"Las riendas de mi vida me sujetan, me retienen y me aprietan para no dejarme correr a ti.
Y así me encuentro pensándote cada madrugada, sin saber nada de ti.
Ansiando tus labios, tu mirada y tu sonrisa, necesitando tu aroma cerca mía, tu piel contr...
Bueno, he aquí la segunda parte, sólo puedo decir que preparéis pañuelos si sois tan lloricas como yo. He tratado temas complicados y complejos con el mayor respeto que he sabido, no me odiéis y confiad en el proceso ;)
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-Y no podré controlar esta locura que siento por ti. –
Fina, al apenas terminar de pronunciar esas palabras, fue fuertemente envestida por Marta, que como un animal sediento, atrapó su boca con pasión desmedida. Si algún resquicio de control les quedaba aún, se había esfumado por completo en ese beso, pero no les importaba. No querían controlarse, no querían contenerse, no querían seguir conectadas a una realidad que les dictaba que su amor estaba prohibido, sólo querían amarse, volverse a reconocer después del tiempo perdido.
Las paredes de aquel apartamento fueron testigo de la pasión que se respiraba en el ambiente y se desbordaba por los rincones; de los suspiros ahogados y las caricias subidas de tono. Marta se mantenía dominante, devorando con devoción la piel de Fina y explorando cada uno de sus rincones, besando cada uno de sus lunares. Permanecía hipnotizada y completamente rendida ante la mujer que suspiraba y gemía entre sus brazos, y su deseo y necesidad fue tanta, que no tardó en llevarla en volandas hacia su cama, allí estarían más cómodas.
Fina, con la vista totalmente nublada por el placer, se dejó caer sobra la mullida cama de la recámara de Marta, quien se posicionó sobre ella para seguir devorando su boca y su piel. Sus labios se encontraban hinchados por la intensidad de los besos y estaba segura de que en su piel ya empezaban a aparecer numerosas marcas provocadas por la necesidad desbordada de la mayor. Sin embargo, no podía quejarse, ni quería ni podía. Por fin estaba de nuevo al lado de Marta, de su Marta, su viejo amor, ese que había conservado intacto durante tantos años, y Marta sentía lo mismo por ella, también había conservado sus sentimientos. Qué más podía pedirle a la vida, si ya era un milagro volverla a tener entre sus brazos.
En un movimiento inesperado, Fina se posicionó sobre Marta, arrancándole una sutil risa de satisfacción que rápidamente fue silenciada por los labios de la morena. Así, Fina emprendió un camino de besos húmedos desde su cuello hasta sus pechos, cuyos pezones se encontraban erectos y endurecidos por el placer. Retiró suavemente la camisa que cubría aún el torso de la rubia, y se lanzó a sus pechos para succionarlos y torturar a su amante, que permanecía con los ojos cerrados, con la mente totalmente nublada. Fina se embriagaba del perfume de Marta, de su piel pálida y suave como la seda, de sus curvas. Era perfecta, angelical, casi como una diosa recién caída del Olimpo, como un ángel descendido del mismísimo cielo.
La mano de la pelinegra comenzó a descender por el abdomen de Marta, con el objetivo de llegar a su intimidad, una que la rubia sentía excesivamente húmeda desde que la morena le había rozado tan sólo un milímetro de piel, pero de repente, algo se bloqueó en su cabeza y como acto reflejo, cerró en un movimiento brusco sus piernas y retiró la mano de Fina de su abdomen con un manotazo. Su cuerpo sufrió un espasmo que alertó de inmediato a la pelinegra, que preocupada, la miró con un halo de confusión. Aun así, volvió a besar los labios de su amor, pero esta vez con delicadeza y suavidad, buscando calmarla y hacerle saber que todo estaría bien, pero sin resultado alguno, los labios de la rubia no respondían al beso y aun permanecía con los ojos cerrados, sumida en lo que parecía ser un trance.
