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Katsuki Bakugo había sido apuñalado dos veces, una en la pierna y otra en la costilla

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Katsuki Bakugo había sido apuñalado dos veces, una en la pierna y otra en la costilla. Todo ocurrió en una pelea territorial. Llegar al hospital fue solo por pura insistencia de sus superiores. Sin embargo, el joven de veintidós años odiaba quedarse quieto. La idea de tener que estar en una camilla le causaba picazón.

―¿Qué haces durante todo el día? ―preguntó Katsuki mientras miraba la televisión de la habitación. Solo había cinco canales, y tres de ellos solo transmitían noticias. Sin películas, sin series o documentales interesantes. Su teléfono se había arruinado gracias a la pelea, y no era como si pudiera llamar a alguien para pasar el rato en el hospital.

Su orgullo le prohibía irse del lugar. Quería demostrarle a aquel sujeto de cabellos verdes que parecía ido en la otra cama que él era un adulto que podía cuidarse y ser responsable con su cuerpo.

―Escucho algo de música... veo televisión y saludo a las enfermeras que entran a vigilarme ―enumeró Izuku con sus dedos todas las cosas que hacía.

Katsuki observó cómo el chico pecoso, sentado con las piernas cruzadas en la cama, giraba su cuerpo hasta quedar mirando hacia su cama. Era realmente interesante ver cómo Izuku podía moverse sin un bastón y recordar la posición de todo. Tenía buen oído, tacto y orientación.

―Qué divertido ―se burló Katsuki, silbando al final.

―Bueno, no esperes mucho de un ciego ―Izuku frunció el ceño, parecía algo enojado.

―No me malinterpretes, pero creo que puedes hacer muchas más cosas aquí.

―Es fácil para ti decirlo. Puedes moverte por todo el hospital sin chocar con cada enfermera que pasa.

Katsuki se sentó en la cama, sintiendo algo de dolor por las heridas que no tenían ni un día de haberse cerrado. Tampoco ayudaba que se moviera tanto por los pasillos, inquieto sin poder permanecer demasiado tiempo en la habitación.

―Mierda, vamos, te voy a enseñar. Odio cuando no me quieren dar la razón ―siseó al final mientras dejaba el control de la televisión en la mesita de noche.

Se levantó, sintiéndose patético por tener que usar una bata de hospital. Se acercó a la otra cama y cuidadosamente tomó la mano del pecoso.

―¿A dónde iremos? ―preguntó Izuku con duda, reacio a levantarse de la cama.

―Confía en mí, seré tu bastón ―se ofreció.

Terminó tirando del pecoso, le ayudó a ponerse las pantuflas y salió de la habitación con Izuku detrás de él.

―E-espera, Kats... Katsu ―el pecoso terminó mordiéndose la lengua al no poder pronunciar adecuadamente el nombre de aquel hombre que tiraba de su muñeca.

Katsuki solo pudo detenerse abruptamente, causando que el cuerpo de Izuku chocara contra su espalda. Se dio media vuelta y sujetó al más bajo por los hombros. Aunque sabía que el pecoso no podía ver, igualmente buscó su mirada. Aquellos ojos verdes esmeralda parecían no tener fin. Como un portal, como ver un par de auroras.

―Por favor, mierda... Me voy a marchitar si me quedo en esa habitación y si me ven solo, pensarán que quiero escapar.

―¿Me vas a usar de escudo? ―preguntó Izuku en un murmullo.

―Sí, pero si voy a usarte de escudo para no aburrirme, al menos hagamos algo divertido juntos ―aclaró Katsuki.

Su agarre en los hombros de Izuku era especialmente fuerte, tratando de transmitir que no lo dejara en su "exploración por el hospital."

―Pero yo no podré ayudarte con tu aburrimiento ―Izuku estaba acostumbrado a memorizar una sola ruta. Desde la puerta del hospital hasta el consultorio del doctor. Luego solo era guiado hasta alguna habitación.

Para irse era lo mismo.

Nunca había pensado en explorar un hospital; era obvio que perderse en algún lugar no era lo mejor, ni para él ni para las enfermeras que solían vigilarlo.

―Solo vamos, prometo no alejarnos demasiado ―Katsuki esperó expectante la respuesta del pecoso.

Vio cómo sus cejas se fruncían, el leve movimiento de su nariz al arrugarse ante la duda que carcomía su cabeza. Su parpadeo lento como aleteos que se mezclaban con el leve abrir de su boca al no saber qué responder.

―¿Lo prometes? ―preguntó Izuku con la mirada fija, mirando a la nada misma sin saber que a solo unos centímetros había alguien que se tomaba el tiempo de observarlo.

Katsuki soltó una risa casi parecida a una caricia. Asintió, aunque Izuku no pudiera verlo.

―Lo juro por mi honor ―alzó la mano derecha y juró en medio del pasillo de un hospital. ―Juro que no me alejaré de ti.

Izuku tembló de pies a cabeza, y aunque sabía que ese juramento solo era para una exploración en un hospital, aquellas palabras lo llenaron de tanta confianza que algo en su pecho se calentó. Casi parecía una promesa de por vida.

Ante la idea, sus mejillas se tornaron de un suave carmesí. Negó un poco con su cabeza y finalmente extendió su mano sana hacia adelante. Cuando sintió la calidez del agarre de Katsuki, solo pudo bajar la cabeza algo avergonzado.

Poco a poco, Katsuki comenzó a caminar por los pasillos mientras sujetaba la muñeca del pecoso. La mirada cautelosa del cenizo iba y venía para evitar a las enfermeras. En cada esquina, Katsuki podía sentir cómo la frente de Izuku chocaba con su espalda cuando tenían que frenar para esconderse.

Muchos pacientes los miraban de reojo, centrando la atención en el agarre de sus manos. A Katsuki no le importaba lo que la gente pensara y, por otro lado, Izuku ni siquiera era consciente de las miradas juzgadoras.

―Creo que tendremos que correr; un doctor viene por la derecha ―avisó Katsuki.

Izuku alzó aún más el rostro como si quisiera captar el ruido de dónde se acercaba el doctor.

―¿Eres consciente de que no puedo ver? ―preguntó Izuku, ladeando el rostro y frunciendo el ceño.

―Obvio, por eso solo corre. Yo te diré si debes frenar. Tienes buen oído, sé que podemos escapar ―el entusiasmo en la voz de Katsuki era palpable para el pecoso.

Izuku ni siquiera tuvo tiempo de prepararse, pues sintió cómo su mano era jalada en dirección opuesta. Sin poder creerlo, ya estaban recorriendo un pasillo a gran velocidad mientras los últimos rayos del sol caían sobre ellos. Y por aquel pequeño instante, Izuku pudo ver una luz parpadeante que lo impulsó a seguir corriendo mientras una sonrisa genuina se plasmaba en sus labios.

En esos cortos minutos, sintió que volvía a ser un niño de quince años capaz de disfrutar del mundo en su máximo esplendor. Y todo gracias a un desconocido.

 Y todo gracias a un desconocido

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BASTÓN || bkdkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora