INTRODUCCIÓN

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Daniel.

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—Aquí tienes, cariño —la señora Miller extiende el billete hacia mí—. Te veré pronto.

Sonríe mientras lo tomo y lo guardo rápidamente. Luego tiro de la manija para bajar de su auto, acomodarme los pantalones y deshacerme del condón en el contenedor de basura del callejón en el que estamos.

La mujer se vuelve a colocar los lentes oscuros antes de poner su costoso auto en marcha, dejándome solo con la ansiedad que poco a poco me carcome.

—Mierda, necesito cigarrillos.

Salgo del callejón y entro a la tienda de comestibles ubicada a su lado por una cajetilla de cigarrillos que pueda calmarme mientras consigo mi siguiente dosis. Pago con el billete que acaba de darme Leena y salgo de ahí con el cigarrillo en la mano.

Me paro en la acera mirando a los autos pasar por esta peligrosa zona en busca de mi siguiente conquista. Si consigo otra clienta ahora, podría asegurar lo de los próximos días.

Un lujoso auto, parecido al de la señora Miller disminuye la velocidad, otra mujer rubia mirándome.

—Bingo. —le sonrío.

Como lo supuse, el auto da la vuelta más adelante y se acerca lentamente, los vidrios tintados de negro bajando para que la rubia me mire.

—Hola. —me saluda. Es mayor que yo, igual que Leena.

—Hola, nena. ¿Estás perdida?

Señalo con la cabeza su auto y luego la calle en la que estamos, pero ella no parece entenderlo. Me inclino sobre la ventanilla para mirarla.

—¿Estás buscando diversión? ¿Tu esposo no te la da en casa? —sigue mirándome con las cejas juntas—. Dame 50 dólares y te daré algo para recordar.

La rubia sigue sin hablar y mi cigarrillo comienza a hacerse cenizas, lo que no ayuda a mi ansiedad.

—Nena, cuando quieras sabes dónde encontrarme.

Y con eso, me alejo de su auto dando una calada honda a mi cigarro, llenando mis pulmones del humo tóxico.

El sonido de la puerta abriéndose se escucha antes de que ella me llame.

—¡Espera! ¡Te pagaré!

Por supuesto que lo hará.

Me detengo para mirarla y afinar los detalles. Aún me quedan dos condones, podría llevarla al callejón en su auto como hice con Leena.

—Conduce por ahí y estaciona detrás de la tienda —señalo el camino—. ¿O prefieres ir a un motel?

Ella se detiene frente a mí, sus ojos azules mirándome de arriba a abajo.

—¿Cómo te llamas?

¿Eh?

—¿Importa? —pregunto balanceando el cigarrillo en mis labios.

—Si. —dice, sus ojos mirando mis brazos.

—Daniel.

—¿Daniel, qué? —insiste.

Mierda.

—Solo Daniel. —gruño en respuesta.

—Bueno, yo soy Keren. —extiende su mano para estrechar la mía.

—Encantado Keren, ahora hagamos esto porque tengo algo más qué hacer.

Su boca se abre, pero la cierra rápidamente. Me echa otro vistazo antes de cruzar los brazos.

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