Un gran hombre

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Lo único que le dejó Alphard antes de morir fue un viejo libro muggle con el nombre "El pequeño hombrecito" de Wilhem Reich. Su madre le pidió a Kreacher que lo destruyera, pero ella no lo conocía como él, no sabía lo mucho que le costaba deshacerse de los objetos valiosos de la familia. Si no los guardaba bajo los trapos de su cama en el sótano, los llevaba a lugares donde pudiera recuperarlos luego de ser posible. Así fue como Regulus encontró el libro en la tienda de objetos de medio uso de Cecil Court.

La narración comenzaba con:


Escucha, pequeño hombrecito.

Te conozco, te entiendo y voy a decirte quién eres, porque creo en la grandeza de tu futuro, que sin duda te pertenecerá; por eso mismo, antes que nada, mírate a ti mismo .


El funeral de su tío fue el más concurrido de todos los de la familia Black. Tom no quería que se llevara a cabo, y Regulus nunca estuvo seguro de qué hizo o negoció su madre para que le permitiera quedarse con el cuerpo, pero fue la primera vez en que vio las grietas en el corazón de Walburga. Le importaba. Era su hermano después de todo, su hermano menor. Y aunque estaba ciega de odio por la noticia de que la herencia completa caería en manos de Sirius, no era solo fuego lo que se escondía tras su mirada, sino el peor tipo de calma.

La ceremonia fue mágica, a pesar de que Alphard había pedido que lo enterraran en un cementerio muggle. Se castearon los hechizos, se virtieron las pociones y se leyeron los pasajes del descanso. No se incinera a los miembros de la familia Black, tienen su propia cripta en el cementerio de Paris y quedan sumergidos en un perpetuo estado de alteración temporal, presos ante la oscuridad de sus paredes para siempre.

Su madre no derramó ni una sola lágrima, se dedicó a actuar el papel que se le había asignado: el de la hermana en duelo. Muy en lo profundo, Regulus presentía que no solo era un papel.


Ni siquiera te atreves a pensar que podrías ser diferente, libre en lugar de oprimido, directo en lugar de cauteloso, amando a plena luz y nunca más como un ladrón en la noche.

Te desprecias a ti mismo, pequeño hombrecito, y dices: "¿quién soy yo para tener opinión propia, para decidir mi propia vida y tener al mundo por mío?"


Mientras el ataúd flotaba hacia la cripta, Regulus se cocía en su propia tragedia. Ahora portaba la marca tenebrosa. El dolor más perpetuante de su vida, peor que cualquiera otro que hubiera experimentado antes. La tinta no solo penetró la primera capa de su piel, ni la segunda, fluyó por sus venas y quemó cada espacio de su cuerpo hasta convertirse en su sangre. Estaba seguro de que si sangraba, lo haría en color negro, y de que ahora su cuerpo le pertenecía a Tom Riddle y no a él.

Negoció consigo mismo por el resto del verano:

Miedo.

Negación.

Culpa.

Resignación.

Al final solamente quedó odio y determinación.

Estaba haciendo las paces con el hecho de que nunca más sería capaz de sentir de nuevo el sol sobre su piel. En todos los lugares en los que James era puro y noble ahora Regulus era vil y descompuesto. Así se sentía, como si su cuerpo estuviera lentamente desmoronándose al son del que debió haberlo hecho el de su tío. Un olor nauseabundo, huesos que crujían como ramas secas, un escalofrío, como si la maldad lo acechara y, al mismo tiempo, estuviera dentro de él.

Amar requiere una inmensurable cantidad de valentíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora