diferencia de estatura tuvo que alzarse sobre la punta de sus pies y apoyar sus manos en los hombros masculinos, sus labios se rozaron a penas y él gruñó en respuesta.

El beso se inició lento y fue un mero reconocimiento, aunque la sensación era igualmente hipnótica.

—Sabes a vino —murmuró ella en medio del beso.

—Y del caro —le corroboró él. Tomándola entre sus fuertes brazos.

La risa fue ahogada por un beso más profundo y pasional que encendió la sangre de ambos como hacía meses nada lo hacía. Tomás la besaba con hambre, marcando un ritmo que a ella siempre le había hecho perder la cabeza.

Se suponía que era ella quien estaba besándolo. No obstante, la tenía inmovilizada y recorría con sus manos su cuerpo demacrado y se sintió insegura ¿Y si ya no le atraía como antes? Se había descuidado mucho en esos meses.

—E-espera —lo detuvo ella cuando la mano de su marido se coló entre sus cuerpos para palpar su vientre. Paró el beso—. No creo estar lista aún.

Tomás se separó de ella. No la culpó, era él quien estaba en llamas ante su presencia, si Carmen necesitaba tiempo se lo daría.

—No voy a disculparme por desear a mi mujer —se defendió como un niño pequeño—, pero si es muy pronto para ti, lo aceptaré.

—¿Me deseas? —el solo hecho que pusiera en duda que lo hacía le hubiese ofendido si las circunstancias fuesen distintas. Solo que tenía motivos para dudar.

—Sí, intensamente.

—¿No crees que estoy muy delgada? —su inseguridad le apretó el corazón.

—Me da igual cómo estés, para mí no hay mujer más perfecta que tú.

A Carmen se le iluminó la mirada y le tomó de las solapas de su traje para besarlo con fuerza. 

Lo que calla tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora