el anhelo de felix ୨ৎ hyunlix

diez

—¿Qué son? —preguntó, inclinándose aún más para observar de cerca.

—Piedras preciosas —respondió el cambiaformas. El pequeño Omega a su lado sonrió, tomando el cristal entre sus dedos. El vestido de lino caía suelto por su hombro, dejando libre el cuello y sus clavículas. Hyunjin bajó la mirada al pequeño río que llovía desde la montaña, donde ambos se detenían a limpiarse. Felix se recostó sobre la grama frondosa, aún con los pies en el agua.

—Es tan hermosa, ¿puedo quedármela? —murmuró el Omega. Su cabello se desparramó entre las pocas flores silvestres que nacían sobre el suelo. El lobo asintió, bajando la mirada al pecho, al vientre levemente pronunciado y los muslos delgados del menor. Suavemente se levantó. Estaba desnudo y su cuerpo albergaba aún las heridas cicatrizadas que sus hermanos le habían hecho. Hyunjin fijó la mirada en el bosque, en el claro, más allá de los árboles—. Jin.

—Tenemos que volver —dijo, bajando la mirada. Los ojos de Felix se dilataron, sus manos tomadas la una a la otra, sobre su pecho. Lo vio encogerse de hombros, con las mejillas rosadas y la mirada desviada a su cuerpo, a su entrepierna. Hyunjin se inclinó—. No.

—No... —susurró Felix, ladeando la cabeza para mostrarle el cuello blanquecino y cubierto de feromonas dulces. Las hebras rubias acariciaban los tiernos lunares sobre la piel. Felix se encogió, juntando las piernas y arrugando su vestido de lino para mostrarle los muslos—. ¿Me llevas?

Hyunjin frunció el ceño—. Tú... sólo eres un Omega mimoso.

Aún así se inclinó para tomarlo en brazos. Felix se aferró a él, rodeándole la cintura con sus piernas, escondiendo la nariz en la nuca del cambiaformas, para sentir su aroma en todo momento. El lobo lo cargó, atravesando el bosque a pie. El más joven inclinó la cabeza para mirar el cielo celeste, las ramas de los árboles, las hojas verdes. Entre grandes montañas, frente a él, un tranquilo y silencioso claro le reveló el pequeño hogar que ambos habían construido. Felix estiró los brazos para acariciar las flores de glicinas cuando Hyunjin lo bajó. Ambos se recostaron sobre la grama. El sol se filtraba apenas, iluminando el pecho del lobo.

—Mnh... Jin —susurró el pequeño, acercándose al cuerpo del cambiaformas—. ¿Cuánto tarda el cachorro en crecer?

—Algunas lunas.

Felix se sentó suavemente, repasando las manos por la grama del suelo. Sólo se oían los pájaros, el lejano viento. El rubio entrecerró los ojos, su vientre había crecido un poco más. Ya no sentía tantas energías como para explorar aquellas exquisitas tierras, mucho menos pasar horas juntando flores lindas para armar coronas. El Omega miró las lejanas montañas.

—Estoy cansado —confesó—. Y aburrido.

—Aunque digas eso, no te dejaré vagar solo por el bosque —murmuró el cambiaformas, recostado, respirando con total tranquilidad. Felix lo miró con el ceño fruncido. Hyunjin tenía los ojos cerrados, en total paz. El menor ladeó la cabeza, bajando la mirada por su cuello, su pecho. Los músculos estaban aperlados por el sudor, remarcando cicatrices. El Omega presionó los puños contra su vientre bajo, clavando los ojos en el miembro dormido.

—Hyunjin... —susurró, gateando hasta llegar a su lado. Se inclinó suavemente sobre su rostro, colocando ambas manos lado a lado del rostro de aquel hombre. Felix se sonrojó, sonriendo, apretando los dedos de sus pies—. ¿Si lo hacemos... dañará al cachorro?

—Mnh... no si hay cuidado —lo oyó. Las mejillas de Felix se sonrojaron, el Omega suavemente se colocó encima del hombre, rodeándolo con sus piernas. Un ligero estremecimiento brotó en su vientre cuando se presionó contra la entrepierna. Hyunjin abrió los ojos, sus manos colocándose sobre los muslos suaves—. Estás más relleno.