Capítulo 2: Una chica y cuatro parásitos.

135 46 74
                                    

Cierro mis ojos con fuerza al sentir los ligeros rayos del sol entrar por mi ventana y darme directamente en el rostro. Tapo mi cabeza fuertemente con la cobija acompañado de un gruñido de protesta por la intervención. Sé perfectamente bien que debo levantarme para ir a la preparatoria, razón principal de mi frustración.

Odio tener que levantarme temprano para ir en ese lugar, rodeada de gente inadaptada tratando de encajar y ser aceptados, haciendo cosas por moda, buscando aprobación de los demás. Y aguantar sentada allí por horas escuchándolos hablar de puras estupideces, y profesores que no tienen paciencia ni para peinarse. Además de estar muriendo de sueño. La sola idea me producía escalofríos.

Suspiro, derrotada por el sentimiento de responsabilidad que debo asumir. Suelto un último gruñido de frustración y me incorporo lentamente, usando toda mi fuerza de voluntad para levantarme de la hermosa comodidad de mi camita. Me coloco mis pantuflas de forma desganada y perezosamente me dirijo al espejo de mi armario para ver mi lamentable reflejo; ojeras, cabello negro que rozaba mis pechos, totalmente hecho un lío, la marca de mi almohada pegada a un lado de mi rostro, y eso lo que supongo que es baba seca.

En serio, tengo unas ojeras que me hacen ver como si desayunara droga.

Tenemos más ojeras que ganas de vivir.

Le lanzo una mirada cargada de desaprobación a mi reflejo antes de encaminarme hasta la puerta dispuesta a bajar a desayunar. El único momento bonito de mi mañana es comer.

Camino perezosamente hacia mi puerta. Me llevo la mano a la cabeza y me froto lentamente la sien al sentir un fuerte latigazo repentino de dolor. ¿Ya va, a qué viene eso ahora? Según yo me dormí lo suficientemente temprano anoche y no he llorado como para que me duela de esa manera. Tengo el presentimiento de que me estoy olvidando de algo muy importante...

Ignoro esas sensaciones, ya estoy acostumbrada a sentir cosas así al despertar. Acelero un poquito más el paso para abrir la puerta antes de arrepentirme y volver a tumbarme en la cama. Tomo la manija y la giro saliendo de la habitación un tanto mareada.

Pero apenas pongo un pie fuera de la habitación, una almohada sale volando del otro lado del pasillo impactando fuertemente contra mi cabeza.

—¡¡LA TUYA POR SI ACASO, PENDEJO DE MIERDA!!

Oigo gritar molesto a Lautaro desde el lado opuesto del pasillo, y luego a Alastor devolviéndoselo en el lado opuesto con otro insulto más fuerte. Los recuerdos de la noche anterior y aquel ritual me llegan de golpe como un balde de agua fría exageradamente cargada de hielo, volviendo a causarme un fuerte dolor en la sien.

—¿¡POR QUÉ NO TE CALLAS IMBÉCIL!?

—¡¿A SÍ?! ¿¡PUES POR QUÉ NO VIENES Y ME CALLAS TÚ IMBÉCIL!?

Estoy a punto de protestar irritada por aquel show que se andan montando esos dos. Pero veo a Axer, caminando despreocupadamente por los pasillos, luciendo fresco. Se detiene a mi lado apoyándose en el marco de la puerta con una sonrisita.

—Buenos días reinita —canturrea con aparente tranquilidad—. Tranquila, esta es su pelea matutina, en unos minutos se les pasará—informa dando un sorbo tranquilo al café que no me di cuenta que tenía.

Estoy a punto de replicar de nuevo irritada hasta que me llega otro almohadazo del otro lado mucho fuerte que el anterior.

—¡¡CÁLMENSE USTEDES DOS AHORA MISMO O LES JURO QUE LOS TIRO A LA CALLE COMO LOS ANIMALES QUE SON!! —estallo.

Ambos permanecen en total silencio, aun así, sigo sin relajarme ni un poco. Veo como Drake sale tranquilamente de una de las habitaciones del pasillo que sepa Dios de dónde salió.

Una Historia EncantadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora