Mis hermanos y yo estábamos patrullando la ciudad como cada noche. Las luces de Nueva York brillaban como estrellas caídas, reflejándose en los charcos que dejaba la reciente lluvia. La ciudad, siempre despierta y vibrante, tenía un aire de tranquilidad inusual, como si incluso el bullicio constante hubiera decidido tomarse un respiro.
Era una noche bastante tranquila en Nueva York, pero igual que siempre... fría. El viento cortante se filtraba a través de los callejones y rascacielos. Mientras caminábamos por las azoteas y saltábamos de edificio en edificio, manteníamos nuestros sentidos alerta, buscando cualquier rastro del Clan del Pie o del Kraang. La luna llena iluminaba nuestro camino, y sus sombras parecían seguirnos en cada movimiento.
Aunque estábamos bastante alejados unos de otros, teníamos nuestro T-Phone para comunicarnos. La tecnología que Donatello había desarrollado nos permitía estar conectados en todo momento, asegurando que si alguno de nosotros encontraba problemas, los demás estarían allí en un instante. A través del auricular, podía escuchar a mis hermanos respirando, el sonido de sus pasos y, ocasionalmente, algún comentario sarcástico de Michelangelo, intentando aliviar la tensión.
Raphael estaba más adelante, siempre el primero en la línea de ataque, su mirada feroz escrutando cada rincón oscuro. Donatello analizaba datos en tiempo real, buscando cualquier señal electrónica que pudiera indicar actividad enemiga. Michelangelo se mantenía alerta, pero no podía evitar disfrutar un poco del paisaje urbano, siempre encontrando algo nuevo en la ciudad que nunca duerme. Y yo, Leonardo, el líder, revisaba el mapa holográfico, planeando la ruta más eficiente para cubrir la mayor área posible.
En el horizonte, una sirena de policía rompió la calma nocturna, recordándonos que aunque la noche parecía tranquila, el peligro siempre estaba al acecho. Nuestros sentidos se agudizaron y nos preparamos para cualquier eventualidad. Esta era nuestra vida: proteger a la ciudad desde las sombras, siempre listos para enfrentarnos a cualquier amenaza que se atreviera a desafiar la paz de Nueva York.
La noche estaba lejos de terminar, y aunque aún no habíamos encontrado ningún rastro del Clan del Pie o del Kraang, sabíamos que la calma era solo temporal. Seguimos adelante, con la certeza de que, tarde o temprano, nos encontraríamos cara a cara con el peligro, listos para defender nuestro hogar una vez más.
Pero todo parecía tan tranquilo... Decidimos retirarnos. Mis hermanos ya iban en camino de regreso cuando decidí retirarme también. Sin embargo, justo en ese momento, un pequeño sonido en un callejón oscuro me hizo detenerme en seco. Era casi como un grito ahogado. Mi corazón se aceleró y mis instintos se agudizaron. No podía ignorarlo.
Desenvainé mi espada de forma amenazante y salté hacia el callejón con la agilidad de un ninja. Miré a mi alrededor, escudriñando cada sombra y rincón, pero no encontré nada a primera vista. "Quizá solo es mi paranoia," pensé mientras me disponía a guardar mis katanas.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de enfundarlas, noté un pequeño bulto que sobresalía detrás de un bote de basura. Algo en mi interior me decía que debía investigar más a fondo. Aún en una pose de defensa y con ambas katanas firmemente empuñadas, me acerqué sigilosamente, cada paso calculado para no hacer ruido.
La oscuridad envolvía el callejón, pero mis ojos estaban acostumbrados a la penumbra. Podía escuchar el sonido de mi respiración y el latido de mi corazón, cada vez más fuerte a medida que me acercaba al bulto. ¿Qué sería? ¿Un animal herido? ¿O alguien en peligro?
Mi mente repasaba todas las posibilidades mientras avanzaba, preparado para cualquier eventualidad. Con cautela, moví un poco el bote de basura para obtener una mejor vista. Lo que vi a continuación hizo que mi corazón se detuviera por un momento. Aún con las katanas listas, me incliné para ver de cerca, mis sentidos en alerta máxima.
Fue entonces, cuando pude observar con más claridad, una pequeña figurita en la penumbra del callejón. Era una niña bastante pequeña, de espaldas a mí, sola y temblando. No podría decir a ciencia cierta si era por el frío de la ciudad o si tenía miedo de algo más.
Me acerqué lentamente, con movimientos suaves y sin hacer ruido para no asustarla más. No detectaba ningún peligro inmediato, así que decidí enfundar mis katanas y tocar suavemente su hombro para llamar su atención. Ella reaccionó girándose de manera brusca y asustada, pero cuando me vio, su expresión de horror cambió a una de confusión profunda.
Sus ojos se abrieron ampliamente al encontrarse con los míos, llenos de curiosidad y preocupación. Era comprensible su reacción, considerando que soy un mutante, algo que no se ve todos los días en las calles de Nueva York. Sin embargo, en lugar de retroceder o gritar, la niña parecía intrigada. Quizás para ella, la presencia de un mutante no era tan extraña como yo había imaginado.
Me arrodillé frente a ella, tratando de parecer lo menos amenazante posible. Le ofrecí una sonrisa tranquila y extendí una mano hacia ella, en un gesto de paz y amistad. La niña me miró con cautela, pero después de un momento de duda, extendió tímidamente su mano hacia la mía.
"¿Estás bien?" le pregunté con voz suave, preocupado por su bienestar. La niña asintió lentamente, pero pude ver la tensión en su cuerpo, la fragilidad de su apariencia en contraste con la dureza de la ciudad que la rodeaba.
"¿Dónde están tus padres, pequeña?" pregunté, pero no obtuve respuesta alguna. "¿Te has perdido?" intenté de nuevo, pero el silencio persistía. "¿Estás herida?" Mis palabras parecían perderse en el aire, sin que ninguna saliera de sus labios. En cambio, la niña me miraba con curiosidad, sus grandes ojos oscuros fijos en los míos.
Me invadió una sensación de inquietud. ¿Quizás no sabía hablar? Pensé, preocupado por su bienestar. Sin embargo, antes de que pudiera formular más preguntas, la niña me hizo regresar bruscamente a la realidad. Comenzó a hacer gestos con las manos, movimientos que no podía comprender.
Al principio, me quedé desconcertado, tratando de descifrar lo que intentaba comunicarme. Pero luego caí en cuenta de algo que no había considerado antes: quizá la niña tenía alguna discapacidad auditiva.
Me sentí abrumado por una mezcla de emociones: compasión por su situación, preocupación por su bienestar y determinación por ayudarla de la mejor manera posible. Respiré profundamente, tratando de mantener la calma, y decidí actuar en consecuencia.
Las señas que la niña hacía con las manos eran un lenguaje que yo no podía descifrar, pero enseguida pensé en alguien que sí podría: Donatello, el genio de nuestro grupo. Si alguien podía entender lo que la niña intentaba comunicar, era él. Y si no podía hacerlo de inmediato, encontraría la forma de hacerlo.
"Tranquila, pequeña..." murmuré con voz calmada, tratando de transmitirle seguridad. "Te llevaré a un lugar más seguro." Extendí los brazos hacia ella, ofreciéndome a llevarla en brazos. Con un gesto suave y tierno, la niña accedió. La levanté con cuidado, sintiendo su fragilidad en mis brazos, y decidí que era hora de llevarla conmigo a la alcantarilla, donde el resto de mi familia nos esperaba.
Caminé con paso firme pero cuidadoso, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre mis hombros. La niña se aferraba a mí con confianza, como si intuyera que yo la protegería. En mi mente, imaginaba cómo Donatello analizaría cada gesto y señal que la niña hiciera, buscando entender su mensaje.
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----------------------ᶠⁱⁿ ᵈᵉˡ ᶜᵃᵖⁱᵗᵘˡᵒ ¹
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𝐒𝐮𝐬𝐮𝐫𝐫𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐍𝐮𝐞𝐯𝐚 𝐘𝐨𝐫𝐤
FanfictionEn el corazón de Nueva York, una adolescente brillante descubre una verdad que podría cambiarlo todo. Pero su descubrimiento la convierte en el objetivo del temido Clan del Pie y el despiadado Baxter Stockman. Secuestrada y sometida a experimentos i...