SIN AZÚCAR

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Doña Juana, una vieja más seca que un garbanzo frito, llevaba años luchando contra la diabetes. Era como si su cuerpo fuera una fábrica de azúcar que no paraba de producir, y ella, la pobre, tenía que estar pinchándose con agujas como un colador de pasta para mantener la cosa a raya.

Un día, mientras leía una revista del corazón, Doña Juana vio un anuncio de sacarina, ese edulcorante que no tiene azúcar, ni calorías, ni nada. Sus ojos se iluminaron como faros en la niebla. ¡Esto era lo que necesitaba!

Se deshizo de todo lo que tenía con azúcar en su casa y lo reemplazó por versiones "light" o con sacarina. La sacarina se convirtió en su mejor amiga, la metía en el café, en el té, en los yogures, incluso en el agua. Era como si estuviera tomando un jarabe mágico que la iba a curar.

Al principio, Doña Juana se sentía como un pajarito. Tenía más energía que un potro salvaje y comía como un lirón. ¡Por fin había encontrado la cura para su enfermedad!

Pero poco a poco, las cosas empezaron a torcerse. Doña Juana empezó a hincharse como un globo, sus uñas se pusieron negras y empezó a supurar pus. Parecía un personaje salido de una película de terror.

Un día, mientras se preparaba para ir a su cita con el médico, Doña Juana se miró en el espejo y se quedó horrorizada. Se había convertido en una bola gigante con pus saliendo por todas partes.

"¡Ay, madre mía!", exclamó Doña Juana, mientras se desinflaba como un globo pinchado.

Su vecino, que había estado observando todo el proceso, se acercó a ella y le dijo: "Doña Juana, le advertí que la sacarina no era buena para usted".

"Pero... pero el anuncio decía que era la cura para la diabetes", murmuró Doña Juana mientras se desintegraba en el suelo, dejando un charco pegajoso de lo que parecía mermelada de fresa.

La historia de Doña Juana nos enseña que las soluciones milagrosas no existen. Hay que tener cuidado con lo que se mete en el cuerpo, porque a veces, la cura puede ser peor que la enfermedad. Y si no, que se lo digan a los vecinos de Doña Juana, que todavía se lamen los dedos recordando lo dulce que sabía.

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