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El agua resbalaba por la pálida piel de Clara, dejándola con tonos rosados. El chapoteo del agua al golpear el suelo de cerámica blanco resonaba en el silencio del apartamento, un sonido que llegaba hasta el dormitorio vacío, donde ya nadie la esperaba después del baño. Recordó cuando Alex solía esperarla, leyendo un libro de poesía y fumando un cigarrillo hasta que solo quedaba la colilla. Una vez, Clara intentó fumar hasta el final, pero cuando el calor abrasador quemó su garganta, se rindió de inmediato. Comprendió entonces por qué la voz de Alex era tan profunda y rasposa.

Envuelta en una toalla, salió del baño. Su cuerpo tembloroso dejó un rastro de gotas de agua en el suelo a su paso.

—Te duchaste más rápido de lo habitual —comentó Alex sin apartar la mirada de su libro. Clara sintió una calidez familiar extenderse por su pecho al verlo sentado en la cama. Ante su silencio, él levantó la vista—. ¿Te quedarás ahí parada como una estatua todo el día?

Clara sonrió, la primera sonrisa en dos meses, y se recostó a su lado, apoyando la cabeza en su pecho. Las frías manos de Alex acariciaron su cabellera rubia, llenándola de una paz reconfortante.

—Solo quería sentir el agua —murmuró finalmente.

—¿Sentir el agua?

—Me gusta sentir el agua en mi cuerpo, le da algo de paz a mi vida en estos momentos —explicó, mientras rodeaba su torso con un brazo, buscando el calor de su cuerpo—. Estás frío.

—Siempre hace frío.

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