Mía

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La luz del sol se filtraba a través de los vitrales de la iglesia, proyectando un caleidoscopio de colores sobre los feligreses reunidos. El padre Alastor Anderson, de pie en el altar, levantaba los brazos en un gesto final de bendición. Su suave pero profunda voz imponente resonó con una profunda convicción que hacía eco en el silencioso espacio sagrado.

"Que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos de todo mal, Amén".

"Amén," repitió la congregación al unísono, y el sonido de su devoción llenó la iglesia antes de disolverse en el susurro de las oraciones privadas y el crujido de los bancos de madera siendo abandonados. Finalmente las campanas resonaban, dando el final de la misa.

Con una última mirada tras los cristales rosados de sus lentes, el padre Alastor observó de reojo a su rebaño con sus profundos ojos color ocre oscuro. Descendió del altar con paso seguro y firme, su sotana negra ondeando con elegancia a cada paso, manteniendo las manos cuidadosamente tras su espalda y erguido en su porte. Se encaminó hacia la sacristía, buscando un momento de calma y reflexión tras la intensa ceremonia que acababa de concluir.

Mientras se alejaba, los murmullos de los feligreses comenzaron a llenar el espacio, un contrapunto al solemne silencio que había presidido minutos antes. Aunque prefería el silencio absoluto, no podía quejarse del ambiente que lo rodeaba. Después de todo, siempre imaginó que sería más que adecuado para su amada y difunta madre que él se uniera a una congregación sagrada en lugar de seguir el ejemplo de su desastroso padre: un ebrio violento y desempleado sin rumbo fijo.

Al llegar a la sacristía, se detuvo un momento en el umbral de la puerta. Todo estaba sumido en un silencio que, para cualquiera que no fuera él, podría haber dado la impresión de estar solo. Sin embargo, unas bancas en el frente revelaban la presencia de la hermana Charlotte, quien lo aguardaba con su figura delgada y serena, iluminada por la tenue luz de una vela cercana. Su hábito blanco y negro contrastaba con la penumbra de la habitación, resaltándola como una imagen inmaculada en medio de la oscuridad.

Cerró la puerta tras de sí y se acercó a ella.

"Padre Alastor," comenzó ella con una voz suave pero firme, "Quiero felicitarlo por su arduo trabajo. Ha sido un servicio realmente inspirador." Su tono suave resonaba en el corazón del pobre hombre, haciéndolo estremecer. Cuando hizo una leve reverencia, él no pudo evitar sentir una tensión en el estómago y una repentina sequedad en la garganta al contemplar la maravillosa vista de la línea que contorneaba el busto de ella. Por varias noches se había preguntado si su toque sería suave.

Pero el padre Alastor solo sonrió y carraspeó, alejando esos pensamientos, sintiendo un calor inesperado en su pecho al ver la sinceridad en aquellos ojos azules celestes, cristalinos y puros como el cielo mismo. Sus manos se aferraron entre ellas tras su espalda, enterrándose las uñas en las palmas para evitar tocar la suave carne de las mejillas de ella. Sin embargo, ella se acercó y acarició su mejilla, ese breve contacto lo estremeció profundamente.

"¿Padre Alastor, está bien? Lo noto muy rojo," sus labios rosados y brillantes por el bálsamo, que él mismo le había regalado, pronunciando su nombre se veían aún más apetitosos bajo la brillante luz de la vela. El toque de ella en su mejilla lo quemaba más de lo que cualquiera de ellos se atrevería a admitir. Ella también sentía como si algo dentro de sus entrañas se retorciera cada vez que estaba a solas con él, pero ninguno retrocedía o avanzaba más allá de lo establecido.

"Gracias, hermana Charlotte," respondió él, aclarándose la garganta y finalmente tomando suavemente su mano para apartarla de su mejilla. Intentaba mantener la compostura de manera sobrenatural, pero las cálidas, suaves y pequeñas manos de ella entre las suyas eran simplemente hermosas. Descaradamente, se preguntaba si ella le permitiría entrelazar sus dedos con los suyos mientras la tomaba de diferentes formas, imaginando un desmedido ataque de pasión al hacer y deshacer su terso y suave cuerpo bajo él.

PASIÓN O PENITENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora