01. Esperanza

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CAPITULO 1.
ESPERANZA

Nunca me había detenido a pensar en cómo mi cuerpo reacciona ante ciertos estímulos

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Nunca me había detenido a pensar en cómo mi cuerpo reacciona ante ciertos estímulos. Por alguna razón, en la batalla por la dominación de mi ser la razón llevaba ganándole a las pasiones carnales desde hacía mucho tiempo ya. Y aunque no deseaba que esas pasiones se convirtieran en acciones,  a veces, solo a veces, me gustaría que así fuera. Dejarme llevar. Que mi cuerpo dejase de rechazar involuntariamente a Conan Greenwood en cada uno de nuestros encuentros.

Conan no era una mala persona. En realidad, ya llevábamos mucho tiempo siendo amigos. Su padre era más de los excesos qué los recortes, a diferencia mía.  Y sabía que, si existía la posibilidad, pronto pediría mi mano. Era una salvación tanto para mí como para mis hermanas, y por supuesto, mi padre.

Pero se sentía extraño, lejano.

No tenía ningún tipo de sentimiento por Conan salvo aprecio. Quizás lo quería un poco, pero no más allá de una simple amistad.

Además, Conan no estaba de acuerdo con mi "trabajo nocturno". Nadie, además de Feyre y él, sabía de mis corridas por la madrugada. Casi siempre concurria a la misma taberna  en la zona urbana, allí había más jóvenes que viejos, lo que hacía mi trabajo, al menos un poco, menos desagradable. Tenía dos clientes — que irónicamente jugábamos cuando eramos niños— Clint y Ethan, quienes eran los más habituales. Pagaban bien, y además no eran bruscos ni violentos. Hasta llegué a considerar sus tratos hasta gentiles. Nunca llegué a la desesperación de venderme al primer hombre que se me cruzara, por lo menos me dejaba ese derecho, fuera el que fuese, a mí. 

Estaba segura de que, si llegara a casarme con Conan, todo esto terminaría. Pero la sola idea de estar atada a una persona toda la vida me hacía temblar el cuerpo entero. No me gustaba.

—¿Dónde está el pan que compre ayer? — pregunté, llevando mi mirada a Nesta y Elain.

La mirada dura de mi hermana mayor logró aplacarme. Sus ojos, tan grises como un frío invierno, eran los de mi madre, y me sentí atravesada por un sentimiento de nostalgia.

—Se acabó—sentenció.

—Apenas pude comer dos rebanadas—repliqué.

Elain apretó los labios.

—Lo siento, Brae.

Su tono inocente me enfadó. Siempre era lo mismo. Elain creía que usando ese tono culpable y arrepentido haría olvidar sus acciones. Apreté los puños, guardándome cualquier tipo de réplica cuando Nesta me dio una mirada dura.

—Mañana podrás comprar más.

Apreté la mandíbula. El tono de Nesta era el helado, siempre lo era conmigo. A veces, muy pocas, era más blanda con Feyre, y eso era lo único reconfortante. Para mi hermana mayor, su única responsabilidad era Elain. En cambio, todo su desprecio caía siempre en Feyre y en mí, en mi padre también. Tenía la certeza que en el fondo, muy en el fondo, nos quería. Al menos a su manera. O en la extraña manera en la que nuestra madre le enseñó lo que era el afecto.

UNA CORTE DE ESTRELLAS DORADAS [ACOTAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora