La recompensa

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Dos años más tarde.

Dos años habían transcurrido desde aquella noche tormentosa que marcó un punto de inflexión en la vida de Esteban. Manteniéndose firme en su decisión de dejar atrás sus adicciones, había encontrado en la sobriedad un refugio de paz y claridad. Con esfuerzo y determinación, había logrado reconstruir los cimientos de su relación con Fran, su esposo, el hombre a quién amaba, enfrentando juntos los demonios que amenazaban con separarlos.

Su pequeño hijo, ahora con dos años, era la personificación del amor con el que era criado; Con sus risas contagiosas y sus travesuras incesantes, Dilan llenaba cada rincón de su hogar con una alegría indescriptible.

Esteban observaba maravillado cómo Fran y Dilan compartían momentos de complicidad, construyendo vínculos que parecían indestructibles. Aquella familia, que alguna vez estuvo al borde del abismo, había encontrado en el amor y la perseverancia un nuevo comienzo.

Los días se sucedían entre risas y juegos, entre abrazos y confidencias. Esteban se sumergía en su papel de padre con una entrega y devoción que nunca creyó posible. Cada mirada de su hijo, cada gesto de cariño de Fran, eran un recordatorio constante de lo lejos que habían llegado juntos.

Pero la sobriedad no era solo un regalo para su familia, sino también una oportunidad para ayudar a otros que luchaban contra las mismas batallas que él alguna vez enfrentó. Ahora, Esteban se desempeñaba como padrino en Alcohólicos Anónimos, brindando apoyo y orientación a aquellos que recién comenzaban su camino hacia la recuperación.

Un joven nuevo en el grupo, Matias, se acercó a Esteban en busca de consejo. Sus ojos reflejaban el mismo dolor y confusión que una vez consumieron a Esteban. Con paciencia y empatía, Esteban compartió su historia, sus caídas y sus victorias, inspirando al joven a no perder la esperanza.

Entre reuniones y sesiones de terapia, Esteban encontraba un propósito mayor en su vida: ser un faro de luz para aquellos perdidos en la oscuridad de la adicción. Cada paso que daba hacia adelante, cada día que permanecía sobrio, era un testimonio viviente de que la recuperación era posible, siempre y cuando se contara con el apoyo adecuado y la determinación inquebrantable.

Así, con su familia a su lado y su compromiso con la comunidad de Alcohólicos Anónimos, Esteban encontró un sentido renovado de gratitud y realización. Sabía que el camino hacia la sobriedad era un viaje lleno de altibajos, pero también estaba seguro de que, con amor, apoyo y la fuerza interior que había descubierto dentro de sí mismo, podía superar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino, y sabia también que pasara lo que pasara, su esposo, el hijo del pastor, el hermoso chico de chispeantes ojos verdes que le regalaba miradas en la iglesia, estaría siempre junto a él, convirtiéndose en su recompensa, el premio al final del camino de los doce pasos.

Fin

Los doce pasos: 𝐞𝐬𝐭𝐞𝐛𝐚𝐧 𝐱 𝐟𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora