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Sasuke:

¿Quién soy yo? Es una pregunta que me atormenta día tras día, sumergiéndome en un mar de confusión y desesperación. No tengo respuesta, solo un nombre que parece no pertenecerme: Uchiha Sasuke. Tengo 20 años, aunque el tiempo se siente distorsionado aquí, como si las horas se arrastraran y se retorcieran en una cruel broma del destino. He estado encerrado en este lugar oscuro y asfixiante durante un mes. Un mes que se siente como una eternidad, un mes en el que he perdido cualquier sentido de la realidad. Todo lo que tengo claro es que él fue quien me cortó la pierna.

La habitación donde me encuentro es un pequeño espacio sombrío, sin ventanas que me permitan ver el mundo exterior, como si estuviera en el fondo de un abismo. Solo hay un baño en una esquina y una cama que se siente más como un ataúd que un lugar de descanso. Desde que llegué a este lugar, esta ha sido mi única realidad, y me he acostumbrado a sus sombras, aunque nunca me he resignado a aceptar lo que me ha pasado. A veces, me pregunto si realmente estoy vivo o si todo esto es solo un sueño del que no puedo despertar.

El olor a encierro, a humedad y a desesperanza llena mis sentidos. Los días se confunden entre sí, las horas pasan lentamente, y a menudo pierdo la noción del tiempo. Me cubrí con las sábanas, el tejido áspero raspando mi piel mientras lamentaba mi infortunio. Mi mente daba vueltas, buscando respuestas, buscando algo que no pudiera encontrar. Sin embargo, la puerta se abrió de golpe, interrumpiendo mis pensamientos. Allí estaba él, trayendo dos platos de comida. Esa figura familiar, aunque terrorífica, era el único contacto humano que tenía, y al mismo tiempo, el recordatorio más doloroso de mi miseria. La comida que traía no me gustaba en absoluto; sabía a latas viejas y a una especie de tristeza que no podía evitar sentir. Solo me daba de comer comida enlatada, como si fuera un animal enjaulado.

—¿Sigues enojado? —preguntó con una voz que, aunque ligera, resonaba en mis oídos como un eco burlón. ¿Qué si estaba enojado? ¡Me había cortado la maldita pierna! Sentía que la ira se apoderaba de mí como una sombra oscura, envolviéndome en un remolino de emociones conflictivas. Sin embargo, su sonrisa inocente, casi infantil, solo lograba intensificar mi rabia.

—No me mires así, Sasu. Come, necesitas sanar rápido —insistió, con una sonrisa que no alcanzaba a esconder la locura que sabía que llevaba dentro. Parecía genuinamente preocupado por mí, pero no podía evitar sentir que esa preocupación era una máscara que ocultaba algo mucho más siniestro.

Tomé el platillo que me ofrecía y, en un arrebato de frustración, se lo lancé a la cara. La comida se esparció, pero eso no me alivió. Mi corazón latía con fuerza, y mis pensamientos se precipitaban, una tormenta de furia y desesperación. La habitación se sentía más pequeña, como si las paredes se estuvieran cerrando a mi alrededor, y yo estaba atrapado en su trampa.

—Creí que ya no estabas enojado —dijo, limpiándose con un gesto despreocupado—. Si hubiera sabido que ese día la luz se iba a ir, no te habría dejado solo. Me disculpo de nuevo, Sasu, pero sabes que me demoré en traer la muleta. Me persiguieron muchas "personas" en el hospital, y no podía permitir que me atraparan.

¿De qué estaba hablando? Todo era tan confuso, como un sueño del que no podía despertar. Me sentía atrapado en una pesadilla interminable, sin poder escapar de las garras de mi propio tormento. El sonido de su voz se convirtió en un murmullo distante mientras trataba de concentrarme en la confusión de mis propios pensamientos.

—Ten, come mi comida... —me ofreció de nuevo, con esa mirada suya que mezclaba preocupación y un extraño deleite. Terminé aceptando; el hambre me superaba, incluso en medio de la confusión. Pero, maldita sea, ¡él me cortó la pierna!

Él... él se llamaba Naruto Uzumaki. Tenía una personalidad demasiado infantil e inocente, lo que lo hacía aún más aterrador. ¡Era una coartada perfecta para un psicópata! Todavía no podía creer que alguien como él me hubiera secuestrado. La única memoria clara que conservaba era la de un día normal, una salida con amigos, la risa y el sol en mi cara, seguido de una oscuridad repentina cuando alguien me tomó de la mano y me arrastró hacia lo desconocido.

Habitaciones sin ventanas (Narusasu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora