Capítulo 4: una tarde fuera, sueño cumplido.

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Salí de la ducha con una toalla envuelta en el cabello y otra rodeando mi cuerpo, me dirijo a mi habitación. Entro en ella y cerré la puerta detrás de mi. Me doy la vuelta. Puse los ojos en blanco al verlo ahí de nuevo.

—¿otra vez tú?

El vecino está tumbado en mi cama leyendo uno de mis libros.

—No hubieras dejado la ventana abierta.—responde sin quitar la vista del libro.

—¿Te puedes ir? —cierro la puerta.—Me tengo que vestir.

—Tranquila, yo no miro.—sonríe sin mirarme.

—Serás...

—¿Seré...?—levanta la vista del libro, manteniendo esa sonrisa pero ahora con un toque pícaro, esperando que termine el insulto. Pero no lo hago.—Lo sabía.

Sonríe satisfecho. Y yo suspiro. Que paciencia que que tener.

—No te muevas.—le advierto.

—No tenía pensado hacerlo.

Niego con la cabeza, agarro la ropa doblada de encima de la cama a un lado y salgo de la habitación, cerrando la puerta de nuevo. En estos momentos mis padres no están pero por si vuelven, más de una vez me ha pasado. Voy al baño a vestirme.

Me pongo una camiseta de manga corta de color blanco y un vestido que me cubre hasta las rodillas, de color azul oscuro, encima de la camiseta. El vestido de la cintura para arriba es un poco más a justado que la parte de abajo que es más suelta. Nunca me he sentido cómoda con ellos, no me siento libre de hacer lo que quiera con los vestidos. Tengo que estar atenta a que no se levante, ya sea con el viento o con el movimiento  pero mamá solo me compra vestidos. Dice que las señoritas es lo que llevan, los hombres pantalones y camisas.

En fin mamá.

Salgo del baño y vuelvo a la habitación, esta vez está dando vueltas con la silla. Cuando me ve para, se toma el detenimiento de barrerme con la mirada, descaradamente.

—Pareces salida de una película antigua.—comenta, observando mi vestido.

—¿de una que?

—¿es enserio?

Parece sorprendido, como no.

—Ah, película. —recuerdo vagamente.—es eso que salen personas actuando?

—Pero ¿tú en qué mundo vives?—comenta, extremadamente sorprendido.—en serio.

—En el mismo que el tuyo, creo. Pero contéstame.—insisto.

—Si. Caroline ¿Es que no tienes Televisión?—arquea una de sus cejas.

—Una vez a los seis años papá compró una, pero no me dejaron verla porque ponían cosas inapropiadas para mi. A los meses se la dieron a mi tío Mark porque yo me ponía a llorar ya que no me dejaban verla con ellos.

—ósea...que tampoco has tenido movil, tablet, ordenador...

—¿me explicas que es?

Su rostro es un cuatro, parece que me hayan poseído el mismísimo satanas y lo este presenciando.

—¿pero tú vives en una cueva o que?

—Antes si.

—¿en serio?

—No.

—Bueno, basta de charlas. Ponte los zapatos que nos vamos mi lady.—dice levantándose de la silla.

—¿qué dices? —lo miro incrédula.—No puedo salir, todas las puertas de esta casa están cerradas con llave y solo las tienen mis padres. Y si vuelven y no me encuentran en casa puede ser que amanezca en un ataúd.

En otra vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora