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Los primeros momentos juntos no habían sido realmente cómodos. Era extraño. Habían pasado tantos meses en aquella sala de hospital con Sam completamente hundida en la neblina de su confusión que Harry había tenido el tiempo suficiente para crearse una imagen de Sam, y aunque él realmente era consciente de que no podía afirmar con toda seguridad que la muchacha representará al menos un 1% de eso, realmente deseaba con todo su corazón que lo fuera.

El problema, a su vez, era que Sam también tenía una imagen creada de Harry y aquella era una imagen totalmente distorsionada. Una imagen que Harry había llegado a repudiar debido a las mentiras del medio y las manipulaciones de su equipo para crear una imagen comercial para su carrera. Por lo que aunque ambos sentían una profunda y dulce conexión, las cosas no eran exactamente igual que en el pasado, cuando estaban sumergidos en esa neblina de desconocimientos.

El primer día Harry casi no había podido ver a Sam. Los doctores estaban haciendo todo tipo de análisis, y aunque Harry se moría por cruzar esa puerta y tomar la mano de la bella durmiente, no podía presenciar muchos de los análisis. Además, debía hacer muchos arreglos para poder continuar ahí y no seguir rompiendo las estrictas reglas que Jeffrey y su equipo de chupasangres, con Olivia incluida, le habían puesto en una desesperada medida de alejar a Harry de la muchacha al otro lado del corredor.

Esa noche Harry se había dormido en el sillón de la sala de terapia intensiva que ocupaba Samantha y mientras ella lo observaba desde el silencio de sus dudas, se preguntaba si todo aquello había estado en su mente en aquello días de letargo había sido real o un producto de su fastidiosa imaginación. Podía recordar con exactitud cada palabra de Harry, cada día de tristeza, cada noticia, cada línea ensayada, cada coqueteo e incluso esos días de soledad y silencio que la habían alejado de la luz.

Una parte de ella le aconsejaba que preguntara, que despejara sus dudas, sin embargo una parte, un poco más analítica le decía que aquello era una tontería, y que queda en vergüenza en frente de uno de sus artistas favoritos de toda la vida. Por otra parte, Sam se preguntaba cómo es que aquel hombre estaba tan decidido en quedarse allí, incluso cuando él podía ir a casa y dejar a una enfermera que la cuidara, ahora que estaba despierta y aparentemente no corre ningún peligro.

Sam sabía que Harry tenía mucha responsabilidad en cuanto a el accidente, pero no lo culpaba. De igual manera ella siempre había sido demasiado distraída y siempre cruzaba la calle de manera incorrecta, por lo que ambos pudieron tener la misma responsabilidad en su coma. Así que no le reprochaba, aún menos luego de hablar por teléfono con sus padres y enterarse de todos los detalles que el artista había tenido para con ellos.

El segundo día, Sam despertó con un fuerte dolor de cabeza y mientras las lágrimas caían por sus mejillas a causa de la profunda migraña que sentía, quedó paralizada al sentir una vez más los labios de Harry sobre su frente mientras sostenía su mano y llamaba a los médicos, con una preocupación palpable en el aire. Sam fue atendida de inmediato y luego de unos cuantos analgésicos, volvió a caer dormida, pero Harry jamás le soltó la mano. El jamás la dejó.

El tercer día llegó tan temprano como sus padres y mientras estos llenaban de mimos y atenciones a Sam, puedo ver como Harry se alejó respetuosamente y se retiró, prometiendo volver pronto.

Sus padres le dieron los detalles del accidente, las nuevas novedades y también algunos chismes que se había perdido. Rieron y compartieron un hermoso y nostálgico momento mientras almorzaban. Ellos parecían felices y tranquilos, incluso cuando Sam no podía sentir algunas de sus extremidades. Sus manos parecían cosquillear y de a poco había comenzado a moverse, gracias a los ejercicios de los doctores había podido volver a utilizar los tenedores al sexto día y al octavo sus dedos funcionaban con facilidad, aunque algo entumecidos, nada preocupante. Sin embargo sus piernas parecían estar dando una batalla más dura, cuando apenas podía sentir los pinchazos profundos que los doctores daban en las palmas de sus pies y sus rodillas. Eso sí era preocupante, sobre todo cuando a pesar del avance en sus manos y los ejercicios de los médicos, Sam no lograba mover un solo dedo de sus delicados pies.

The color of his eyes | Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora