CAPÍTULO TRES
PRIMER PERIODO1
Música, dulce música. Los minutos volaron y sumaban dos horas del viaje. Ni siquiera era un cuarto del recorrido.
Habrían dicho que se veían encantadores, dos jóvenes rodando en un auto enorme al encuentro de las vivencias. Almas indoctas a las que todo les causaba sorpresa, una presunta inocencia que convertía a su amistad en algo fastuoso. Y en el tiempo en que se desplazaban de un lugar a otro el pulcro fervor crecería, y así siguió.Él y yo recorremos la costa del Golfo. Partimos hoy por la mañana.
Jamás creí dejar todo por algo tan repentino, no lo creería si yo misma me lo hubiese dicho hace tiempo.
Y aunque tiene tan poco que lo conozco, él ha sido realmente bueno conmigo. Hubo tanta espontaneidad..., y me bastó.Celeste comenzó a escribir en el diario digital oficial de su iPad, algunos pensamientos que con el viaje había ido generando en su interior. Varios eran la impresión por su alrededor. Más tarde lo transferiría a modo de lectura; por ahora escribiría cual lo hacía en papel: en cursiva con feos garabatos sin afinar.
2
BIENVENIDOS A CAMPECHE
ESTADO LIBRE Y SOBERANO—Compraré refresco y frituras. —Se untaba bloqueador en la piel. Retiraron ambas chaquetas hacía poco, y Celeste guardó las gafas polarizadas. Rostro y brazos expuestos, pieles suaves sensibles. Ejercitar sus cuerpos por día era quizá el único esfuerzo que hacían.
—Qué lindo reloj. Llenaré el tanque con la tarjeta.
—Ti, eh. ¿Falta? —Ella le untaba el sobrante del gel en la cara al amigo, evitando mancharle los anteojos.
—Debe haber una a la altura de la ciudad de Bécal, si no en la que sigue.
—Puta.
—Bueno, por la pista no falta tanto. Cuéntame algo. Lo que quieras —con muecas por el hostigoso olor del producto.
—¿Sobre qué, chiquito? —Le bajó al estéreo.
—Lo que yo no sepa.
Hacía conversación. Querían que valiera la pena cada vuelta de rueda.
Conducía de una manera correcta. Sus manos simulaban ser las manecillas del reloj a las 9:15 del día: izquierda nueve horas, quince minutos derecha. «Siempre con precaución», fue algo que su padre le recalcó.
—Creo que... conoces todo de mí —lo miró a los ojos.
—Es poco tiempo. ¿Qué pensaron tus padres?
—Eh, pues. Ni idea —dijo apenada.
—Cuén-ta-me. Oír el motor me agrada igual, pero esta vez que viajo contigo quiero atenderte. Sabes que me gusta tu voz.
—Mi voz suena horrible. —Arrugó la nariz.
—Tu voz es muy linda.
—Te burlas de mi nariz, habías dicho que tiene vida propia.
—No; si ni la vez cuando hablas. Está hermosa.
—Um, gracias. Pero no. Solo tus hoyuelos son bellos.
Los dos se sonrieron.
—¡«Chevy Nova»! —exclamó chistosa.
Celeste era de sonrisa gingival con algunos dientes chuecos. Era preciosísima cuando reía.
—Te lo paso. Me encanta verte feliz —él soltó al verla de nuevo. La esperaba.
Pero era verdad, esa nariz se movía atractivamente.
—Mira. Allá hay un estacionario y gasolinera. —Enseguida profirió dichosa, al ver el señalamiento—: Rico —aprovecharía a comprar su botana.GAS – OXXO – MOTEL
El combustible que las bombas surtían era ecológico. Antes se comerciaban para mejorar la calidad de cualquier gasolina como eco-adictivo. Fue fabricado en el país a partir de elementos naturales como el destilado de caña de azúcar. Contribuía con la economía mientras se generaban empleos, se cuidaba el medio ambiente y se impulsaba el campo mexicano a través del aprovechamiento de los recursos. Después del 2024, la fórmula fue mejorada para funcionar como inflamable regular, supliendo exponencialmente el uso de hidrocarburos en cantidad y solo para trabajos pesados.
Los «estacionarios» eran conjuntos de seductoras tiendas de convivencia mexicanas y habitaciones en renta, más frecuentados por movedores primarios de tarea pesada, como sitios para descansar que se situaban frente a una estación de servicio.
Aparte tenían una sección para abastecer de energía a los vehículos eléctricos y a los de panel. Aun cuando les daban mantenimiento a las susodichas, las instalaciones se encontraban dañadas.
Un sinfín de edificaciones lo manifestaban, no todas las residencias eran glaucas.
—¿La tuya o la mía?
Se acercaban allí.
—De esto me ocupo yo, «Cielo» —dijo Memo; se sentía responsable por traer el automóvil, ya que nadie le pidió ese favor.
—También tengo que apoyarte, chiquito.
—La idea fue mía —galante, entre comillas.
—Me chocas.
Memo redujo la velocidad. Orilló el Yenko para tomar turno en la corta fila para abastecer etanol anhidro.
Pisaba leve el acelerador.
—Va una. Va una —le decía ella, discorde. Vio los prados que atrás se quedaban. Hizo una pausa—. ¿Por qué no aparcaste de aquel sentido?
—Tenía que dar vuelta.
—Nene, ¡está vacío!
—Dijiste que querías extender nuestro viaje, ¿no? —dijo a modo de burla, mientras veía la carretera que aguardaba por su transitar, a la izquierda. Y casi se perdió una vez más cavilando.
—Sí —entonces jadeó ella—, tienes razón. —Le mostró un dedo medio.
Estas gasolineras de un color verde bandera, eran las más saturadas desde la Península de Yucatán hasta Tamaulipas. Los OXXO[1], las llamativas tiendas de autoservicio abiertas las 24 h, formaban parte de cada estacionario.
Fue turno de Memo. Bajó para llenar el tanque. Tardaron un hombre y mujer de encargados, pero él prefirió hacerlo por cuenta propia.
—Te gusta hacer eso —de Celeste a su amigo.
—Me aseguro de que surta completo —dijo él a volumen personal.
—«Bien Obrador», no chingues —se burló.
La entrada del depósito de gasolina del Yenko se hallaba del lado derecho. Celeste se asomaba sobre la puerta para verlo; Memo colocaba el distribuidor de combustible de mano tras levantar el tapón de relleno.
—Mierda. Apágalo, por favor.
—Claro, al menos puedo hacer eso.
Se inclinó para girar la llave.
—Hubiese aprovechado a comprar. —Lo pensó—. Mm. Bien, ahorita regreso. Te traigo tu bolsa.
Esta bajó del vehículo, iba directo hacia el OXXO. Vacía estaba la abacería.
La máquina de la bomba sin ruido, fluía el combustible dentro del tanque. El chico pagó al despachador. Todo pintaba bien.
El ambiente era sereno, hasta que...
De repente, se escuchó un inquietante chillido. Un arrastre metálico. Un ruido que era producido por... un pesado camión volquete que venía a toda velocidad desde el camino, ¡directo a impactar con el último auto en la fila!
Las personas se veían ofuscadas, apenas y pudieron girar. Pero Memo reaccionó incontinenti que su amiga recibiría el encontronazo, por ir caminando ante estos. Así que rápido llegó donde ella y consiguió jalarla de un brazo, alejándose de la debatible zona de choque...; aunque el alguien que conducía logró girar el volante, y colisionó solo con ese último auto en la hilera, cual dañó al de adelante.
Los gritos de las personas ponían tensos a los dos chicos. No sabían qué hacer, estaban atónitos entre tantos nerviosos. Todas las personas se acercaban al camión y unos intentaban rescatar a la gente atrapada en los coches. Aunque nadie resultó herido.
—Sube. Sube —le instó Memo a la amiga. Volvió a sujetarla del brazo—. Vámonos, por favor.
Ella se notaba como en choque (más que él, por...). Haciéndole caso, subieron fulminantes al Yenko.
En el entretanto y sin querer, Memo había dejado caer el distribuidor de etanol. Con las llaves puestas, pisó el embrague, quitó el freno de mano, pisó también el freno, dio marcha y encendió el motor —sucedió en cuestión de segundos—. Soltó el freno, el embrague, y el Yenko avanzó aplastando a la manguera.
Aceleró y cambió de velocidad algo forzado.
Se fue pisando a fondo, solo un poco más veloz de lo acreditado por él.
—Imbécil. Estuvo cerca —dijo, sin mirar hacia atrás; Celeste lo miraba sin parpadear: transpiraba un sudor frío—. Ya pedían apoyo. Esto pudo ser...
—Sí, mi gran «Billy» —seria, habló apenas.
—Lo lamento. —Le sujetó la mano izquierda un instante.
—No. Muchas gracias, chiquito —exhaló—. Gracias, de verdad. So-solo que, sé que también te debió afectar volver a ver un...
Él iba con vista alerta, ceñudo, ignoraba lo que había pasado; pero ella continuaba impactada. Pasmada. Comprendió ahora lo que significaba estar presente ante...
—Sentí como cuando... —él lo iba mencionar, hasta que la vio reír con rigor y conectarse el cinturón de seguridad, como acto seguido.
—¿Estás bien, Celeste? Que te revisen.
—No es necesario.
—Escucha.
—No es necesario, tranquilo —aclaró—. Pero que pinche horror para todos. Puto coraje, hasta el hambre se me quitó.
—Mira, es que. En primer...
Entonces timbró el dispositivo del chico a la par que se escuchaba un tono de música medieval:
—Chingao. Permíteme —Dos segundos—. ¿Diga? —contestó mediante su reloj inteligente—. Sí, era yo. Déjame te explico —lo mantenía arrimado a la oreja.
Momento en el que Celeste prefirió mantenerse en silencio, recargada en la puerta, pudiendo recordar cualquier cosa.
Cuando Memo colgó la llamada, tras varios minutos, le dijo que oía una sirena de ambulancia o patrulla, pero ella se limitó a esbozar una falsa sonrisa. Una, como la que mostró al partir de su hogar. Volvió la mirada y veía la carretera. Y Memo lo supo, bastó para asegurarse...
Puta madre. Qué cosas, ella reflexionaba. Qué bueno que estemos bien.
Salimos como locos, gracias a Dios y pudimos continuar.
¿Qué habría dicho...
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Bienvenidos al año cero ©
Misteri / ThrillerNovela. Misterio y suspenso. SINOPSIS En una sociedad que se marchita, Celeste es una adolescente culta, pero inexperta, que junto a su mejor amigo Memo decidió embarcarse en un largo viaje de autoconocimiento, recorriendo la costa del Golfo de Mé...