Día 11

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Pensaba que era suficiente con darles amor a mis amigos, familiares y conocidos. Invertir el tiempo necesario para que ellos estuvieran bien consigo mismos. 

Mi personalidad siempre me impedía ser indiferente cuando alguien más sufría y sentía que mi trabajo era ayudarlas. Siempre estuve ahí, para ellos y por ellos. Nunca me pesó, nunca fue una carga para mí, lo prometo sinceramente, siempre lo hice de corazón y sin esperar nada a cambió. 

Pero no hubo nada más que rompiera mi alma y mi ser, como el saber que nadie me ayudó cuando yo sufría, nadie se molestó en preguntar si estaba bien, si me sentía bien, si todo marchaba bien; lloré porque miré como el mundo seguía sin mí, me sentí tan sola, tan miserable y tan desechable. 

La soledad que sentía no era nada familiar, no la había experimentado nunca, era una soledad que calaba en el alma y dejaba una estela de vacío por todo mi corazón. Era una soledad que creaba poco a poco una nudo enorme en mi garganta y que no me permitía llorar, aunque no era necesario, porque mi alma lloraba día con día, marchitando mi ser. Era una soledad que constantemente me recordaba que al mundo no le importaba. Era una soledad que me susurraba al oído que no era necesaria mi existencia en este plano, era una soledad que solo me orillaba a un acto que los cristianos consideraban pecado, sin embargo, no me importaba cometerlo. 

"Si a nadie le  importo, porque habría de importar mi muerte, de igual forma, muero cada día poco a poco y de forma silenciosa" 

Mi deseo más desesperado, era abrazar a la parca como una vieja amiga, tal vez ella apreciaría aunque sea un poco mi compañía. 

Ecos de una mente incomprendidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora