Parte 2.

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A los pocos días de conocer a Miguel y sentir que todo en mi vida por fin marchaba bien, comprendí que me había equivocado al creer que entendía a mi padre. Recibí una noticia que lo cambiaría todo: mi padre nombró a mi hermana CEO de la empresa, la empresa que yo había soñado dirigir algún día. Fue como una bofetada en la cara, la gota que rebasó el vaso. Un golpe seco y contundente que me alejó aún más de la familia que tanto me había esforzado por complacer.

Esa tarde, mientras caminaba por las calles sin rumbo fijo, me invadió una profunda sensación de vacío y desolación. Necesitaba algo que me sacudiera, que me hiciera sentir viva de nuevo. Algo que me alejara de la monotonía y la hipocresía de mi vida familiar.

En un callejón oscuro, casi por instinto, me encontré frente a un pequeño local con luces de neón parpadeantes. Un cartel anunciaba a grandes letras: "Las Divas de la Noche". Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero no sentí miedo, solo una extraña mezcla de curiosidad y adrenalina.

Entré en el local con el corazón latiendo con fuerza. La música era ensordecedora, el ambiente cargado de humo y el olor a alcohol impregnaba el aire. En el centro de la pista, una mujer bailaba con una sensualidad arrebatadora. Su cuerpo se movía al ritmo de la música, desafiando la gravedad con cada giro y cada contorsión.

No sé cuánto tiempo estuve observándola, pero en ese momento algo en mí cambió. Me di cuenta de que ese era el mundo que buscaba, un mundo donde las reglas eran diferentes, donde la falsedad era la reina y la adrenalina era la moneda de cambio.

Al día siguiente, regresé al local no como espectadora, sino como protagonista. Vestida con un atuendo llamativo y maquillada con colores vibrantes, subí al escenario. Al principio, el miedo me atenazaba, pero la música me invadió y mi cuerpo se liberó. Los ojos del público se centraron en mí, y en ese instante, algo en mí cambió.

Cada noche frente al espejo, probaba diferentes pelucas, cada una un cambio de identidad. Cada noche me convertía en una mujer distinta para un hombre diferente. La idea de ser anónima, de revolcarme con tipos que jamás sabrían quién era realmente, me llenaba de adrenalina. Estaba creando una nueva identidad, una que nadie conocía.

Esa mañana que mi padre me hizo cambiar de vida, me juré a mí misma no volver a enamorarme ni buscar la felicidad en otro. Para reafirmarlo, decidí tatuarme una flor de loto con un toque personal que, a distancia, se transformaba en un fénix. Era un recordatorio constante de mi renacimiento, una marca visible para todos, un símbolo de la mujer en la que me había convertido.

Mi vida había dado un giro inesperado. De día, era una mujer simple y apasionada por el arte, trabajando como asistente en una galería. Mi mundo giraba en torno a la belleza, la creatividad y la expresión artística. Pero al caer la noche, me transformaba en otra persona.

Me convertía en una bailarina en la oscuridad, una mujer nueva que encontraba su luz en los escenarios clandestinos. La adrenalina me invadía mientras bailaba, desafiando las expectativas y las normas sociales. En ese mundo oscuro y sórdido, era libre de ser yo misma, sin máscaras ni pretensiones.

Era una doble vida, una dicotomía que me fascinaba. De día, era una artista apasionada; de noche, una bailarina rebelde. En ambos mundos, encontraba una forma de expresarme, de conectar con mi interior y de desafiar las limitaciones que la sociedad me imponía.

La luz de mi nueva identidad no dependía de la aprobación de nadie, solo de mi propio deseo de libertad y autodescubrimiento. En la oscuridad, había encontrado mi propia luz, una luz que me guiaba hacia la independencia y la realización personal.

Destino EntrelazadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora