Alguna vez su mamá le había leído historias con finales felices, cuentos de hadas donde los buenos, los nobles de corazón, los héroes y las princesas que viven en castillos tienen un principe azul que las rescatara y se casaran y vivieran felices por siempre, esos que tienen ese final feliz.
Alguna vez creyó que él también lo tendría, creyó con todas sus fuerzas hasta que se dio cuenta en esos cuentos él no pertenecía a los buenos, a los nobles de corazón, el no es una princesa ni mucho menos un príncipe que tenga un príncipe azul con el cual casarse y tener un final feliz.
El era de los que no lo merecían, de los que estaban sucios y podridos hasta la médula, de los que tiene que hacer lo que sea para sobrevivir. ¿Quién le daría un final feliz con el felices por siempre? y aún mejor ¿Quién se atrevería a amar a alguien lleno de cicatrices?
Tal vez la vida lo había lastimado demasiado y por eso le costaba tanto trabajo creer que alguna vez tendría eso de los cuentos que su mamá le leía o de las historias que contaban sus amados libros, él estaba seguro que no lo merecía. Que nunca tendría eso porque por algo eran historias, simple ficción. Porque cuando creyó que lo había conseguido solo se rompió en mil pedazos más que tuvo que cocer para poder seguir viviendo.
Porque él tenía ojos y se veía a sí mismo en el espejo y lo podía ver, a un chico lleno de cicatrices. Roto hasta decir basta y sucio.
¿Quién amaría al chico de las cicatrices? Él sabía la respuesta, nadie.
Al menos eso creyó hasta que llegó él.
Tal vez él había estado equivocado todo este tiempo.