Griff Von-Haga se arrellanó en el sillón desvaído, bajo la sombra de la marquesina, con el viento del norte levantando polvo y muerte a su alrededor. En su regazo descansaba una vieja Remington 870, recién cargada, exhalando aún humo por la boca del cañón. En su mano libre tenía un libro, abierto por la mitad, con las hojas amarillas salpicadas por gotas de sangre. A Griff le gustaba leer.
—¿El hombre en busca de sentido…? —le preguntó Rachel, sin perder de vista la parte alta de los edificios que coronaban el centro de la ciudad.
—Es mi libro favorito —Griff respondió por responder. No le gustaba perder el hilo de la historia por banalidades. De hecho, no le gustaba ser interrumpido.
—El mío es Juego de Tronos. —Rachel hacía guardia, yendo de un lado a otro, siempre cerca de Griff y su Remington, atenta del más mínimo sonido a su alrededor.
—No pensé en ti como una lectora. —A veces, Griff era sincero, y más cuando se trataba de libros. Pocos eran, después de todo, amantes de las letras.
Rachel ajustó el agarre que tenía sobre la AR-15, evidentemente cansada por la dura jornada de trabajo a las afueras del refugio. Alzó en repetidas ocasiones sus botas del suelo, respirando cada vez más fuerte a través de la máscara de gas, inquieta con su labor como vigía. Ella era más de jugar a las cartas y beber alcohol.
—Solo fantasía y ficción —le dijo ella.
—De ahí tu segundo nombre, supongo.
La muchacha asintió con la cabeza, quizás sonriente.
—Los Stark fueron los favoritos de papá. Creció leyendo esos copiosos libros, soñando con dragones y caballeros, con castillos y magia. La promesa de Ned siempre fue un enigma para él. Supongo que por eso me llamo Lyanna.
—Lyanna Rachel —murmuró Griff, apenas consciente.
—¿Qué hay de ti…? —Rachel se detuvo delante de él, en búsqueda de atraer su atención de Viktor Frankl y sus crudas vivencias en el holocausto.
Griff se pasó una mano por el pelo grasiento, cerrando el libro con delicadeza, y entonces elevó su rostro hacia el de la muchacha de cola de caballo. Su cabello era color canela, su piel de porcelana, y sus ojos olivas brillantes.
—Mi nombre no suscita una gran historia.
—Griff es un nombre poco común.
—Griff era el nombre del pastor alemán de mi padre. Fue un tipo con poco o nulo afecto por los niños, hasta su muerte. Mi madre quería llamarme Nate.
Rachel desvió la mirada, ligeramente sonrojada.
—No quise ser entrometida —dijo—. Lo siento. Cuando escuché tu nombre entre los muchachos, me llamó la atención. No pensé… Bueno, eso.
Griff sonrió bajo la máscara. Rachel había resultado ser una chica por completo diferente a lo que pensó en un principio. Tenía aspecto de matona de los eriales de Utah, siempre con sus tejanos negros, sus botas de piel curtida y la larga cola de caballo a dondequiera que fuese. Que formara parte de la banda de los muchachos de Ralph, a criterio de Griff, tampoco ayudaba con su imagen. En ningún sentido.
Los muchachos eran jóvenes errantes, provenientes de los refugios. Muchos habían nacido en los búnkeres E.R.G., criados y educados para sobrevivir en un mundo hostil y salvaje. Forjaban sus propias leyes y nadie mandaba sobre ellos. Eran brutales, crueles y fuertes, y se alzaban en la cima de la cadena alimenticia.
A varios kilómetros de la fuente de agua más cercana, en medio de un páramo, con suministros escasos incluso en los búnkeres, al acecho de abisales y carroñeros, sobrevivir era sumamente difícil. Los hombres no llegaban a sobrepasar la treintena. Las mujeres tendían a morir con sus hijos en brazos, no siempre por los engendros. Sobrevivir resultaba complicado para cualquiera, y Griff entendía de alguna manera la caída de la humanidad en el abismo de la locura. Pero que en aquel abismo dantesco existieran figuras de buen corazón era… extraño.
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ERG-Z: Abisales del Desierto
خيال علميGriff Von-Haga, audaz explorador de los Refugiados, se embarca en una expedición rutinaria por los páramos de Arizona, en busca de chatarra y suministros. Sin embargo, lo que encuentra no es nada ordinario: una niña con un pasado colmado de secretos...