Kazuma estaba sentado en el Gremio de Aventureros, con la cabeza apoyada en la mesa de madera. La animada atmósfera que lo rodeaba se sentía como un sueño lejano, las risas y charlas de los aventureros se mezclaban en un monótono zumbido. Se quedó mirando fijamente su bebida, el líquido espumoso reflejaba los ojos cansados de un joven que había visto demasiado y logrado muy poco.
Megumin, Aqua y Darkness estaban cerca, cada una disfrutando de sus propias formas de reconocimiento. Megumin, con su magia explosiva, era una maga célebre. Aqua, a pesar de su naturaleza a menudo molesta, seguía siendo una diosa y merecía cierto respeto. Darkness, con su noble linaje y poderosas habilidades de combate, era admirada por su fuerza y resistencia.
Pero Kazuma era diferente. Era terco, estúpido, inútil, débil... un don nadie. Las duras palabras resonaron en su mente, un mantra de autodesprecio que se negaba a disiparse. Había muerto y reencarnado innumerables veces, y cada muerte era un recordatorio de su incompetencia y mala suerte. Y ahora estaba tan cansado. Muy, muy cansado.