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"Incómoda" era una palabra adecuada para describir aquella situación. Aunque, cuando sus miradas se encontraron por casualidad, ambos consideraron que aquella palabra era demasiado pequeña para describir el pesado ambiente de la sala.

Un mes después de la reunión de naciones China les había mandado a llamar solicitando su presencia urgentemente y no tenían la menor idea del porqué.

Para comenzar, hacía mucho tiempo que no le visitaban. Los superiores de China solían hacer las relaciones algo complicadas, así que visitarlo resultaba en la mayoría de las ocasiones complicado.

No obstante, todo indicaba que no habían sido convocados de manera formal para atender asuntos de política o negocios.

Dos horas atrás, América e Inglaterra se habían llevado la desagradable sorpresa de encontrarse en el aeropuerto, pues ninguno estaba advertido de que contarían con la presencia del otro durante la reunión a la que habían sido llamados.

De pronto un hombre, que usaba elegantes vestimentas tradicionales, se acercó a ellos agradeciéndoles por haber asistido e indicándoles que sería él quien los llevaría hasta el lugar del encuentro.


-Sr. Inglaterra -dijo amablemente el hombre- Por favor deme sus maletas, yo las llevaré por usted. Además camine junto a mí, así puede sujetarse de mi brazo si lo necesita.

-G-Gracias -respondió confundido por tan cordial trato.

-Espero que el viaje haya sido placentero, aunque debió ser cansado.

-Fue un buen viaje, pero ciertamente estoy algo exhausto.

-Me temo que he de insistir entonces en que sujete mi brazo. Ha llovido un poco esta mañana y sería terrible que tropezara.

-Descuida, la lluvia nunca ha sido un problema para mí.

-Comprendo -rió el hombre- Pero he de procurar su bienestar.

-¡Oh, basta! -gritó América- ¡Dejen ese tonto coqueteo para después! Inglaterra, si quieres sujetarte de algo, toma mi brazo. Soy más grande y fuerte, así que soy mejor opción que él.


Pero Inglaterra le miró reacio y sin dudarlo más colocó sus manos alrededor del brazo del hombre.

Indignado, América les siguió malhumorado caminando unos cuantos pasos atrás. Habían pasado dos meses desde aquel incidente ocurrido en su cumpleaños, y un mes desde la reunión de naciones, tras tanto tiempo no podía creer que Inglaterra siguiera igual de molesto.


-Incluso le dí mi hamburguesa... -pensó- ¡Y la comió sin replicar! ¡¿Por qué sigue tan molesto?! Sé que dije cosas malas y que aun no me he disculpado por ello, pero...


Encogiéndose de hombros y frunciendo los labios, América siguió caminando detrás de ellos en silencio, hasta que llegaron al auto.

El hombre abrió el maletero subiendo el equipaje. Tomando la mano de Inglaterra le ayudó a subir en el asiento trasero, pero detuvo a América antes de que él también subiera.


-Sr. América, insisto en que suba en el asiento del copiloto. El Sr. Inglaterra luce bastante cansado, así que será más cómodo para él ir solo en la parte trasera.


Cerrando la puerta, América refunfuñó, pero aceptó igualmente cumplir con aquella petición.

Durante todo el viaje observó a Inglaterra por el espejo retrovisor. Estaba dormido, abrazado a sí mismo, cubriendo su cuerpo con una delgada manta que le había sido entregada.

Al igual que antes percibía algo diferente en él, pero no podía decir que era. Podía ser que extrañamente su piel se veía un poco más tersa, o que su cabello lucía especialmente suave. No descartaba la manera en que vestía como una opción.

La briza era ligeramente fría, pero no lo suficiente para vestir una gabardina así, pues era notoriamente demasiado grande para su delgado cuerpo. Le hacía lucir como un niño pequeño que viste la ropa de su padre.


-Hemos llegado -dijo el hombre, quien al detener el auto, bajó de inmediato para abrir la puerta trasera y ofrecer su mano a Inglaterra.


Frente a ellos, un antiguo y majestuoso templo alejado de la ciudad abría sus puertas para recibirlos.

El hombre les guió al interior de aquel lugar desconocido para ambos, luego, tras dejarlos en una sala, se retiró indicándoles que China llegaría pronto.

Con un ambiente tan incómodo, ambos deambulaban evitándose, prefiriendo admirar las vasijas, pinturas y otras reliquias exhibidas allí.


-¿Por qué crees que nos haya llamado China? -pregunto América intentando iniciar la conversación.

-No lo sé -respondió Inglaterra con desinterés.


Nuevamente todo volvía a ser un incómodo silencio, que por fortuna no duró demasiado.


-Disculpen la demora -dijo China entrando por la puerta- Gracias por haber venido tan pronto. Inglaterra, ¿Cómo te encuentras hoy?

-¿Y-Yo? Estoy bien, supongo...

-Me alegro. Vayamos adentro, podrás sentarte y beber un poco de té.


Sujetando la muñeca de Inglaterra, China le guió al interior del templo, mientras que América les miraba molesto porque nuevamente toda la atención se centraba en Inglaterra.

Pasaron a otra sala, donde había grandes estanterías y China tomó uno de aquellos antiguos libros que había en ellas.


-¿Qué hacemos aquí? -preguntó América- ¿Acaso nos llamaste para mostrarnos este viejo libro cubierto de polvo?

-Yo no les he llamado -respondió sonriendo- Es el destino quien los llama a causa de la unión que formaron aquella noche.

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