Tres años después
Francisco y Esteban se despertaban cada mañana con el suave murmullo del despertador y el tenue resplandor del amanecer filtrándose por las cortinas.
El aroma a café recién hecho se mezclaba con el olor a pan tostado mientras preparaban el desayuno, intercambiando risas y miradas cómplices en la cocina.
-Dormilón, ¿te quedaste despierto viendo al pequeño dormir de nuevo?- bromeaba Francisco, mientras ponía una rebanada de pan en la tostadora.
-No te creas, estaba ideando un plan para cambiar pañales más rápido que vos-respondía Esteban con una sonrisa traviesa, mientras vertía el café en las tazas.
Dilan, el bebé que acababan de adoptar, envuelto en su manta favorita de colores brillantes, miraba el mundo con ojos curiosos y llenos de asombro mientras Francisco y Esteban lo sostenían entre brazos, susurrándole palabras de amor y ternura. Era increíble cómo un ser tan pequeño podía llenar sus corazones de una alegría indescriptible con solo existir.
Los cambios de pañal se convirtieron en una rutina diaria, pero lejos de ser tediosos, se convirtieron en momentos de risas y juegos. "¡Vamos, Dilan, es hora de cambiar tu pañal!" exclamaba Esteban con entusiasmo, mientras Dilan reía y pataleaba con alegría.
El baño del bebé era un espectáculo en sí mismo. Llenaban la bañera con agua tibia y añadían unas gotas de jabón con aroma a manzanilla, creando un oasis de calma y serenidad en el bullicio del día a día. "¿Estás listo para tu baño, bebito?", preguntaba Francisco con una sonrisa mientras Dilan emitía sonidos de anticipación.
La hora de la comida era un ritual sagrado. "tu mamadera, mi amor", decía Esteban con ternura, ofreciéndosela a Dilan como si fuera el tesoro más preciado del mundo.
Y cuando la noche caía y Dilan finalmente se rendía al sueño, envuelto en su manta suave y acogedora, ellos se dejaban caer en el sofá con un suspiro de alivio y satisfacción. Se abrazaban con ternura, compartiendo silencios cómplices y miradas llenas de amor, agradecidos por la bendición de tener a Dilan en sus vidas. En ese momento, sabían que no importaba cuánto cambiaran las circunstancias, su amor por él siempre sería inquebrantable.
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Aquélla mañana Francisco se levantó temprano, con una sonrisa ansiosa y un brillo especial en los ojos. Hoy era un día muy importante para él y quería que fuera perfecto. Se dirigió a la cocina con determinación, decidido a preparar algo especial para celebrar.
Con habilidad y cuidado comenzó a mezclar los ingredientes, recordando cada paso como si fuera una danza familiar. El aroma del chocolate y la vainilla llenaba la cocina mientras el pastel comenzaba a tomar forma en el horno. Francisco miraba con orgullo el resultado, sabiendo que sería el complemento perfecto para la sorpresa que tenía planeada.
Con la torta listo y una sonrisa de satisfacción en el rostro, se deslizó sigilosamente por el pasillo hacia el dormitorio. Esteban aún dormía plácidamente, ajeno al bullicio de la cocina. Con cuidado, Francisco se acercó a la cama y depositó suavemente la torta sobre la mesita de noche.
-¡amor, desperta!- susurró Francisco con voz suave, acariciando delicadamente la mejilla de Esteban.
Este bostezó y abrió los ojos lentamente, sorprendido al ver a Francisco frente a él con una sonrisa radiante.-¿Qué pasa,amor? ¿Dilan esta bien?- preguntó Esteban, frotándose los ojos con sueño.
-Hoy es un día especial-dijo Francisco con emoción, señalando hacia la mesita de noche donde reposaba el pastel-mira lo que hice
Esteban se sentó en la cama, frotándose los ojos para despertarse por completo, y su rostro se iluminó al ver la torta
-¿Es para mí?-preguntó, con los ojos llenos de asombro.
-Sí, es para vos-confirmó Francisco con una sonrisa-Es una felicitación por tus tres años sobrio. Estoy tan orgulloso de vos, amor
Esteban se levantó de la cama y abrazó a Francisco con fuerza, sintiendo el amor y la gratitud inundar su corazón. Juntos, cortaron una rebanada del pastel y la saborearon con deleite, compartiendo un momento de felicidad, tres años había sido difícil, pero con su hombre y ahora su bebé a su lado, Esteban estaba listo para una larga vida sobrio.
O eso creía.