CAPÍTULO 14

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Los dos bloques rojos de ladrillos vistos (ligeramente iluminados por las farolas de las veredas), hacían un hermoso marco para el perfecto lienzo que resultaba la vista del imponente puente de Brooklyn al final de la calle, con sus tenues luces opacadas por la niebla. Aunque se encontraban en uno de los barrios más concurridos de Brooklyn, éste seguía manteniendo cierto equilibrio entre barullo y tranquilidad que había conquistado a la interna de Sana.
               
Antes de bajar, Tzuyu miró de soslayo a su acompañante y la misma parecía disfrutar de lo que veía por la ventanilla. Cuando ésta se percató de que habían llegado, desvió la mirada hacia el asiento del conductor y reprimió cualquier atisbo de duda que tenía. Habían llegado hasta ahí y lo más lógico era acompañar a Tzuyu donde fuera que quedara su hogar. Sana esperaba encontrar ahí las respuestas a muchas de sus preguntas, ignorando totalmente que tal vez saldría con muchas más. 
                
La rubia sintió que su cuerpo reaccionaba a la simple idea de subir con Tzuyu y, el recuerdo de su noche de fin de año, la invitaba a dejar a un lado todo raciocinio y apretarlo por la pared para besar cada centímetro de su piel. Ambas eran jóvenes y no podían esconder lo que el deseo reflejaba en sus cuerpos. Sana intentaba parecer racional, pero el brillo en sus ojos y la forma en que se mordía los labios mientras subían en el ascensor la delataban por completo.
                 
Tzuyu sentía la necesidad de complacerla, fue acercando su cuerpo de una manera tan firme que la rubia no pudo resistir. Sus respiraciones se habían tornado algo agitadas con el simple roce de sus labios, ante la peligrosa cercanía de sus cuerpos. Sana la tomó del pelo con ambas manos y dejó de pensar, sólo quería seguir sintiendo los labios de su chica pegados a los suyos, buscando profundizar el beso a cada piso que subían.
                 
Al oír que las puertas se abrieron, se encontraron con dos chicas que querían subir también y, por la forma cordial que saludaron a la pelinegra, Sana supuso que eran vecinas y se conocían, así que sólo sonrió amablemente para ambas. Aun así, no pudo evitar notar que una de las muchachas la miró con desdén, a pesar de su fallido intento por disimularlo. Miraba a Tzuyu cada vez que su amiga revisaba sus mensajes en el celular, así que la chica dorada entrelazó sus dedos con los de Tzuyu hasta que bajaron.
            
Ésta la miró un poco confundida, pero sonrió de costado y buscó en su bolsillo las llaves. Apretó los labios y le indicó con la mano que podía pasar. Cuando Sana entró, Tzuyu se pasó la mano por el pelo y suspiró, sólo deseaba estrujarla entre sus brazos y oler ese delicioso perfume que podía llegar a enloquecerla, incluso deseó despojarla de esa fina ropa y sentir el frío contrastando con sus ardientes cuerpos mientras se amaban.
               
— Es muy... hermoso — susurró la rubia, paseando la mirada a su alrededor. El ladrillo visto también se podía ver en el interior y hacía un perfecto contraste con los coloridos cuadros de estilo Pop que decoraban las paredes. Sana tragó saliva al ver, un llamativo sillón de cuero marrón en el centro de lo que parecía una sala de estar.
                 
—Gracias... — respondió Tzuyu, aún parada cerca de la entrada.
     
Sana observó que todo estaba en un inmaculado orden y lo entendió, porque Tzuyu lo reflejaba en todo lo que hacía en la empresa. Pasó la mano delicadamente por las flores que adornaban un mueble en el recibidor. Gardenias, olían tan bien que hicieron que ella cerrara los ojos del placer que le provocaba.
          
Sana buscaba retratos familiares que pudiera tener, pero sólo había algunas fotos de su época de colegio en Tokio y otras (con las mismas chicas, pero con unos años demás) en un lugar parecido a Irlanda, por las verdes praderas y empinados riscos donde habían sido fotografiadas.
                   
— Debes quererlas mucho — mencionó Sana, tomando el portarretratos en la mano. Luego de unos segundos, sintió la presencia de la pelinegra a su lado.
               
— Son unas amigas geniales. Las hermanas que nunca tuve — respondió Tzuyu, con una sonrisa que delataba muchas travesuras. Sana entrecerró los ojos y sonrió de costado — Ella es Wendy — la pelinegra señaló a una chica con el cabella negro — Y ésta, Jeongyeon — Está tenía el pelo corto y celeste, lo cual llamo la atención de la chica dorada y, debía reconocerlo, no estaba para nada mal. Sana volvió a colocar en su lugar la foto y vio otra donde se podía ver a Tzuyu abrazado a una mujer entrada en años, cuyos lentes parecían cola de botella.

𝐓𝐡𝐞 𝐒𝐞𝐜𝐫𝐞𝐭 - 𝐒𝐚𝐭𝐳𝐮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora