Una estúpida tormenta

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— ¿Cómo que no habrá vuelos hasta mañana?

     Will preguntó, desconcertado y, bueno, un poco frustrado. No podía perder nueve horas, ¡mucho menos un día completo! 

— Lo siento señor, son las órdenes que recibimos. Es una tormenta eléctrica. 

— Una tormenta no detiene a un asesino, ¿sabe? 

     Will trató de estar tranquilo. No era culpa de la agente de boletos que hubiera una tormenta, y Will sabía que era mejor no arriesgar a las personas por un vuelo. Pero eso no quitaba que le frustrara un poco. Había tratado de apresurarse para llegar temprano al aeropuerto, después de todo.

— ...Lo siento. Me he... pasado un poco. Discúlpeme señorita.

— Descuide, no hay problema. ¿Le gustaría esperar en...

     Antes de que la mujer hubiera terminado de hablar, Will se estaba alejando y sentándose en una silla cerca de las cafeterías y restaurantes. Se sentó, tratando de pensar en qué hacer. «No puedo simplemente volver... » pensó, «Pero tampoco es como que haya leído sobre las otras víctimas, para investigarlas en vez de a los Ferrell.» Casi como si le hubiera escuchado alguien, su teléfono, un pequeño Ericsson mobile, comenzó a sonar. La pequeñita pantalla indicaba el nombre que molestaba más a Will en esos días, a la vez que lo aliviaba. J A C K.

— Siempre oportuno —Will dijo con una falsa sonrisa—. Hay una tormenta.

— Me enteré de eso. Tendrás que esperar, y eso si las cosas no empeoran mañana.

— Vine al aeropuerto porque no podíamos perder nueve horas, ya he perdido una hora y media haciendo fila para conseguir boletos, ¿y quieres que espere?

— No por mucho madrugar amanece más temprano Will. Además, se supone que trabajes en equipo, no que te vayas por cigarros a la primera oportunidad.

     Will frunció el ceño.

 — Yo no... Starling y yo acordamos... Ella me dijo que investigara en la morgue. Dijo que posiblemente hubiera algo que no hubieran visto, que ella se quedaría revisando los archivos en la oficina.

— Will, no sirve de nada dar explicaciones. Vuelve aquí y deja de poner excusas.

— La edad te ha amargado más de la cuenta, Jack.

     Crawford no respondió, y una vez que la llamada terminó, Will guardó su teléfono en su bolsillo. Se levantó de la silla e inmediatamente salió del aeropuerto, su mente ocupada con posibles alternativas.

¿Alguna vez han tenido una idea muy, pero que muy estúpida, la cual posiblemente será muy dolorosa si sale mal? ¿Alguna vez han actuado siguiendo esas ideas a pesar de todo?

     Will se metió en su auto, encenciéndolo mientras echaba un vistazo al reloj que llevaba en su muñeca izquierda. Aún era temprano. Podría llegar a Richmond, donde la tormenta no le impidiera tomar algún vuelo hacia Indianápolis.

Salió del aeropuerto, tomando la Dulles Access Road hacia la autopista interestatal, la I- 495 S. El auto iba acelerando, su pie no soltaba el pedal ni sus manos el volante. El velocímetro indicaba ya 120 kilómetros por hora cuando Will tomó la salida 57A.

     El pequeño Ericsson mobile no dejaba de vibrar en el bolsillo de Will. Una infinidad de SMS de parte de Crawford, una que otra llamada... Pero, como conductor responsable, Will no revisó su teléfono mientras conducía. Aunque, bueno, un conductor responsable no iría a límite de velocidad en una autopista en medio de una tormenta. Pequeños detalles que habría que omitir.

Una taza de caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora