Se había creído sola desde siempre, había crecido sin una mano a la que aferrarse y sin un hombro en el que apoyarse cada vez que su mundo se venía abajo. Había aprendido a sobrevivir por sí misma en un mundo en el que se le había exigido firmeza y fortaleza, y en el que había tenido que abrirse paso entre hombres y gentes enormes vestidas de traje. Y el resultado de todo aquello había sido la Marta que era ahora; exigente, calculadora, fría, era eso lo único que había dejado ver de ella ante los demás, porque así la habían educado: la fragilidad es para los débiles, y un De La Reina no podía permitirse serlo, ni podía llorar, ni podía flaquear. Pero la realidad era otra muy distinta, pues dentro de esa coraza protectora que ella misma se había impuesto, se escondía una mujer tierna, sensible y pasional, una versión suya que había sido reprimida durante toda su vida, la verdadera Marta.
Y sólo con aquella joven pelinegra se había atrevido a dejar esa coraza a un lado para ser un poco más humana y dejar a la verdadera Marta salir, aquella joven empleada, Fina, había conseguido tirarle los esquemas al suelo y devolverle la sonrisa y la calidez en el pecho que creía haber perdido.
Pero esta vez, de nuevo, era el dolor el que se aferraba desgarrador en el pecho de la mediana de los De La Reina.
Ver cómo sus trabajadores y conocidos habían arropado a la mujer de su vida en aquella cantina, llenándola de abrazos y cariño, la había destruido por completo, de tal manera que a penas podía mantenerse en pie. Únicamente sentía ganas de desaparecer, de desplomarse en el suelo y gritar, y sacarse de dentro todo ese dolor que había estado reprimiendo durante años. Porque Marta siempre se había sentido sola, pero nunca había sido tan consciente de ello hasta ese momento en el que se había dado de bruces con esa imagen que para otros habría sido enternecedora. Para ella había sido tan dolorosa como esclarecedora, pues sabía que jamás la querrían así, y mucho menos la arroparían así. Envidiaba ese amor y esa atención, porque ella nunca la había tenido ni la había sentido desde el fallecimiento de su madre. Y ahora ni siquiera contaba con el amor y la vitalidad de Fina.
Pero no podía hablar, ni podía llorar. De nuevo, una De La Reina no podía mostrarse vulnerable, aunque en realidad lo fuera.
Cadenas, sólo eran cadenas que la ahogaban.
Esa tarde de invierno, mientras vagaba como un alma en pena, Marta sólo podía maldecir su apellido, sólo podía odiar ser presa de esa cárcel. Repudiaba pertenecer a esa familia, que ni siquiera se había sentido como tal jamás. Odiaba pertenecer a ese clan que se lo había arrebatado todo y que la obligaba a permanecer sumisa ante los designios de los hombres de la casa. Vivía atrapada en una jaula de oro, y por más que creía haber derribado un barrote, pronto se daba cuenta de que sólo había sido una ilusión; que ese barrote seguía estando aún ahí, firme y asfixiante.
Se sentía vacía, sin ninguna esperanza de volver a ser feliz. Ya no podía disfrutar del amor de Fina, ni de sus besos ni sus abrazos que tanta vida le daban, sólo le quedaba seguir adelante como si nada hubiera pasado, pero bien sabía que no iba a ser capaz. Su corazón le gritaba desde lo más profundo de sus entrañas que volviera a esa cantina y recuperase a la mujer de su vida, pero su moralidad ganaba por goleada, y de no ser por las cadenas que la mantenían atada por la época en la que vivía, lo habría hecho sin pensarlo dos veces.
ESTÁS LEYENDO
🎀 One-Shots #Mafin 🎀 - (Marta & Fina)
Romance"Y entonces, ese día me miraste. Ese día clavaste tu mirada en la mía, y dejaste que nuestras almas se abrazaran. Ese día me miraste, y pude sentir cómo los "te quiero" se me disparaban. Esos "te quiero" que en mis entrañas gritaban, que te buscaban...