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¿Qué era lo más prudente? Probablemente no intervenir de manera brusca, acercarse amablemente para informar que sus padres parecían tener una conversación muy seria y que debían hacer algo al respecto. Lo malo es que ni Mina, ni Bakugo, tenían el tacto ni la paciencia para eso. Kirishima los tomó a ambos por su ropa para evitar que fueran a agobiar a su amigo con preguntas y reclamos.

Al parecer no era el único que tenía que lidiar con esto, el profesor Mic caminaba detrás de los padres de Kaminari y hacía lo posible por detener al profesor Aizawa.

Ambos grupos estaban lo suficiente lejos de los involucrados, ignorando por completo la avalancha que se les venía encima, jugaban con Eri, al fin comenzaban a conversar de lo agitado que habían sido estos dos últimos días.

Los adolescentes se dieron cuenta antes del grupo de adultos, dejaron de actuar brusco, se miraron entre ellos dejando ver cada uno a su manera su preocupación.

El primero en salir corriendo fue Bakugo, seguido de él los otros dos; atravesaron el jardín de la recepción, la calle, y se detuvieron casi chocando con las mesitas del puesto de helados.

—No sé que esté pasando entre ustedes dos, pero por la estupidez que hayan hecho sus padres vienen hacía acá —dijo Bakugo, de forma lenta y clara, no quería ser exagerado y preocupar también a la pequeña niña que lo miraba de manera atenta.

Kaminari se puso pálido y su mirada se quedó fija en el delicioso helado que comía hace unos segundos con mucha felicidad. Al contrario, Hitoshi frunció el ceño, clavo la cucharita en el helado de moras, y se levantó de su asiento para confirmar lo que Bakugo les había dicho.

—Denki, ¿estás bien? —le cuestionó Eri, buscando su rostro, hasta que le pudo mirar los ojos. —Tus ojos parecen una pintura arruinada —dijo en voz baja, igual de conmovida, haciendo que sus ojos rojos se humedecieran.

Eri volteo a ver a su hermano por respuestas, pero él estaba muy atento mirando hacia el lugar en el que estaban despidiendo a su tía, por inercia volteó al alumno malhumorado de sus padres, su atención se fijo en el cabello llamativo de Kirishima y Mina.

—Vamonos de aquí —retomó la palabra Bakugo, mientras tomaba a Kaminari del antebrazo para levantarlo y sacarlo de ahí.

Kaminari volvió en sí parpadeando, alteraro negándose a irse. Cuando iba a objetar Hitoshi lo miró de forma severa.

—Vete. Toma tu helado, Eri —interrumpió Hitoshi cualquier intención que tuviera Kaminari de hablar.

Kirishima se acercó para decir algo, pero apenas pudo dar un paso cuando Bakugo lo detuvo extendiendo el brazo frente a él.
Luego miró con molestía e indiferencia a Hitoshi; no se quedarían así las cosas, pero lo importante ahora era alejarse.
Levantó a Kaminari de la banca y tiró de él para que empezara a caminar.

Sentía que le picaban los ojos, no sabía si era por llorar mucho o por tratar de retener sus lágrimas. Cuando lograron alejarse unas cuantas calles, Kaminari sintió que era rodeado por unos cálidos brazos, no hacía falta mirar para saber de quién eran, el inconfundible aroma del perfume de Mina se filtraba por su naríz, del otro lado el cuerpo pesado y robusto de Kirishima lo cubrió.

—¿Te sientes mejor? —dijo Kirishima, tratando de mantener el paso sin deshacer el abrazo grupal.

La respuesta que recibió fue un asentamiento y luego una ligera sonrisa que a Kaminari le había constado poner más que otros días. Tal vez estaba cansado, cansado de lidiar con el mal temperamento de Hitoshi cada vez que algo le causaba inconformidad, problemas tediosos que eran peores cuando Kaminari era el afectado. ¿Por qué no podía ser el mismo Toshi, todo el tiempo? El que lo motivaba a ser héroe por voluntad propia, el que mejoraba su ánimo cuando la cabeza se le saturaba con indecisión, con el que se escapaba y hacia de cosas simples algo fantástico. El Hitoshi de estos meses está tan molesto de lidiar incluso con cosas insignificantes.

Call Me what You Want • Shinkami Donde viven las historias. Descúbrelo ahora