Capítulo III

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El crepúsculo teñía el cielo de tonos naranjas y púrpuras mientras Gabriel y Adrián caminaban juntos por el parque. Habían pasado semanas desde que se conocieron en la biblioteca de la universidad, y cada momento compartido había profundizado su conexión. Ahora, con el sonido lejano de los grillos y el suave murmullo de las hojas, Gabriel sentía que era el momento perfecto para abrir su corazón.

—Adrián —comenzó Gabriel, deteniéndose junto a un banco bajo un viejo roble—. Hay algo que he querido decirte desde hace tiempo.

Adrián se giró para mirarlo, sus ojos oscuros llenos de curiosidad y una chispa de emoción.

—¿Qué pasa, Gabriel?

Gabriel tomó aire, tratando de calmar el nerviosismo que revoloteaba en su pecho.

—Desde que te conocí, he sentido algo muy especial. Eres increíblemente inteligente, amable y me haces sentir cosas que nunca antes había sentido. —Hizo una pausa, reuniendo el valor para continuar—. Adrián, estoy enamorado de ti.

El silencio que siguió fue interrumpido solo por el canto de los grillos. Adrián, sorprendido pero visiblemente conmovido, tomó las manos de Gabriel entre las suyas.

—Gabriel, yo también siento lo mismo. Desde que llegaste a mi vida, todo ha sido más brillante, más significativo. —Sus labios se curvaron en una sonrisa—. Te amo, Gabriel.

Se abrazaron bajo el roble, sintiendo que en ese momento, el mundo entero se desvanecía, dejando solo la calidez de su amor.

Los meses que siguieron fueron una época de felicidad sin igual para Gabriel y Adrián. Compartían risas, sueños y desafíos, construyendo una vida juntos que era tanto un refugio como una aventura. Sus días estaban llenos de paseos por el campus, tardes de estudio y noches de películas y charlas interminables.

Pero una noche, todo cambió.

Habían encontrado un antiguo libro de hechizos en una librería de segunda mano y, por curiosidad, decidieron intentar uno de los encantamientos. Era una simple invocación, pensaron, algo para añadir un poco de magia a su vida cotidiana. Sin embargo, lo que desataron fue algo mucho más oscuro.

Esa misma noche, mientras dormían abrazados en su pequeño apartamento, un ruido inquietante los despertó. Un susurro extraño y una sensación de frío recorrieron la habitación.

—¿Qué fue eso? —preguntó Adrián, sentándose en la cama, sus ojos llenos de preocupación.

Antes de que Gabriel pudiera responder, una sombra se deslizó por la pared, tomando forma y solidez hasta convertirse en una criatura horripilante, con ojos rojos brillantes y garras afiladas.

—¡Gabriel, cuidado! —gritó Adrián, tirando de él fuera de la cama justo cuando la criatura se lanzó hacia ellos.

Se refugiaron en la cocina, respirando pesadamente y tratando de pensar en una manera de enfrentar lo que habían desatado.

—¿Cómo detenemos esto? —preguntó Gabriel, su voz temblando mientras buscaba algo, cualquier cosa, que pudieran usar como arma.

Adrián recordó el libro y corrió hacia la sala, donde lo habían dejado. Pasó las páginas frenéticamente, buscando algún hechizo que pudiera revertir lo que habían hecho.

—¡Aquí! —dijo finalmente, señalando un contrahechizo—. Necesitamos hacer esto juntos.

Se pararon en el centro de la sala, rodeados por las sombras de las criaturas que se multiplicaban. Tomados de la mano, comenzaron a recitar las palabras del hechizo, concentrándose en cada sílaba, sintiendo el poder de su conexión y su amor fluir a través de ellos.

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