Capítulo 2 - 18 de marzo de 2023

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Era temprano, habían transcurrido dos días desde que descubrió el cadáver en el callejón y la escena del crimen todavía estaba fresca en su mente.

Al contrario que el resto de la semana, iba más tranquilo recogiendo sus cosas para dirigirse a la universidad. Los laboratorios estaban vacíos los sábados, así podía trabajar tranquilo en su estudio sobre las partículas del inflatón. Pero antes, se pasaría a por un café.

Abandonó su casa y caminó por las calles con paso firme, el viento fresco le golpeaba suavemente el rostro con suavidad, humedeciéndole muy ligeramente su tez. El café Serendipia se alzaba frente a él de forma atrayente, pues después de haber pasado por tres cafeterías a rebosar de gente, aquel lugar más tranquilo le proporcionaba la serenidad que buscaba.

Empujó las puertas, adentrándose en un ambiente acogedor. El aroma del café recién hecho inundaba el lugar, envolviendo sus sentidos y brindándole un breve alivio. Aunque el local no estaba abarrotado, siguió prefiriendo buscar una mesa apartada en el rincón más alejado para sentarse. Un camarero se acercó y después de pedirle lo que iba a desayunar, sacó la tablet para poder repasar los detalles sobre su estudio.

Los sucesos de los días anteriores no le habían perturbado tanto como para volver a pensar en ellos. El caso se mantuvo en un segundo plano. Tomó entonces un sorbo del café recién servido junto a las pastas que había elegido, dejando que esa fragancia y sabor le infundieran energía. Miró a su alrededor, observando a las personas que disfrutaban de las conversaciones y momentos de tranquilidad.

Cerró los ojos por un instante, respirando con profundidad. El sonido que hizo la campanilla de la puerta al abrirse le hizo volver la vista hacia el origen del tintineo. Una figura familiar le llamó la atención, obligándole a mantener la mirada. La reconoció como la chica que había visto junto a los agentes de policía. No era especialmente alta, tenía un cuerpo menudo y el cabello, de un rubio oscuro que dudaba que fuera natural, apenas le rozaba los hombros. La observó recorrer la cafetería con la mirada, hasta que encontró lo que buscaba y se dirigió hacia él con paso decidido. Sus ojos se encontraron en lo que duró el paseo, pero eso no la amilanó, al contrario, se sentó frente a él, robándole una pasta y dándole un mordisco con una parsimonia ensayada.

Este la miró con cara de incredulidad e indignación, pero ella se mostraba provocadora, como retándole a decir algo en consecuencia. Parecía que era lo que esperaba de él, pero al darse cuenta de que no iba a hablar, comenzó ella.

—Graduado en más de veinte licenciaturas y actualmente investigador de la teoría de campos gravitatorios. Has resuelto, al menos, tres casos criminales antes de los dieciocho. Y aún así sigues sin saber esconderte en un callejón oscuro. ¿Acaso no jugabas de pequeño al escondite, Ethan Rivers? —dijo con una sonrisa.

La observó con atención, sin saber muy bien qué pensar de ella. Su postura era relajada, pero la expresión era seria y analítica. Tenía el rostro ovalado, con unas mejillas redondas y sonrosadas de forma artificial, dándole cierto aire casi dulce, inocente. Aunque su instinto le decía que distaba mucho de la realidad. El flequillo le enmarcaba la cara a ambos lados, con una ondulación que acentuaba esa percepción que cualquiera podría sacar de ella como primera impresión. La nariz era pequeña y respingona de forma sutil, salpicada de pecas por el puente y a ambos lados, justo por debajo de los ojos.

—¿Y a ti no te enseñaron nunca a no coger nada del plato de los demás? —respondió con una sonrisa irónica, claramente molesto.

La chica se encogió de hombros con indiferencia, pero mantuvo la mirada fija en la de él, con esos ojos pardos tan curiosos y, a su parecer, bastante bonitos. Pasaban de un tono miel en el interior a uno más verdoso a medida que se alejaba de la pupila. A pesar de no conocerse de nada, se atisbaba un indicio de complicidad entre ellos.

El eco del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora