El cadáver de Jane Doe,
Inglaterra, Yorkshire, primavera, 2045El árbol crecía a unas yardas de distancia de la carretera. No demasiado al centro, pero tampoco tan cerca de la orilla de donde comenzaba el pavimento. Se alzaba altivo, y en silencio.
Aquella tarde había viento.
Sus raíces, como gruesas serpientes, estaban salidas de la tierra y recorrían gran parte del área de trabajo; sus ramas estaban caídas y un poco torcidas, impidiendo el paso; las hojas de un verde brillante convergían en sintonía y no permitían que el sol penetrase entre ellas; el tronco, que se apreciaba con dificultad, era grueso y encorvado; y debajo de todo, la hierba alta estaba completamente recubierta del fruto prohibido.
El páramo se extendía vasto y solo.
No había construcciones en los alrededores próximos, más que un par de árboles, algunas flores, un riachuelo y varias señales de "precaución" enterradas en el campo, como si se tratasen de espantapájaros.
Lucas Dyer y Howie Douglas estaban de pie a orillas de la carretera, a la altura de las camionetas de Hellbore International Research Company. Exactamente se hallaban a 80 yardas de distancia de dónde comenzaban aparecer las pequeñas frutas en forma de diminutas manzanas verduzcas que recubrían 470 yardas sin ningún espacio entre cada una de ellas, como si de un campo de amapola se tratase.
Desde la distancia en la que se encontraban, la escena parecía un puzzle dorado de algún patrón geométrico que se enlazaba a la perfección, pieza por pieza, sin dejar espacio para que algo más encajase. No había sitio alguno para poner un pie sin que alguien aplastara una de esas frutas y por ello, su vida se viese en peligro.
Del lado izquierdo, un equipo de excavadoras con palas en forma de cucharón aguardaban las instrucciones de la señorita Pabodie, quien con las manos en la cintura, decidía el futuro de aquella minuciosa operación.
De no haber sido porque el equipo de excavación se hallaba invadiendo territorio peligroso, el páramo habría estado en silencio y tal vez era así como debía de permanecer. De ese modo, fue que Lucas pensó en una cosa que durante toda la excavación no dejó de atormentarle:
"No deberíamos estar aquí".
A su izquierda, el sonido y el flash de la cámara roja de Howie le interrumpió.
—¿Alguna vez vio un árbol así, doctor?
—En el Caribe. Nunca en Inglaterra.
—¿Clima cálido?
El Doctor Dyer asintió.
—Y húmedo. Es algo particular que este creciendo aquí, de este modo. Las condiciones climatológicas y la acidez del suelo no permiten que una especie de árbol así tenga las condiciones necesarias para existir. Mucho menos para extenderse del modo en que lo ha hecho.
El chico tomó otra fotografía y se encogió de hombros mientras revisaba el rollo.
—Una semilla debió de haber volado hasta aquí. Mi abuela dice que eso sucede en ciertas ocasiones. Puede que una abeja o un pájaro se lleve la semilla y esta caiga en algún lado o vaya flotando con el viento hasta encontrar un lugar que le guste y eche raíz.
Lucas por fin volvió la mirada. Era mediodía, por lo que el sol se encontraba en su punto máximo. Se cubrió parte de la cabeza y los ojos con la libreta que llevaba. El chico sacudió la cabeza para acomodarse la gorra, sin apartar la vista de la cámara. Lucas entrecerró los ojos para poder verlo mejor. El sol ardía a la mirada.
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