18. Cuando era pequeña.

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Louane caminaba por delante de Ivette todo el trayecto. La joven pensó que irían al vestíbulo, pero lo cierto fue que la mujer de larga melena negra giró en medio del largo pasillo de piedra, dirigiéndose a un lugar nuevo para su acompañante.

La muchacha de ojos castaños observaba a la mujer que iba ante ella con ojos expectantes. La melena, tan negra como la noche, caía libremente sobre su espalda, brillando bajo la luz de las lámparas de araña y dándole un aspecto aún más suave.

El vestido que llevaba, también negro, arrastraba una pequeña cola tras sus pies, y las mangas, también largas, se unificaban como una nube con el resto.

Fue cuando el sonido de los pasos sobre la piedra del suelo dejó de sonar, que Ivette miró a su alrededor, encontrándose en un lugar que superaba cualquier cosa que pudiera imaginar, nuevamente.

Louane la había llevado hasta un camino de piedra gris bordeado por plantas y flores de todos los colores; un lugar que parecía estar en ruinas, pues aún quedaba en pie parte de lo que parecía un arco de piedra, ahora devorado por la vegetación.

Las mariposas, blancas, monarcas y de un intenso color azul, revoloteaban sobre sus cabezas y se posaban con cuidado sobre los pétalos más cercanos, meciéndolos con su tacto.

Ivette advirtió la presencia de estatuas de piedra blanca por todo el gran jardín, siempre de dragones en diferentes posiciones y enredados por hiedra o incluso rosas que crecían a su alrededor de forma silvestre.

En aquel momento, Louane se hizo a un lado, dejando que la confusa y sorprendida joven viera lo que ella quería: una fuente central de forma redondeada dejaba caer su nítida y clara agua sin parar, y allí, sentado sobre la piedra, un hombre de corta melena canosa y pequeñas gafas se puso en pie en cuanto las vio llegar.

Ivette reconoció a su padre de inmediato, vestido con su tan característico peto vaquero sobre su jersey azul manchado de pintura.

Louane se mantuvo inmóvil a un lado en cuanto la muchacha echó a correr hacia él, ambos dándose un abrazo tan tierno como desesperado. El reencuentro de dos personas que creían que jamás volverían a verse.

De haber tenido corazón, pensó la mujer de ojos negros, en aquel momento le hubiera dado un vuelco.

Recco, sigiloso y en silencio, entró en el gran jardín junto a Ícaro, quien se negaba siempre a salir de la biblioteca. No le había costado nada convencerle de que lo hiciera aquella vez, pues tanta era la curiosidad del muchacho semi elfo que incluso agradeció la propuesta.

Por supuesto, Louane se hizo a un lado para dejarles pasar, pues aunque era muy recta con las normas, sentía que aquella situación era demasiado extraña para confiar primeramente en los altos rangos del Tridente. Necesitaba resolver ciertas dudas antes de poner todo aquello en manos de la corte.

Pese a que no quería que sus hijos presenciaran la charla que quería tener con la joven y su padre, tampoco sintió que hiciera bien en mantenerles al margen, sobre todo a Recco, quien indirectamente y de alguna manera estaba involucrado en todo aquello.

Ivette se retiró de su padre, incapaz de soltarle la mano, y miró a su alrededor.

—¿Logras ver algo?

El señor Thomson siguió los ojos de su hija, viendo únicamente ruinas y carteles de peligro. Hacía décadas que había perdido su capacidad para ver el mundo Numine.

Negó con la cabeza.

—Te veo a ti. —apretó los labios. —Eso me vale. —alzó entonces los ojos hacia la mujer de larga cabellera negra que, iluminada por los farolillos naranjas del lugar, tenía un aspecto mucho más familiar y cercano. —Me alegro de verte, Louane.

La Chica de Ojos GirasolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora