25. El mayor acto de amor.

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Era casi media noche cuando la Esfera de la familia de Louane se vio visitada por primera vez en la historia de los Numine por seres mágicos. Por supuesto, el ambiente se tornó sumamente incómodo en cuanto los líderes de las diferentes razas de criaturas se reunieron allí, pues la rivalidad entre ellos y los Numines tenían siglos de historia.

Los primeros en aparecer, fueron los canes. Un grupo que conformaban los últimos hombres lobo que existían y que, pese a ser solo doce, gozaban del privilegio de ser llamados las criaturas más feroces de las Tierras Mágicas.

Los siguientes fueron el Clan de Londres y Brasil, dirigidos por Jhon y Thais, respectivamente. Como era de esperar, fue muy sencillo diferenciarlos, ya que el clan de Londres vestía de blanco, como el resto de Numines, pero les gustaba usar vestimentas de épocas tales como sombreros de copa, chalecos y relojes de bolsillo.

Por su parte, el clan de Brasil vestía largas faldas y anchos pantalones de base blanco con algún estampado floral de tonos cálidos, chalecos y lo que parecía ser un pañuelo colorido atado al cuello.

Karkav, líder del clan de Noruega, llegó pasada la una de la mañana junto a su familia de doce miembros, todos ellos muy blancos y de rasgos vikingos que lograban captar la atención constantemente de Anne, quien no podía evitar pensar en la similitud de aquella familia con las series de vikingos de moda.

Mientras, todos ellos posaban alguna vez sus ojos en él. No tanto por su color, ya que la familia de Brasil compartía su tono de piel, sino por el hecho de ser, junto a Ícaro y el señor Thomson, el único con un corazón que aún latía.

El joven semi elfo se colocó entonces en medio de la estancia, subiéndose sobre la mesa principal de la biblioteca para quedar por encima de todos los allí presentes.

Por supuesto, se habían formado grupos, y cada uno parecía haberse hecho con una parte del salón.

Sin decir nada, todos los que ahora abarrotaban el lugar le miraron con el ceño fruncido y expresión de duda en el rostro, expectantes por ver qué era lo que el joven quería decirles; sin embargo, a Ícaro no le hacían falta las palabras. Nunca se las había hecho.

Alzó la mano hacia aquel cielo ilusorio al que tanto cariño albergaba y, chasqueando los dedos, hizo que miles de volutas de magia violácea volaran hasta él, transformando aquel cielo planetario suyo en imágenes del pasado, desde la muerte de Eona, hasta cómo Ivette había sido consumida por las raíces de su árbol, explicándoles a todos a la vez el por qué debían luchar, y el cómo el Tridente les había mentido durante siglos.

Después de esto, y aunque había muchas preguntas por responder, el rostro de todos los que habían ido a conocer la verdad estaba cubierto de determinación y venganza. Habían visto morir a una de los suyos de la forma más desgarradora posible, y sabían que, aunque muchos iban a perder la vida cuando saliera el sol, lo harían reclamando justicia.

—Preparad vuestras armaduras y coged vuestras mejores armas. —proclamó Ícaro, y sus ojos parecieron encenderse con el calor de la batalla. —Partiremos al Valle de Sora de inmediato.

La brisa había desaparecido hacía horas de aquel lugar, pero el frío estaba cada vez más presente en el ambiente, al menos, eso se imaginaba William conforme veía cómo los rayos del sol se marchaban y la oscuridad se cernía sobre la cueva del reino de Mabek.

Él, que se había tomado la libertad de sentarse sobre las ramas junto al cuerpo de Ivette, descansaba su espalda ahora en el tronco de aquel gran árbol de flores rojizas que por tantos siglos había sido su lugar de paz.

Para los Numine era tradición ir al menos una vez al mes a ver a Eona y presentar sus respetos, colocando una mano sobre el tronco seguido de la frente, cerrar los ojos y permitir que la conexión entre ambos hiciera el resto.

La Chica de Ojos GirasolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora