Capítulo 2: ¿Estás bien?

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—Bien, ya hemos llegado —dijo Nam, y dejó el equipaje de Becky en la báscula de facturación—. ¿Estás bien?

—Pues claro —contestó Becky de mala manera. Ojalá la gente dejara de preguntarle lo mismo todo el tiempo. Lo hacían sólo porque se alegraban de que le hubiera pasado a ella, y no a ellos, y se sentían culpables.

Echó una mirada a las caras de alrededor y vio a desconocidos que apartaban la vista rápidamente. Todo cambia cuando se es joven y se va cojeando con un bastón. La gente se queda mirando fijamente o finge que no existes. No se puede asistir a una maldita barbacoa sin que se presente el sandio de turno a taparte con una mantita. ¡En verano, por el amor de Dios!

E incluso Nam, que en ese momento interrogaba a la azafata de embarque. ¿Qué asiento le daría, en relación con el servicio de señoras?

No, no podía ir a trompicones por todo el pasillo. ¿Y si había baches en el aire? Becky le dio un codazo y dijo que el asiento no tenía importancia, pero Nam le puso la tarjeta de embarque en la mano comentando, de paso, que los lisiados también eran personas.

— ¿No sería mejor que me quedase? —comentó Becky, deprimida, mientras esperaban el aviso de embarque.

—Ya veo que estás decidida a pasártelo fatal —dijo Nam riéndose.

— ¡De eso nada!

—Entonces, anímate, preciosa. Y no te preocupes por tus padres. Yo me encargo de todo.

Becky se encogió. Sus padres no sabían nada de la expedición. Creían que se iba a pasar un fin de semana largo a las montañas Azules. No quería pensar en la reacción que tendrían cuando averiguasen la verdad.

Desde el accidente, lo único que le permitían hacer sola era ir al cuarto de baño.

Nam le dio unos golpecitos en la mano.

—Por si te sirve de consuelo, recuerda que, al menos, no van a poder ponerse en contacto contigo allí.

Becky se quedó con la boca abierta. Se le había olvidado lo primitiva que era la isla Phi phi.

— ¿Quieres decir que todavía no tienen teléfonos de verdad?

—Sólo la famosa línea de manivela a través de centralita —contestó Nam animadamente—. Espléndido, ¿no? Paz y tranquilidad garantizadas.

Eso no era exactamente un bálsamo para las tribulaciones del ánimo, pensaba Becky nueve horas después, rondando por los exteriores del llamado aeropuerto. Tenía calor y estaba cansada; por el buscapersonas, acababan de anunciar que el vuelo de enlace con Phi Phi tenía retraso. «Típico», pensó repantigándose de mal humor contra el equipaje, y seguro que sería el mismo cacharro de la vez anterior, además. A lo mejor se había estrellado en pleno vuelo.

Se chupó los resecos labios con resultados inútiles y se caló más el sombrero, Había sido una estupidez volver allí. No tenía que haberse dejado convencer por Nam. Cualquiera diría que no había aprendido la lección, después de la última vez. Había sido un verdadero desastre. En general, jamás se le habría ocurrido ir de vacaciones a un lugar como esa isla. La idea que tenía de unas vacaciones perfectas era Italia, donde todo el mundo prescindía de la playa y se bañaba en las piscinas de los hoteles, por evitar que la arena se les metiera en el bañador.

Aquella primera vez, Nam ya había reservado y pagado la estancia en la isla, pero en el último momento tuvo que renunciar porque le ofrecieron un gran contrato de fotografía. Entonces le dijo que aprovechara ella el viaje y, en ese momento, le pareció estupendo. Una isla tropical, chalets de lujo, playas doradas... Pero la muy taimada no le había dicho una palabra de que la isla estaba en manos de unos bichos raros que sólo admitían mujeres.

Más Allá de la Isla // FREENBECKYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora