Recuerdos

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La vergüenza y el arrepentimiento son como la luna menguante, desvaneciéndose lentamente en el cielo nocturno a medida que se aproxima su siguiente fase. Son las sombras de las acciones recientes las que menguan, dando lugar a la luz de un nuevo amanecer.

Así es como piensa el padre Alastor Anderson, luego del furtivo y desmedido arranque de placer y pecado que compartió hace unos días con la hermana Charlotte Magnes. En su mente rondan esas deliciosas imágenes, y el deseo de repetirlo lo asalta cada vez que la mira de reojo en los pasillos de la iglesia. Pero también vienen a su mente ideas que lo perturban profundamente. En el momento no lo pensó con claridad por el calor del instante, pero ahora sí: él se había derramado en las suaves y cálidas entrañas de ella.

Alastor puede no ser un experto en cuanto al sexo, pero sabe lo suficiente como para entender que así es como se conciben los bebés. Era algo que le enseñaron en la escuela, aunque no comprendía completamente cómo funcionaba en aquel entonces, hasta hace unos años cuando empezó a recibir sus primeras confesiones de mujeres de la vida galante.

Elevó suavemente sus lentes por encima de su frente mientras se frotaba la sien con frustración, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en su cuerpo, buscando claridad en sus pensamientos con ese simple gesto. El silencio de Charlotte durante esos días sólo contribuía a su malestar, como una barrera invisible que los volvía a separar. Cada vez más, ella parecía evitarlo, creando una distancia que le resultaba desconcertante. ¿Estaba molesta? Se cuestionó mientras se levantaba de su catre, el cual emitió un sonido molesto al moverse. Decidió tomar un momento para sí mismo y se dirigió al baño.

Sumergirse en el agua tibia fue como un bálsamo para su alma agitada. Se aseó meticulosamente de la cabeza a los pies, cada movimiento reflejando una especie de ritual para calmar su inquietud interna. En sus pensamientos, repasaba una y otra vez los eventos de aquel encuentro, buscando comprender el repentino cambio de actitud de la rubia. Eso le recordaba los incesantes cambios de humor que ella tenía cuando eran niños; era indecisa y, al mismo tiempo, audaz. Le gustaba meterse en problemas solo para defender a otros, y si decidía algo, lo hacía sin que nadie pudiera contradecirla. Era encantadora.

Alastor sonrió mientras cerraba los ojos y sentía cómo el agua tibia de la bañera lo ayudaba a recordar. Su mente lo llevó a la primera vez que se conocieron. Él la había defendido de unos desagradables niños que la molestaban y llamaban "Demonio" por lo que había acontecido con sus padres.

Era irónico que en vez de apoyarse como huérfanos en la misma residencia, muchos fueran crueles con alguien que no se parecía a ellos. Charlotte era sin duda alguna una majestuosa y rara flor que despertaba la envidia de los ojos recelosos de otros niños y niñas, con su hermoso cabello dorado como el trigo, sus enormes ojos celestes como el cielo, y su piel blanca y tersa como la leche.

Pero él no era envidioso; había prometido a su amada madre siempre ser un caballero con las mujeres, a diferencia de su padre. Charlotte algún día sería una mujer, una hermosa mujer, y por eso, en ese instante, se ocupó de alejar a los molestos niños, recibiendo, pero propinando aún más, algunos golpes en el proceso. La pequeña rubia quedó boquiabierta, pero él, como todo un caballero, se despidió cortésmente de ella con un beso en su mano y se fue sin decir más.

Horas después, tras recibir regaños y reprimendas por parte de las superioras por pelear con sus 'amigos' solo por una niña, Alastor tuvo que irse a su habitación sin cenar, pero no le importó. Prefería seguir estudiando los sacramentos en la cálida y acogedora soledad que había aprendido a apreciar. Entonces, escuchó la puerta de su habitación abrirse y cerrarse repentinamente. Levantó la vista de su biblia mientras estaba sentado en su cama y miró sorprendido a la rubia que había ayudado antes, con un plato en las manos.

PASIÓN O PENITENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora