Capítulo 2

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II



Llegó el lunes. Yo esperaba paciente a que los alumnos entraran al salón de clases. No había pegado un ojo en toda la noche, me sentía atormentado por los pensamientos que tenía sobre Sophia. Me planteaba la posibilidad de enfrentarla y preguntarle mirándola a esos lánguidos ojos marrones si era la misteriosa mujer del bar que me tenía tan trastornado durante semanas. No hallaba otra forma de decirlo, ¿saben? La imagen de Sophia me consumía por completo.

No obstante, una parte de mí temía acercarse a ella. Quizás porque era su profesor y se esperaba de mí cierto profesionalismo. Aunque, a esas alturas, ya no sabía cómo actuar.

Dudaba en si Sophia era esa mujer de peluca azul. Y, aunque fuera así, yo no tenía ningún motivo por el cual estar cerca de ella. «Quizás solo necesitaba una excusa», me decía. Me aterraba mi forma de pensar, ya no me reconocía… no era yo quien estaba hablando.

¿Había enloquecido? ¿O solo quería saberlo todo?

¿Por qué llegaba tarde a clases? ¿Por qué tenía esas ojeras tan oscuras? ¿Por qué era tan retraída? ¿Acaso tenía novio? ¿Podría yo acercarme y hablar con ella? ¿Podría yo ayudarla?

Todo.

Lo quería saber todo.

Y no pasó mucho tiempo en que pasara de querer saberlo todo a quererlo todo.

Por muy extraño que sonara, me rondaba por la cabeza aquella serie televisiva que mi prima, unos cuantos años más joven que yo, solía ver a los dieciséis años. Si no me equivoco, en la serie una chica ocultaba su identidad utilizando una peluca y nadie era capaz de reconocerla. ¿Cómo se llamaba? Me suena Miley Cyrus, pero esa es otra cantante, ¿verdad?

No importa.

Me reía de mí y pensaba: «No porque te pongas una peluca te hace irreconocible, ¿qué estúpido se creería eso?». Si hubiese sido un payaso, habría sido el más gracioso. Créanme.

De todas formas, la idea de que Sophia y esa mujer fueran la misma persona me resultaba imposible de concebir. Y no porque no se parecieran, ya que, como he dicho, su similitud física era lo que más llamaba mi atención, sino que sus personalidades eran diferentes. Me ponía incómodo tan solo considerarlo.

Llamé la atención de mis alumnos con unos ligeros golpes al escritorio de madera y señalé la pizarra. Le había solicitado a la clase estudiar acerca del corazón, puesto que tenía planeado hacer una conferencia al respecto una vez estuviéramos adentrados en el tema.

—Bien, ya les dí el tiempo suficiente para que anoten. Ahora es momento de conversar —dije, notando que, entre todas las miradas dirigidas hacia mi persona, la de Sophia brillaba por su ausencia—. ¿Algún voluntario para responder una pregunta?

Varios alumnos levantaron la mano y se rieron al mirarse unos a otros, pero mi atención solo se centró en Sophia. Ella tenía la vista fija en su cuaderno, mientras su bolígrafo rosa se cernía sobre el papel, como si estuviera enfrascada en sus pensamientos.

—Señorita Louis —llamé; ella alzó la vista sin apuro—. ¿Puede responderme una pregunta?

—Sí, Sophia. Ilumínanos con tu supuesta sabiduría, fastidiosa —susurró Nicholas Miller detrás de ella.

Nicholas, con su habilidad innata para ser el más molesto pero aplicado de la clase, era capaz de meterse en líos con cualquier alumno si yo no lo escogía para que respondiera alguna pregunta.

—Señor Miller, ¿podría guardar silencio? Por favor —pedí con ambas manos juntas.

Ciertamente me sentía un poco irritado.

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