Capitulo V

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Gabriel, Adrián y Sara emprendieron el viaje hacia la ciudad natal de Gabriel y Sara, un lugar que solía ser su refugio de infancia. Tras semanas en la cabaña en las montañas, Sara había comenzado a recuperarse tanto física como emocionalmente. Sus pesadillas se habían vuelto menos frecuentes, y su sonrisa había regresado, aunque aún tímidamente.

El viaje hacia su hogar fue largo, pero lleno de momentos de esperanza y reflexión. Gabriel y Adrián se turnaban al volante, mientras Sara dormía en el asiento trasero, su rostro relajado por primera vez en meses.

—Volver a casa podría ser lo que necesitamos para sanar por completo —dijo Gabriel, tomando la mano de Adrián mientras conducía.

Adrián asintió, con una sonrisa tranquilizadora.

—Es un buen lugar para empezar de nuevo. Estaremos juntos, y eso es lo más importante.

Llegaron a la pequeña ciudad al atardecer. Las calles, bordeadas de casas con jardines bien cuidados y farolas antiguas, estaban tranquilas. La casa familiar de Gabriel y Sara estaba ubicada al final de una calle arbolada, una imagen perfecta de la seguridad y la tranquilidad que esperaban encontrar.

Los primeros días en casa fueron pacíficos. Sara disfrutaba de los lugares familiares, y la comunidad, aunque un poco curiosa por su regreso, les dio la bienvenida. Sin embargo, esa paz fue efímera.

Una noche, mientras cenaban, comenzaron a escuchar ruidos extraños. Sombras se movían por la casa, y el aire se sentía pesado, como si algo maligno estuviera presente.

—¿Lo sientes? —preguntó Gabriel en voz baja, mirando a Adrián con preocupación.

Adrián asintió, su mirada oscura reflejando su determinación.

—Sí, es algo similar a lo que sentimos en la ciudad. Pero más fuerte.

Sara, que estaba sentada entre ellos, tembló ligeramente.

—Es Calderón. No nos ha dejado en paz.

Los días siguientes fueron una mezcla de terror y desasosiego. Objetos se movían solos, puertas se cerraban de golpe y extraños murmullos resonaban en la casa. Los vecinos comenzaron a notar los extraños sucesos y a murmurar entre ellos.

Una mañana, mientras Gabriel y Adrián intentaban limpiar el desorden dejado por una noche particularmente intensa de actividad sobrenatural, escucharon golpes en la puerta. Al abrirla, se encontraron con una pequeña multitud de vecinos, con expresiones severas y preocupadas.

—Gabriel, Adrián —dijo el vecino más anciano, el señor Rodríguez—. Hemos notado cosas extrañas desde que regresaron. Luces parpadeantes, ruidos en la noche. Nos preocupa lo que está pasando.

Adrián intentó calmar la situación.

—Entendemos sus preocupaciones. Estamos tratando de resolverlo. Es un asunto personal que involucra a Sara y su bienestar.

Pero los vecinos no estaban convencidos. Murmuraban entre ellos, y una mujer en la multitud gritó:

—¡Esto no es seguro para nuestros hijos! ¡Están trayendo problemas a nuestra comunidad!

El señor Rodríguez asintió con tristeza.

—Lo siento, chicos. Pero debemos pensar en la seguridad de todos. Si no pueden resolver esto pronto, tendrán que irse.

Gabriel, sintiéndose acorralado, miró a Adrián y luego a Sara, quien estaba detrás de ellos, escuchando con lágrimas en los ojos.

—Lo resolveremos —prometió Gabriel, apretando los puños—. Pero necesitamos tiempo.

Esa noche, decidieron enfrentarse directamente al mal que los perseguía. Reunidos en la sala, rodeados de velas y símbolos protectores, abrieron nuevamente el libro de hechizos, buscando una solución definitiva.

—Aquí está —dijo Adrián, señalando un ritual de exorcismo y protección—. Esto debería romper cualquier conexión que Calderón tenga con nosotros y nuestra casa.

Tomados de la mano, comenzaron el ritual. Las sombras alrededor de ellos parecían cobrar vida, girando y susurrando, tratando de distraerlos. Pero su determinación era inquebrantable. Mientras recitaban las palabras, una luz intensa llenó la sala, y las sombras chillaron, desapareciendo en un último estallido de oscuridad.

Cuando todo terminó, la casa estaba en silencio. El aire era claro y limpio, y la pesada sensación de maldad había desaparecido.

—¿Lo logramos? —preguntó Sara, su voz temblando de esperanza.

Gabriel abrazó a Adrián y Sara, sintiendo una paz profunda por primera vez en mucho tiempo.

—Sí, Sara. Creo que finalmente estamos libres.

Los días siguientes, los vecinos notaron el cambio. La atmósfera en la casa de Gabriel y Sara había vuelto a la normalidad, y las extrañas ocurrencias cesaron. Aunque la comunidad aún era cautelosa, comenzaron a aceptar que la paz había regresado.

El señor Rodríguez volvió a visitarlos, esta vez con una expresión más amable.

—Veo que han resuelto el problema. Gracias por mantenernos seguros.

Gabriel asintió, agradecido.

—Gracias por darnos la oportunidad. Solo queríamos vivir en paz.

Adrián miró a Gabriel y Sara, sintiendo un alivio profundo y una renovada esperanza.

—Ahora podemos empezar de nuevo. Juntos, como siempre debió ser.

Con el mal finalmente desterrado y su comunidad recuperando la confianza en ellos, Gabriel, Adrián y Sara sabían que podían enfrentar cualquier cosa que el futuro les deparara. Juntos, habían vencido la oscuridad y emergido más fuertes y unidos que nunca.

  

FIN

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