¡ES MÍO!

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Doña Lucrecia, con sus sesenta años bien llevados, era el epítome de la elegancia clásica. Su vestido de seda azul marino caía con gracia sobre su esbelta figura, adornado con un broche de diamantes que brillaba como las estrellas. Su rival, Doña Matilde, era un huracán de color y extravagancia. Su atuendo, un conjunto de terciopelo carmesí, combinaba con su labial del mismo tono, creando una explosión visual que no dejaba indiferente a nadie.

Ambas se encontraban en la exclusiva boutique "El Secreto", donde se presentaba la nueva Colección Platino, una línea de bolsos de edición limitada que solo las damas más selectas podían adquirir. El último ejemplar, un bolso de piel de cocodrilo con detalles en platino puro, era la joya de la corona.

Doña Lucrecia, con su mirada penetrante, observó el bolso desde lejos. Su mente ya estaba calculando la estrategia perfecta para conseguirlo. Doña Matilde, por otro lado, se abalanzó sobre él como una pantera hambrienta. "¡Es mío!", exclamó con una voz que resonó en toda la boutique.

Las dependientas, dos jóvenes temblorosas, se miraron con inquietud. No sabían cómo reaccionar ante la feroz competencia que se estaba desatando.

Doña Lucrecia se acercó a Doña Matilde con una sonrisa viperina. "Estimada Matilde, ¿no crees que tu bolso carmesí no combina con un bolso de platino?", dijo con tono dulce pero con una intención clara: provocar la ira de su rival.

Doña Matilde, incapaz de controlar su temperamento, se enfureció. "¡No te atrevas a cuestionar mi estilo!", gritó, sus ojos brillando con furia.

Las dependientas se refugiaron detrás del mostrador, mientras el resto de las clientas, fascinadas por el espectáculo, observaban con una mezcla de temor y diversión.

La batalla verbal entre las dos damas continuó durante varios minutos, llenando la boutique de insultos y comentarios sarcásticos. Se comparaban con animales salvajes, con personajes de la mitología griega e incluso con divas de la ópera.

Finalmente, Doña Lucrecia, con un gesto de falsa humildad, le dijo a Doña Matilde: "Querida Matilde, tal vez yo no tenga el estilo para llevar este bolso, pero estoy segura de que tú lo lucirás maravillosamente."

Doña Matilde, todavía furiosa, pero satisfecha por la aparente rendición de su rival, asintió con la cabeza y se alejó con el codiciado bolso en su mano. Doña Lucrecia sonrió con satisfacción. Ella no había conseguido el bolso, pero había logrado humillar a su rival.

Las dependientas, aliviadas de que la tormenta hubiera pasado, salieron de su escondite y se acercaron a Doña Lucrecia. "Señora, ¿hay algo más que pueda ayudarle?", le preguntaron con timidez.

Doña Lucrecia las miró con una expresión enigmática. "Sí, hay algo que pueden hacer por mí", dijo con voz baja. "Quiero que me enseñen la colección de zapatos. He decidido que necesito un nuevo par que combine con mi... derrota."

Las dependientas no sabían si reír o llorar. Doña Lucrecia era una mujer fascinante, capaz de convertir una derrota en una victoria personal. Y mientras ella se probaba zapatos, las dependientas se preguntaban quién sería la próxima víctima de las garras de esta dama de la alta sociedad.

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