𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐈𝐈

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El timbre suena estrepitosamente.

Me levanto de golpe con el corazón desbocado del susto.

Salto de la cama corriendo, cubro la ropa interior con una bata y me calzo unas zapatillas de estar por casa antes de abrir la puerta.

¿Quién será? ¿Un repartidor? ¿Un testigo de Jehová? ¿La vecina cabreada? ¿Helena?

Helena...

Los recuerdos de anoche se atropellan entre sí dentro de mi cabeza.

La fiesta, el bar, Helena yendo al baño, las llamadas, el camarero, el coche y...

Él

El supuesto amigo de mi mejor amiga que pensaba que me iba a secuestrar.

Se fue anoche rápidamente y cabreado, como si no me hubiera asustado tanto que sentía que me iba a orinar en mi ropa interior. ¿Es que acaso está acostumbrado a influir miedo y hacer llorar de esa forma a las mujeres sin importarle una mierda? ¿Qué clase de monstruo es este? ¿Y de qué mierda conoce mi amiga a este tío?

Hasta donde yo sé, conozco a todo su círculo y me sé cada uno de los romances de Helena como si de la historia de un país se tratase; ¿es que acaso me he perdido algún capítulo de su vida o qué? En ningún momento la he escuchado mencionar a un tío rubio con gafas y tan imponente y frío como él, y es imposible que lo haya traído a casa porque me sé cada una de las personas que han pisado este suelo. Además, la mayoría del círculo de amigos de Helena son mis amigos y todos sus exnovios, mis enemigos. ¿De dónde mierdas ha salido este hombre? 

Dejo de pensar en ese hombre para centrarme en lo importante: ¿dónde coño está Helena?, y ¿quién no para de quemar mi timbre?

Me duelen los oídos ya del estruendo y abro la puerta de golpe para que pare quien sea.

―¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

Un cañonazo de confeti me explota en la cara y este se me mete hasta en la boca.

Toso y escupo el confeti mientras miro a mis padres sorprendida. Mi padre sujeta el tubo que ha hecho explotar confeti en mi cara y mi madre una tarta de cumpleaños seguramente hecha por ella.

―¿Qué hacéis aquí?―es lo único que puedo decirles mientras escupo confeti de colores por la boca.

―¡Hemos venido porque es tu cumpleaños, ma chérie!―mi madre se abre paso y entra con una brillante sonrisa, dejando el enorme pastel en la isla de la cocina.

―¿En qué momento habéis venido?―aún sigo perpleja, ellos viven en Francia y no les veo desde hace dos Navidades.

―Llegamos ayer a Nueva York, no te avisamos porque queríamos darte una sorpresa―mi padre también entra y me da un abrazo que correspondo.

Mi madre me separa de mi padre para abrazarme fuerte y zarandearme mientras me dice lo muy guapa que estoy.

―¡Ay, ma chérie! ¡Cuánto te he echado de menos! ¡Cada vez estás más guapa, ma fille!

―Mamá...no puedo respirar...

―Ay, désolé.―me suelta y me sonríe.―¡No podíamos perdernos tu vigésimo sexto cumpleaños!

Sonrío y miro la tarta cubierta de buttercream blanco y fresas, en la parte de arriba, escrito con buttercream rojo, mi madre ha puesto: "¡Joyeux anniversaire, ma chérie!", y un 26. No puedo contenerme y pruebo una fresa con buttercream, está deliciosa. En sus 35 años como pastelera siempre me ha sorprendido con sus mejores tartas, sin repetir ni un año la misma.

𝐅𝐈𝐍𝐀𝐍𝐂𝐄 𝐌𝐘 𝐋𝐎𝐕𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora