El cielo comenzaba a tornarse de pálidos colores rosados y naranjas cuando los clanes llegaron al Valle de Sora, un lugar considerado tierra de nadie, pues delimitaba el reino de las criaturas mágicas y el mandato Numine, siempre observado con detenimiento por aquellas altas montañas de picos nevados que querían rozar el cielo.
Pese que el sol aún no asomaba por entre la piedra, las estrellas eran cada vez menos visibles sobre sus cabezas, por lo que sabían que la hora había llegado.
El Clan de Nueva York salió de un extremo del valle, caminando lentamente hacia el centro de éste y, aunque no había rastro del Tridente por ningún sitio, todos sabían bien que estaban siendo observados.
Por supuesto, el Tridente desconocía por completo el plan de la familia, y mucho menos eran conscientes de la alianza que se había realizado, por lo que ver a los escasos miembros del clan ya sabía a victoria para ellos.
Louane encabezaba el grupo, colocándose un paso por delante del resto de su familia, quienes dejaron de caminar en cuanto ella levantó sutilmente la mano.
Tras la mujer vestida de blanco, su hijo Alastair le daba la mano a su única hermana, pues de haber tenido corazón, posiblemente estuviera a punto de salírseles del pecho.
El hermano mayor del clan estaba curtido ya en mil batallas, todas ellas saliendo victorioso gracias a su control total sobre los elementos, por lo que tampoco era capaz de sentir nervios antes de pelear; de hecho, su preocupación iba mucho más allá de sí mismo. Haber trabajado tan cerca del Tridente le hacía saber cómo de feroces eran al querer salir victoriosos de una guerra, y también sabía que harían cualquier cosa para manipular a todo aquel que preguntase por cómo sucedió todo.
Por supuesto, temía por su familia y por el pequeño Xavier, condenado de por vida a tener seis años de edad y la inocencia de un niño, incapaz de madurar o de poder ser independiente en algún momento. Temía por quién cuidaría de él si Louane y su familia perecían.
—Ya vienen. —dijo entonces, captando la anomalía del viento que le decía que varios cientos de cuerpos extraños lo atravesaban a toda velocidad.
Aquella declaración hizo que todos a su alrededor se tensasen. Incluida su hermana, que nunca le temía a nada.
En un intento por hacer que la joven se calmara, la miró de reojo y esbozó una pequeña sonrisa de labios juntos, lo que hizo que las cicatrices de su rostro se arrugaran levemente.
—Eres capaz de infiltrarte entre canes pero temes a tres payasos con túnicas. —negó con la cabeza, ampliando aún más su sonrisa en cuanto sintió los atentos y grandes ojos de su hermana sobre él.
Era tal la diferencia de altura de ambos, que la joven tuvo que alzar levemente la cabeza para mirarle.
—Nunca dejarás de fascinarme.
Adara frunció levemente el ceño al escuchar algo como aquello. Había pasado siglos en la Esfera intentando agradar a todos y siempre llevándose el rechazo de sus hermanos por ser alguien demasiado curiosa para ellos; sin embargo, Alastair parecía realmente disfrutar de su presencia y ella, ciega por la indiferencia, jamás había sabido verlo.
Fue entonces cuando Louane captó al otro lado del valle, a casi un kilómetro de distancia, cómo tres figuras de capas rojas salían de entre los árboles caminando con paso lento pero seguro hacia ellos.
Segundos después, una aglomeración de cientos de Numine y criaturas mágicas salieron tras ellos. Los Numine, que habían sido antiguos compañeros de Louane en algún momento, portaban en sus manos sus respectivos cuchillos sagrados. Mientras, las criaturas mágicas eran principalmente minotauros y elfos al servicio del Tridente, llevando arcos y dagas.
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La Chica de Ojos Girasol
Science FictionIvette estaba acostumbrada a su vida en Brooklyn. Nacida en un matrimonio de artistas, su luz y su arte quedaron opacados por la muerte de su madre cuando ella apenas era adolescente. Desde entonces, la joven ve pasar sus mejores años a través del...