Becky se despertó de la siesta avanzada la tarde. Adormilada, se puso boca arriba, aspiró el aire limpio y fragante y se quedó escuchando la algarabía que entraba por la ventana. La selva nunca estaba en silencio, casi se la oía crecer. El caos bullicioso del crepúsculo anunciaba la desaparición inminente del sol. Los insectos chirriaban sin cesar, las ranas croaban y todos los seres vivos de la isla, recobrándose del calor del día, volvían afanosamente a casa aprovechando los últimos bocados que encontraban por el camino.
Era completamente distinto de la ciudad. No se oían bocinazos de claxon, zumbido de tráfico, radios, televisores ni hordas de gente. Sólo el latido eterno del océano y el reconfortante sotto voce de la naturaleza viva.
Se levantó de la cama, llegó a la cocina y miró con desconsuelo las tazas sucias que se habían quedado en la mesa. Pensó que tendría que preparar algo de comer, aunque no tenía hambre, en realidad. Se sirvió un vaso grande de zumo de pina, salió cojeando a la galería y se dejó caer en un sillón de caña.
Siempre podría leer un libro. Había llevado una buena cantidad de ellos en ediciones de bolsillo.
O podría escribir una carta...
«Querido Nigel:
¿Qué tal los entrenamientos? Gracias por las flores. Estoy pasando unas vacaciones en las islas Koh Tub. Te llamaré cuando vuelva.»
¿Iba a escribirle? Nigel no había marcado un nuevo récord de visitas al hospital, precisamente. Aunque, por otra parte, ¿qué esperaba ella?
Sólo habían salido unas cuantas veces, aunque Nigel había sido para ella más que cualquier otro conocido del club, y él siempre daba a entender a sus compañeros que entre ellos dos había algo.
Tenía mucho que hacer, claro. Faltaban pocos meses para la selección olímpica y todavía podía mejorar su tiempo. Como deportista, Becky entendía perfectamente esa clase de imperativos. Cruzó las manos detrás de la cabeza e intentó refugiarse en los ejercicios de rutina.
Arriba, flexión, extensión, flexión, extensión.
No sirvió de nada. No podía dejar de pensar en ello. Todavía ahora, seis meses después, casi no podía creérselo. Todo había sucedido muy deprisa. Le habían ofrecido acompañarla a casa, pero ella había dicho que no. Había llevado su propio coche y, además, Nigel le había pedido que se quedara a tomar otro trago. Dos copas después, le pidió que fuera con él a su casa, pero Becky, buscando una excusa para evitarlo, dijo que tenía que llevar a Song a su casa. A Song siempre había que llevarla a casa porque no tenía carnet de conducir.
A Nigel le sentó muy mal, y con razón, supuso ella, porque hacía meses que le decía que no, aunque ni siquiera sabía por qué. Aquella noche la llamó frígida y un par de insultos más, y ella se marchó en el coche conduciendo en pleno ataque de rabia. Ni siquiera vio la esquina.
Y tampoco ahora recordaba lo que había pasado. Song estaba diciéndole que redujera la velocidad y, al minuto siguiente, estaba tumbada en una cama, con un gotero pinchado en el brazo y una enfermera enfocándole los ojos con una linterna.
Tragó el nudo que se le hizo en la garganta. Revivir el pasado no tenía sentido. Lo hecho, hecho estaba, se dijo. Y entonces empezó a llorar en serio.
Todavía estaba allí sentada, con la cabeza entre las manos, cuando una voz conocida la llamó.
— ¡Becky!
Sobresaltada, irguió la espalda y se encontró con un par de ojos grises y socarrones. — ¡Ah, eres tú!
Yoko Apasra le tomó la cara llorosa y luego se sentó, sin que la invitara, en el otro sillón de caña.
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Más Allá de la Isla // FREENBECKY
FanfictionRebecca Armstrong, estrella de natación y promesa olímpica, resulta gravemente herida en un accidente de trafico que ella misma ha provocado. El efecto es devastador para su carrera, cuerpo y mente. Escapar lejos de sus padres y de los medios de co...