El final.

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No podía comprenderlo. Allí estaba, sentado al borde del acantilado, tan pensativo como siempre, con su cabello iluminado por los últimos rayos de la luna, lo que lo hacía ver más perfecto de lo habitual. Era nuestra despedida; tal vez esa fuera la razón por la que se encontraba tan distante. El daño que nos estábamos causando era mayor de lo que ambos podíamos soportar. Habíamos llegado a los golpes: él me había dejado un par de moretones, y yo le había hecho que le pusieran un par de puntos. Nos amábamos, pero su mal temperamento junto con mis inseguridades habían acabado con todo lo bueno que alguna vez tuvimos. Él se levantó después de una hora. Yo había tomado la decisión de terminar con esto, pero él no podía aceptarlo. Se acercó a mí, rodeándome con los brazos, dejando a la luna como única testigo de que este amor siempre estaría entre nosotros, aunque camináramos de la mano de otras personas. No pude soportar tanto dolor, así que salí corriendo, huyendo, arrancando en el coche a toda velocidad, con las lágrimas resbalando por mi cara. No quería volver a amar a nadie nunca jamás. Era consciente de que él era la única persona que me hacía sentir viva, que despertaba hasta lo más mínimo en mí. Esa mañana, cuando me desperté y lo vi acostado a mi lado, supe que lo quería tanto que no podía permitirle seguir conmigo. No con una persona que destruía todo lo que estaba a su alrededor. Toqué con mis suaves dedos cada una de las heridas que había dejado en su cuerpo, nuestras discusiones haciéndome consciente de que tenía que detener eso. Él merecía algo mejor que mis constantes inseguridades, que siempre dejaban una marca en su cuerpo como recordatorio. Mis ojos estaban tan empañados que terminé saliéndome del camino y chocando con un árbol. ¡Mierda!, me grité mentalmente, odiándome aún más por lo estúpido que había sido todo aquello. Bajé del auto, furiosa y preocupada. El auto tenía una enorme abolladura en la parte delantera. Papá me mataría; tendría que pagar unos pesos por eso. Ya era el tercer daño en el mes. El primero fue cuando aventé una piedra furiosa a mi hermana Charlotte; ella se agachó, y la piedra impactó el parabrisas, haciéndolo añicos al instante. El segundo fue cuando iba discutiendo por celular y frené en seco, lo que provocó que la persona detrás de mí chocara y rompiera las luces traseras. Y ahora esto. No podía más. Así que me metí en el auto, recosté la cabeza en el volante y me quedé dormida, deseando con todas las fuerzas del mundo poner fin a mi catastrófica vida.

Sentí el fuerte golpeteo en la ventana, levanté mi cabeza algo adolorida y al mirar quién era el intruso que golpeaba mi ventana, me topé con unos enormes ojos color avellana. Era una joven un poco escuálida y se veía angustiada. Bajé la ventanilla y ella aprovechó para preguntarme si me encontraba bien. Asentí, subí nuevamente la ventanilla y retrocedí encarrilándome nuevamente, dejando a la pobre chica con las palabras en la boca.

Después de dejar a la misteriosa chica con los ojos color avellana en la calle, conduje sin rumbo fijo. Las luces de la ciudad parpadeaban como estrellas distantes, y mi mente estaba en un torbellino. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué seguía huyendo? Mi corazón latía con fuerza, y el eco de nuestras discusiones resonaba en mi cabeza.

Sí, Yes era su nombre. Un nombre que parecía una promesa y una maldición al mismo tiempo. Nos habíamos conocido en circunstancias extrañas, y desde entonces, nuestra relación había sido un torbellino de emociones. Él era apasionado, impredecible y peligroso. Yo, por otro lado, era una mezcla de inseguridades y deseos contradictorios.

Recordé la primera vez que nos besamos. Fue en un callejón oscuro, bajo la lluvia. Sus labios eran como fuego, y yo me dejé llevar por la tormenta. Pero después vinieron las peleas, los celos y las heridas. Él decía que éramos dos almas rotas que se encontraron en medio del caos. Yo solo quería escapar de ese caos.

El accidente con el árbol me había sacudido. Me sentía atrapada entre el amor y el miedo. ¿Cómo podía amar a alguien que me lastimaba tanto? ¿Cómo podía dejarlo ir? Las lágrimas seguían fluyendo, y mi mente se debatía entre la razón y la pasión.

Decidí volver a casa. No podía seguir huyendo. Al llegar, encontré a mi nana Victoria esperándome en la puerta. Su mirada era una mezcla de preocupación y reproche.

—¿Estás bien? —preguntó, y su voz sonó más suave de lo que esperaba.

—No lo sé —respondí—. Pero necesito tomar una decisión.

Victoria me abrazó. Era la única persona que entendía mi tormento. Ella también había amado y perdido. Había aprendido a vivir con las cicatrices.

—Tal vez deberías dejarlo ir—sugirió—.

—No puedo seguir así —dije—. No quiero más heridas.

Luego de tres semanas sin salir de mi apartamento había perdido unos kilos. Al revisar mi móvil, encontré más de 50 llamadas perdidas. Mi mente no paraba de reproducir cada uno de los momentos que había pasado con Yes. La primera vez que me topé con él fue en un supermercado. Yo estaba cabreada, la fila estaba repleta, iba de afán como de costumbre, llegaría tarde a clases. Así que pasé por el lado de la cajera, tirando el yogur que no compraría por la enorme fila. La chica que estaba de turno me gritó lo de siempre, "solo eres una malcriada consentida", a lo cual respondí enseñándole mi dedo medio. Entonces, justo cuando iba a subir a mi automóvil, alguien me gritó. En ese momento no me tomé el trabajo de voltear, solo lancé un "púdrete", me subí al coche y arranqué, sin pensar siquiera que el destino tenía algo distinto para mí.

Me levanté lentamente de la cama y observé detenidamente mi guardarropa. Nada de lo que había allí me apetecía lucir, pero no podía salir desnuda. Tomé la toalla y, en cuanto el agua tocó mi piel, surgieron nuevas lágrimas. Juré deshacerme de la persona que era. Fue entonces cuando cometí la primera locura de las muchas que haría: tomé una cuchilla y propicié el primer corte en mi piel. Vi cómo la sangre se dejaba arrastrar por el agua; la herida empezaba a arder y mi cuerpo pedía más dolor. Mi incesante furia solo buscaba una forma de salir de mi cuerpo. Cerré el grifo y me envolví en la toalla. Frente al enorme espejo de mi habitación, tomé unas tijeras decidida a cortar mi cabello hasta el cuello. Justo en ese momento, suena el timbre. Irritada, lanzo las tijeras hacia la cama.Al abrir la puerta, me topo con una reluciente charlott.

¿Acaso te has enloquecido? Papá está como loco. Llevamos semanas sin saber de ti.

¿Qué quieres? Déjame en paz.

Vas a matar a nuestro padre. ¿Acaso se te olvidó que arruinaste el coche?

Necesito que vayas al supermercado de la esquina y me traigas un tinte de color azul - dije, arrastrándola fuera del departamento sin darle tiempo de contradecirme.

En cuanto mi padre me vio, sentí toda su furia sobre mí. No podía creer lo que le había hecho a mi cabello, ni mucho menos que me viera tan desgreñada. Nadie excepto él sabía lo que había sucedido, pero eso no me libraba de su tenacidad. Él siempre decía que sus hijas no debían llorar por otros, que nadie era digno de tal cosa.

Destino EntrelazadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora