Hubo un tiempo en el que las cosas no tenían nombre, un pasado distante y hostil donde ningún Destino había sido sellado. La vida era escasa en la mayor parte del vasto universo y nada, salvo el Primordial Apsu, moraba en la lejana Región de Ea. En medio de esta desolación, el Fuego Sagrado de Apsu engendró a los "Nueve Mundos", formidables Gobernantes del Firmamento, también bautizados como "Dioses Celestiales".
Apsu el Engendrador, desplegó sus alas en la Oscura Profundidad. Sus Fuegos Eternos se alteraron, mezclándose y germinando en la infinita inmensidad. Uno a uno los Dioses Celestiales vinieron al ser. Poderosos y hermosos todos y cada uno de ellos, crecieron según los designios de su Padre, quien también forjó sus inquebrantables Destinos, atándolos a morar eternamente a su alrededor.
Apsu se maravilló ante la radiante visión de sus majestuosos hijos, pero sus deseos acarrearon eventos que ni el más sabio pudo prever. En uno de los Nueve Mundos, la vida, siempre deseosa de iniciar un nuevo ciclo, encontró un lugar propicio para desarrollarse. Agda era su nombre, otorgado por los Primigenios, aquellos que posteriormente fueron llamados Dioses.
Provenientes de un oscuro y frío rincón del cosmos, los Primigenios, vagaron durante incontables periodos de tiempo en busca de un nuevo hogar. Empujados por una terrible mortandad en el mundo que eones atrás los vio nacer, se lanzaron a una aventura sin precedentes y aparentemente sin destino. Su hogar era llamado Eridú, y aunque poco se sabe acerca de su origen o la naturaleza del mal que lo llevó a la ruina, todavía se conservan algunas historias acerca de este remoto mundo, historias que pocos conocen, pues hasta sus protagonistas ignoraban mucho de lo que ocurría bajo sus dominios.
En los días de la ruina que se abatió sobre Eridú, el Rey Supremo era Adonai, quien gobernaba junto a su esposa, la Reina Astarté. Tan repentino fue "El Mal Que Cayó Del Cielo", que muchos perecieron antes de tener la mínima oportunidad de huir. Pero el tiempo de los Primigenios aún no culminaba y los cercanos al Rey encontraron la manera de escabullirse de la irremediable muerte. Doce eran las Casas que componían el círculo más cercano en torno al Rey, y ciento cuarenta y cuatro mil fue el número de Dioses que lograron escapar.
Adonai, Rey Supremo de Eridú, tenía tres hijos. Bel, Espíritu de Fuego, era el Primogénito. Noble y alto Heredero del Trono. De carácter firme, fiero cazador de fuerza incomparable. La flama sagrada que ardía en su interior fue avivada audazmente por su padre, quien deseaba hacer de él un guerrero y un gobernante formidable.
El segundo hijo llevaba por nombre Baal, Pensamiento Sutil. De espíritu tranquilo, rechazaba la violencia y las artes de la caza. Era la antítesis de su hermano, puesto que prefería desarrollar el intelecto en desmedro de la fuerza. Fue educado por su madre, luego de mostrar una temprana inclinación hacía la meditación y reflexión, lo que ciertamente disgustó a su progenitor.
El tercer hijo recibía el nombre de Elohim el Grande. Mayor en poder y altura que sus hermanos, se ganó con rapidez la bendición de su padre, quien veía en su rostro la nobleza de sus antepasados y un destino más allá de lo que le correspondía descifrar. Si bien el matrimonio era monógamo en Eridú, Elohim no era hijo de la consorte oficial de Adonai, sino de su hermanastra, Ashera. Las líneas de parentesco eran transmitidas por línea materna, y las leyes en relación a la sucesión decían que si en algún momento, incluso después del nacimiento del Primogénito Heredero, el Soberano tenía un hijo con su propia hermanastra, este hijo podía suplantar al Primogénito y convertirse en el Heredero legal.
Los favores de Adonai para con su hijo menor, prontamente despertaron la envidia de Bel, y con el tiempo esto tendría una lamentable consecuencia, pues es bien sabido que en muchos casos este vil sentimiento puede convertirse en el origen del mal. En cambio Baal, nunca sintió este deseo de obtener el Trono, tal vez porque siempre tuvo a sus hermanos en mayor altura que él, o porque lo que realmente deseaba no se encontraba en un palacio o en un altar.
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Memorias de Agda
FantasyHubo un tiempo en el que las cosas no tenían nombre, un pasado distante y hostil donde ningún Destino había sido sellado. La vida era escasa en la mayor parte del vasto universo y nada, salvo el Primordial Apsu, moraba en la lejana Región de Ea. En...